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El olvidado nacimiento del ajedrez

El ajedrez nació como metáfora de la guerra, como estrategia para utilizar en los campos de batalla. Pero las circunstancias que le dieron origen son curiosas y aleccionadoras.

El ajedrez es el juego de mesa cuyas piezas presentan más variedad artesanal. Se expandió de la India a Europa a través de los árabes, probablemente en la época de las Cruzadas. En una oportunidad, un embajador del rey de Hind llegó a la corte persa de Cosroes y, después de un intercambio de cortesías, ofreció algunos curiosos regalos de su soberano; entre ellos había un tablero elaborado con piezas de ébano y marfil delicadamente talladas. Finalmente, lanzó un desafío: “Oh, gran rey, llama a tus sabios y haz que resuelvan los misterios de este juego. Si tienen éxito, el rey de Hind les pagará tributo como señor supremo, pero si fallan será una prueba de que los persas tienen un intelecto inferior y exigiremos tributo a Irán”.

Este último suceso corresponde a un fragmento del poema épico persa Shahnameh (“Libro de los reyes”) y constituye la primera mención conocida del origen del ajedrez. Según su autor, el poeta Fedrousí, el juego se había originado en el siglo VI a raíz de una disputa por el trono de Hind entre los hermanos Gav y Talhand: el segundo había muerto en batalla y su madre, disgustada, recriminó a Gav que hubiera matado a su hermano. Este negó haberlo hecho y, para probar su inocencia, recreó la batalla usando piezas de marfil que representaban las cuatro unidades de combate del ejército: la infantería, la caballería, los elefantes y los carros.

Su nombre en sánscrito es chaturanga, “las cuatro armas” del ejército indio. En ese sentido, muchas de las denominaciones en el ajedrez son persas: jaque-mate, por ejemplo, es shahmat, que no quiere decir necesariamente que el rey esté muerto, sino derrotado o sin honor. La torre o roque del castellano antiguo es rukh, la terrorífica roca donde encalló Simbad el Marino. Sin embargo, se descubrió que esta palabra se usó entre los musulmanes españoles con el significado de “carroza”, y la idea de una carroza pareciera explicar claramente la recta movilidad y el poder devastador de la torre en el moderno ajedrez.

En unas antiguas piezas de este juego, que se cree pertenecieron al emperador Carlomagno, la torre corresponde a una carroza con un hombre encima. Por otra parte, el carro triunfal que se usa en ciertos festivales religiosos de Valencia se conoce todavía con el nombre de roca. Lo cierto es que el ajedrez es solo el integrante más internacional de una vasta familia de juegos similares entre los que se incluyen el shogi japonés, el xiangqi chino o el makruk tailandés. Para que un juego sea considerado parte de la familia ajedrecística tiene que cumplir dos requisitos esenciales: que no influya el factor del azar y que la victoria dependa de la captura de una única pieza, el rey.

Durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, se libró en Trenton (Nueva Jersey) una batalla trascendental. El general George Washington preparó la operación con especial cuidado y el mayor sigilo; sin embargo, un espía descubrió los preparativos y envió un aviso al coronel Rahl, que comandaba las fuerzas británicas. Este, cuando recibió la comunicación, se hallaba de tal manera embebido en una partida de ajedrez, que maquinalmente se guardó el papel en el chaleco. Era demasiado tarde cuando por fin vino a enterarse de su contenido. La batalla tuvo lugar el 26 de diciembre de 1776 y, junto con la victoria de Puniaton, contribuyó a levantar la moral del ejército de Washington, que se hallaba en trance de disolución.

Hacia 1928, Rusia creyó llegado el momento de revolucionar el apacible y patriarcal juego del ajedrez. Por considerar intolerable que los tovarischi se entregasen a un juego en el que las piezas principales ostentaban aún nombres y formas eminentemente aristocráticas, acordaron que fuesen sustituidas por otras cuyo nombre y representación fueran acorde a los espíritus de la nueva Rusia. En consecuencia, el rey y la reina fueron reemplazados por un aristócrata y su dama, mientras que en las negras les hacían frente un obrero y su compañera. Las torres blancas, por el yunque y el martillo, y las negras por las iglesias. Los alfiles por un oficial zarista y un capitán del ejército rojo, respectivamente. Los peones negros eran soldados revolucionarios y los blancos, cosacos imperiales. De negro y blanco tenían muy poco las piezas utilizadas, pues estaban pintadas con vivos colores. La modificación no logró demasiado éxito, porque cuando vencían los blancos ni los mejores propagandistas del partido sabían cómo explicarlo. Por cierto que, con el cambio de las figuras, el nombre del juego pasó a llamarse “Luchas del capital y el trabajo”.

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