Cultura

Los últimos días de Eva Perón

El 26 de julio de 1952, a las 20.25 hs, murió una de las mujeres más amadas por su pueblo. Su nombre sigue siendo bandera de justicia social en toda la Argentina.

"Aparento vivir en un sopor permanente para que supongan que ignoro el final... Es mi fin en este mundo y en mi patria, pero no en la memoria de los míos. Ellos siempre me tendrán presente, por la simple razón de que siempre habrá injusticias y regresarán a mi recuerdo todos los tristes desamparados de esta querida tierra”, esas fueron las últimas palabras de Eva Perón según Oscar Nicolini, quien además de ser su amigo era, por entonces, ministro de Comunicaciones.

Atilio Renzi, quien fuera secretario privado de Eva, dijo: “Eva se mató; siempre le escapó a los médicos, a pesar de las hemorragias, los tobillos hinchados y la fiebre tenaz”. Conjeturó que si se hubiera tratado a tiempo, hubiera vivido más tiempo. La primera señal de alarma fue el desmayo que sufrió el sofocante 9 de enero de 1950, un día en que la temperatura trepó a los 38 grados. Ese día se inauguró en el Puerto de Buenos Aires el local del Sindicato de Conductores de Taxis. Tres días después, fue sometida a una intervención quirúrgica en el Instituto del Diagnóstico. La prensa informó oficialmente que se trataba de un caso de apendicitis, aunque Oscar Ivanissevich, su médico personal, dijo: “No es posible definir las causas de los dolores experimentados por la se­ñora sobre las caderas, en la fosa ilíaca derecha, por lo que aconsejé realizar una histerectomía”.

Evita se negaba a aceptar su enfermedad: “Quieren inventarme enfermedades para sabotear mi gestión”. Pero el 8 de marzo del mismo año, volvió a desmayarse. Se cuenta que cuando el cirujano Ivanissevich le explicó que un cáncer de matriz la estaba carcomiendo y le suplicó: “Señora... ¡Déjese curar!”, Evita le dio un carterazo en plena cara. Ese mismo día, pese a las disculpas de Perón, el ministro renunció.

El 22 de agosto de 1951, miles de personas se congregaron en el Ministerio de Obras Públicas, del cual colgaba un cartel que rezaba: “Juan Domingo Perón-Eva Perón – 1952-1958, la fórmula de la Patria”. Demacrada y enflaquecida, Eva salió al balcón pero lejos de confirmar lo que todos buscaban escuchar, pidió algunos días para tomar la decisión. Nueve días después anunció por radio: “Una decisión precisa e irrevocable, una decisión que he tomado por mí misma: la de renunciar al insigne cargo que me ha sido conferido”. Y enfatizó: “No renuncio a mi obra; solo rechazo los honores. Continuaré siendo la humilde colaboradora del general Perón”. Esa fecha pasó a la historia como el Día del Renunciamiento.

En la mañana del 28 de septiembre de 1951, estalló una revuelta militar encabezada por el general Benjamín Menéndez para derrocar al régimen de Juan Domingo Perón. En pocas horas el levantamiento fue derrotado. Ese mismo día la Subsecretaría de Informaciones comunicó: “La enfermedad que aqueja a la señora de Perón es una anemia de regular intensidad, que está siendo tratada con transfusiones de sangre, absoluto reposo y medicación general”. A la noche, por la Cadena Nacional de Radiodifusión, se escuchó la voz de Evita en un apasionado llamamiento: “Si el Ejército no lo quiere –al general Perón-, lo defenderá el pueblo”. Al día siguiente convocó en secreto a los miembros del secretariado nacional de la CGT y. al ministro de Guerra, general José Humberto Sosa Mo­lina, para ordenar la compra de cinco mil pistolas automáticas y mi quinientas ametralladoras destinadas a los cuadros obreros. Las armas fueron compradas al príncipe

Bernardo, de Holanda, con fondos de la Fundación. Al morir Evita las armas se entregaron a la Gendarmería Nacional.

El 17 de octubre de 1951, sostenida de la cintura por Perón, Evita recibió la “Medalla de la Lealtad” otorgada por la CGT. Fueron necesarias varias dosis de calmantes, para que pudiera pronunciar un breve discurso, a modo de testamento político: “Les agradezco todo lo que han rogado por mi salud; espero que Dios oiga a los humildes de mi patria para volver pronto a la lucha y poder seguir peleando hasta la muerte”. El día siguiente fue declarado “Santa Evita”.

La habitación de Eva tenía dos ventanales orientados hacia los jardines que daban sobre la avenida del Libertador. En el interior, la luz se filtraba a través de un espeso cortinado de voile blanco y terciopelo rojo. Las visitas se sentaban en un amplio sofá tapizado en rosa Francia o a los pies de la acolchada cama Luis XV que ocupaba la enferma. Sobre una de las paredes, un Cristo del Corcovado repujado en plata negra reforzaba el dolorido clima reinante.

Evita asistió al acto central del 1º de Mayo de 1952 y habló por última vez a sus descamisados frente a la plaza de Mayo. Sus palabras no han dejado de resonar en el corazón de los más postergados.

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