ENTREVISTA EXCLUSIVA

El mundo detrás de las piedras

En diálogo con diario Hoy, la especialista en gemas Patricia Kachuk contó por qué son objetos de protección y curación desde tiempos inmemoriales.

Las piedras estuvieron desde el principio. Este hecho es el que movió a Patricia Kachuk a interesarse en su mundo, a conocer sus características y a buscar algo más allá de lo que se ve en un objeto que forma parte de la vida cotidiana de todos. Desde hace más de tres décadas, Kachuk es gemoterapeuta y especialista en terapia cristalina. Escribió los libros Mística y cristales (2010) y Cristales, como aprovechar su poder (2017). También creó el Oráculo Mística y Cristales (2013). “Todas las piedras tienen detrás un mensaje que no hay que creer, sino simplemente conectarse. Hay algo que nos llama en el interior”, reveló en diálogo con este medio.

—¿Desde cuándo empezamos a fijarnos en las piedras como objetos de protección y curación?

—Las piedras nunca escaparon al encanto de ninguna civilización. Desde que el humano pisó la Tierra, todas las civilizaciones las usaron como talismán o para protección; también las usaron los curanderos y los chamanes, por su poder, porque vieron algo en ellas. En otro plano, la realeza y los papas las usan, ya sea por su ornamentación o su poder o su energía.

—¿Qué propiedades encontramos en ellas?

—Yo trabajo desde lo energético, desde lo metafísico. Es decir, con el poder de la mente, la intención y la energía. Donde uno enfoca la mente, eso la va creando. Los cristales nos sirven como ayuda, aunque también hay que decir que tienen energía. El silicio se utiliza para componentes de computadoras y otros electrodomésticos. Si tienen el poder de hacer funcionar algo electrónico, podemos utilizarlas en el cuerpo para abrirnos y predisponernos a sanarnos, a tener una apertura mental. Trabajar con cristales es abrirse a lo invisible, a lo que el ojo o la mente humana no pueden captar, a esa energía. Además, tenemos minerales en el cuerpo, tenemos hierro en la sangre, calcio, sodio. Estamos muy conectados con el reino mineral, creamos o no creamos en ese universo.

—¿En todas las piedras hay energía o en determinadas especies?

—En general, se trabaja con las especies más evolucionadas, aquellas que llamamos gemas o cristales. Cualquier piedra o canto rodado no tiene el poder energético ni la atracción visual; nos lleva a poner la mirada ahí para conectarnos. Las gemas son piedras más evolucionadas que las que pateamos en la calle.

—¿Hay algunas piedras o cristales de los que debemos alejarnos o todas de alguna forma trasmiten algo positivo?

—En realidad no hay ninguna piedra que nos haga mal si la dotamos de energía positiva y le queremos dar un fin altruista. Si le tenemos miedo a una piedra o incluso a una hierba, sin dudas va a funcionar en contra. Pero sí a algunas quizás haya que usarlas con más cuidado, como la Obsidiana negra de México. Antiguamente fue usada con un fin puntual por los mayas, hacían cuchillos que luego usaban para sacrificios. De aquí la carga negativa. Hay que usarla con cuidado, limpiarla muy bien, intencionarla por esa relación que tiene con el fin oscuro para el que se usó.

—¿En la Argentina son fáciles de conseguir?

—Aquí tenemos muchas. Córdoba, por ejemplo, es una provincia muy rica en piedras. Se consiguen a partir de $100 y hay hasta de 10.000 dólares, pero depende del tamaño, la calidad y la forma de la piedra. Hace muy poco se descubrió en el sur del país la amatista rosa; es muy linda y se vende muchísimo a otros países, incluso revistas de minerales extranjeras le dieron mucha importancia al hallazgo. También en el sur argentino tenemos Herkimer, que es económica y es codiciada en otros lugares del mundo. Los diamantes Herkimer son conocidos por su pequeñez y brillo, pero también por su perfección y su energía.

—¿Qué les decís a aquellos que no creen en el poder de las piedras?

—Les digo que simplemente se dejen llevar y fascinar por el color y las formas, porque en las piedras y sus colores no intervino la mano del hombre. La recomendación sería dejarse llevar y ver dónde nos lleva.

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