cultura
El origen de la lotería
Un juego de azar que nació con finalidades políticas y se extendió por el mundo entero con las finalidades más diversas, sobre todo, para vencer la pobreza individual.
La lotería moderna nació en la República de Génova, a principios del siglo XVI, de una manera bastante original. Periódicamente, se sorteaban allí cinco de los ciento veinte miembros del Senado para formar una especie de Directorio, o más bien de Consejo de Estado, que se denominaba Signora. Llegada la época del sorteo, el pueblo mostraba simpatías por tales o cuales senadores, expresando su deseo de que resultasen elegidos; los más vehementes revestían carácter de afirmaciones categóricas: de aquí a la apuesta no había más que un paso.
El pueblo, poco a poco, fue adquiriendo la costumbre de apostar por este o por el otro candidato, como luego se apostaría en las carreras de caballos. Primero, se hacían las apuestas entre dos individuos, en torno de los cuales se agrupaban otros, apostando cada uno según sus preferencias entre los asignados por los dos primeros. Al crecer la afición por este juego, se inauguraron varias bancas privadas en la ciudad para centralizarlo, a manera de los futuros Bookmakers. Finalmente, el gobierno de la República observó que aquello podía constituir una interesante fuente de ingresos y tomó a su cargo la operación. Y, desde el momento en que los demás estados se dieron cuenta del saneado negocio que significaba, la lotería se extendió a todos los continentes como el aceite derramado en el suelo.
Sin embargo, en la Roma del siglo I, los juegos de azar eran una de las ocupaciones favoritas del pueblo y se utilizaban para todo. En las fiestas lupercales, entre otras actividades, hubo una lotería del amor que emparejaba a los adolescentes durante un año. Durante las Saturnalia, se arrojaba a la muchedumbre gran número de tablillas en las que habían sido inscritos diversos dones, premios y trofeos. Las saturnalias eran las fiestas paganas celebradas en un ambiente carnavalesco en la que se relajaban todas las normas sociales, en un clima que el poeta Catulo calificó de “el mejor de los días”.
Más hacia nuestro tiempo, los comerciantes venecianos de finales de la Edad Media solían deshacerse de las mercancías de difícil salida rifando una serie de lotes: por un módico precio, se podía adquirir una serie de bienes si la suerte acompañaba. Durante esta época, las rifas o lotería de este tipo no evolucionaron mucho. Siempre estaba destinada a solventar algún problema puntual de llenar las arcas del Señor o del Reino.
En 1797, las cosas andaban tan mal en España que, con objeto de que el Real Estudio de Medicina Práctica no tuviera que suspender su función docente, se le autorizó por decreto que organizase una lotería, con la esperanza de que así pudieran obtener los fondos necesarios que el erario público no podía cubrir. Pero fue un fracaso, pese a que el premio mayor de uno de los sorteos correspondió a la entidad organizadora. En lugar de los beneficios que esperaba, cada sorteo le costaba más dinero. Entonces acudió a un recurso heroico: cuando se vendieran todos los billetes, anunció, se darían los premios; en caso contrario, al cerrarse la venta, del total recaudado se separaría el doce por ciento en beneficio del Real Estudio y el resto se repartiría en premios, cuyo número o cuantía se anunciaría diez días antes del sorteo, no entrando en juego, sino en los números vendidos. Gracias a tan peregrino arbitrio, el Real Estudio logró salir del apuro financiero.
Alguna vez, en la lotería organizada por el Club de Prensa de la Riviera, se sortearon quince autorizaciones para violar las leyes que regulan la circulación de tránsito. Cada uno de estos permisos autorizaba al beneficiario a cometer una pequeña infracción dentro del Departamento de los Alpes Marítimos. Lo más curioso es que los permisos para cometer estos delitos habían sido un “donativo” de Jean Ambrosi, jefe de Policía del Departamento.
Los supersticiosos consideran augurio de premio el hecho de que después de comprado el billete se rompa, sin querer, un plato en la casa donde habita. También recomiendan pasar el billete comprado por el lomo de un gato negro. Esto último se halla tan extendido que son muchas las administraciones de lotería donde tienen un gato de similares características.