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El matrimonio a lo largo de la historia

Las uniones conyugales presentan características muy diferentes en cada región del planeta y en cada época, algunas de ellas nos siguen provocando asombro.

El primer matrimonio del que se tiene noticia data del año 4000 antes de Cristo, fue celebrado en la región de la Mesopotamia y consta en una tablilla, en la que se detallaban los derechos y deberes de la esposa y se señalaba el castigo en caso de que ella incurriera en infidelidad.

En la Antigua Roma, cuando llegaba la hora de la muerte de uno de los esposos, el sobreviviente honraba la memoria del difunto con una lápida donde se escribían palabras que cifraban el sentimiento que los unía. Los elogios variaban, como era natural, pero la abreviatura familiar S.V.Q —sin una querella— empleada para describir cómo habían sido las relaciones matrimoniales era una clara muestra de que, para los romanos, las virtudes de la paz conyugal eran superiores a la beligerancia de las pasiones.

Hasta principios del siglo XX, seguía vigente en Inglaterra una antigua ley en virtud de la cual se permitía al marido “castigar” a la mujer “por medio de una vara más gorda que el pulgar del esposo”. Supremacismo sexual que, muchas veces, iba acompañada de la hipocresía como cuando, siglos atrás, los reyes católicos contrajeron matrimonio falseando su documentación: por su consanguinidad, necesitaban dispensa de Roma para casarse y exhibieron una bula de Pío II, que no pasó de ser una ficción del arzobispo de Toledo. Dos años más tarde, una bula de Sixto IV legitimó el matrimonio de Isabel y Fernando.

En Garbyang, uno de los pueblos más importantes del Himalaya, cuando una pareja va a prometerse, el novio debe pagar unas cien rupias al padre de la doncella. A esta cuota, se la llama “el dinero de la leche”, pues va destinado a compensar los gastos que tuvieron los padres para criar a su hija.

En Egipto, una joven que se casa en un lugar que a nosotros nos puede parecer que está a corta distancia, se encuentra separada del contacto de su familia. Allí las cuestiones de parentesco desempeñan un papel mayor aún que las distancias; es una vergüenza casarse con alguien que no sea pariente, aun cuando viva en la misma aldea. El casamiento habitual en todas partes es el de los primos hermanos agnaticios. Con esta circunstancia, las antiguas costumbres no han hecho más que abrir un poco la mano; los reyes solían casarse con sus hermanas. En este caso, no se ha producido cambio alguno más allá de la condenación de la unión más íntima en las esferas más altas, cuando no en las más humildes. En la terminología técnica, todo gira en torno de la cuestión sobre si el antiguo sistema de parentesco en Egipto era clasificatorio o genealógico.

En su relato del viaje que realizó por el Tibet en 1905, el investigador inglés Tom Longstaff cuenta, a propósito de su visita a Dzongpun —líder de la dinastía tibetana—, que la esposa de este funcionario estaba también presente en la entrevista: “Su porte era majestuoso y el pelo negro como plumas de cuervo estaba rematado por la tierra tibetana de laca roja ornamentada con turquesas y coral. Tal como correspondía a una dama distinguida, ella se había casado con los hermanos del dzongpun”. En ese sentido, explicaba Longstaff: “Considero que esta costumbre de que una mujer contraiga matrimonio con toda una familia de hermanos procede del sustrato del matriarcado que tan evidente resulta en el Tibet. El galán inspira más confianza si pide el matrimonio con toda la familia que si se ofrece humildemente solo. Y, en teoría, la mujer pasa seis semanas con cada marido”.

Posiblemente, la primera agencia matrimonial que se creó en Europa data de 1835, cuando un empresario madrileño empezó a preocuparse, según decía el folleto anunciador, en aumentar sensiblemente la población. El impreso aludido publicaba también el reglamento de la agencia, que llevaba el título “Museo de la juventud”; quizás le viniese el nombre de que en las sucursales de la agencia se pensaban exhibir los retratos de cuantos se decidiesen a colaborar en el aumento de la población utilizando los servicios de la agencia.

En los antiguos libros parroquiales abundan las partidas de matrimonio en que el cura declara que los padrinos de los contribuyentes fueron San José y la Virgen. Tal era la fórmula de matrimonio entre “pobres de solemnidad” hasta que los arzobispos republicanos decidieron abolirla.

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