ferias populares

El trueque como una salida a la crisis económica

Ante el caos y la desocupación generada por la pandemia, volvió esta antigua práctica en la que ahora también se cambian cosas por comida o servicios a domicilio.

Una de las cosas que se fue visibilizando con la crisis económica en el conurbano bonaerense y en la provincia de Buenos Aires es el crecimiento de las ferias populares. En estos ámbitos de compra-venta y regateo de productos usados, que van desde cuerpos de bicicleta hasta frazadas, es donde ha regresado la práctica del trueque: intercambios de indumentaria por comida son usuales en las barriadas del GBA, donde pega fuerte al bolsillo la inflación.

Muchas de las personas que comenzaron a recurrir a esta práctica lo hicieron porque no pudieron mantener sus trabajos informales. Resistieron hasta que no dieron más y ahora le “buscan la vuelta”.

El trueque empezó a hacerse ver varios meses después del inicio de la cuarentena por el coronavirus y hace poco que muestra su parte más dura: ahora se cambia lo que sea por comida. A diferencia de la crisis del 2001, cuando también resurgió este movimiento, los grupos de trueque no utilizan “créditos” (una suerte de cuasi moneda que se creó en aquel momento para sistematizar los intercambios). Y solamente se recurre a cambiar un producto por otro o varios, según se arregle previamente. Hay acuerdos generalmente pactados a través de los chats de Facebook. Al trueque lo ayuda mucho esta aplicación, ya que hay grupos creados especialmente para esto. Es simple el proceso de aceptación de un administrador, hacer un posteo y acordar punto de encuentro para dar y recibir.

Una de las personas que está en una de estas ferias es Miriam Caceres. El hecho de que sea mujer no es un dato menor porque la mayoría de la gente que está en el trueque son mujeres, quizás “porque se la bancan más” según dice o a razón de que son “las que más ponen la cara para tocar el timbre en las casas y pedir ropa para traer acá, porque son las que más idea tienen de lo que cuestan las cosas”. Miriam está parada sola con un cartel: “Alisado y botox o manicuría por alimentos. Día a convenir”. Hace un año está desempleada y jamás trabajó en blanco. “Antes de la pandemia limpiaba en casas particulares, hasta que un día me dijeron que no vaya más. Tengo un hijo discapacitado y no me alcanza con la ayuda (asistencial) que me dan. Las changas no aparecen para mí y estoy toda la semana en distintas ferias para poder comer”.

En estos lugares no hay distanciamiento social, pocos usan barbijos, no hay presencia policial como tampoco de ambulancias, Municipalidad, Gobierno o Estado. Es la feria del trueque, donde conviven con sus propias reglas y arreglos.

Esto no es “club del trueque”. No existe tal club, no hay membresía, no hay reglas. Miriam no paga por estar ahí, vale recordar, porque está parada. Las organizadoras cobran entre $50 y $ 150 por día por manta. Y eso a nadie le gusta. Por eso, si tuviera una manta, tendría que pagar y no tiene dinero. “No te cuidan el lugar, no controlan que no se venda al lado de donde se hace trueque. Igual, acá todos somos buscas” dice para cerrar. Nos alejamos mientras ella se queda esperando, como casi todo el día, para llevar un plato de comida a su casa. Es la misma situación que viven muchos.

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