Pesar en el Albert Thomas por la muerte de “Pinino”

Emotivo adiós al vendedor de cubanitos que se volvió celebridad

Todas las mañanas, desde 1974, Domingo “Pinino” Esportuno ofreció golosinas y un consejo a los alumnos del Albert Thomas. Amante del fútbol, el tango y la política, fue  despedido ayer al mediodía por sus seres queridos

Cuando a las 10.30 de ayer la caravana fúnebre partió rumbo al Cementerio, con sus familiares y un puñado de amigos íntimos a bordo, unas quince personas quedaron en la vereda de la casa de sepelios llorando a Domingo “Pinino” Esportuno, el hombre que vendió cubanitos durante 43 años en la vereda del colegio Albert Thomas.

“Pinino” murió el viernes por la tarde, a cuatro días de cumplir 85 años. La comunidad de la escuela técnica lamentó su partida y su director, Sergio Figueiredo, anunció un homenaje luego del receso invernal.

Nacido en Rosario el 18 de julio de 1932, tuvo ocho hermanos, todos hinchas de Newell’s. En 1945, por la violencia que se vivía en la ciudad que ya denominaban “la Chicago argentina”, su padre decidió probar suerte en La Plata. Se instalaron en una casa “chorizo” de la calle 36 entre 2 y 3, pegada al viejo Canal 2. 

“Me acuerdo que cuando éramos chicos el tío Pinino nos llenaba de golosinas. Éramos felices”, recordó durante el velorio Javier Esportuno,  de 47 años, uno de sus 19 sobrinos. 

“Era un hombre sencillo, humilde e inmensamente generoso“, destacó Carla Esportuno, otra de sus sobrinas, en diálogo telefónico con diario Hoy. “A nosotros nos hizo a todos de Estudiantes”, evocó, por su parte, José Herrera, otro sobrino. “Durante cuarenta años, las cuatro promociones del colegio, en cuatro días distintos, hacían una cena para agasajarlo”, detalló José. 

En una reunión en su casa, una amiga le presentó a su futura mujer, Olga. Empezaron a noviar y muchos años después se casaron. No tuvieron hijos, aunque criaron juntos a Cecilia, su hija del corazón.

Un personaje platense

“Pinino” era un hombre alegre. Hablaba de fútbol, el tango lo apasionaba, al igual que la política. “Era peronista de la primera hora”, evocó Eduardo, un hombre que vivía enfrente de su casa. “Me invitaba a tomar un mate y charlábamos sobre tango, fútbol y las opciones dentro de los partidos que había que votar”, relató. 

Todos los días, salía de su casa en su bicicleta negra, con el canasto de metal y las dos latas en las que llevaba la mercadería para vender. Desplegaba los sándwiches, los pastelitos y la infaltable revista El Gráfico del fin de semana anterior, que compartía con los chicos al mediodía, cuando unos se iban y otros llegaban. Pero el plato fuerte de su oferta eran los cubanitos con dulce de leche. “Le pedías El Gráfico y te ponía un cubanito en el bolsillo. Si no tenías plata, te decía no importa, cuando tengas me lo pagás”, contó Jorge Correa, preceptor y tallerista del Albert Thomas. 

Si no agotaba el stock más temprano, su jornada llegaba a su fin después del último recreo, a las cuatro y media de la tarde. “Siempre incitaba a los chicos a estudiar”, rememoró Carlos Olmedo, que llegó a la escuela en 1976, con 20 años para ser preceptor, y que ahora imparte clases de Salud y adolescencia. “Organizaba reuniones en su casa los viernes, cada 15 días. Íbamos a cenar y después abría una caja de fotos y nos quedábamos mirándolas y charlando hasta las dos de la mañana”, recordó Jorge. Algunas mañanas, “Pinino” dejaba el carrito en la puerta del colegio y se iba a vender empanadas a los ensayos de la banda de la Policía. “Nadie le tocaba un cubanito, porque les cortaban las manos los propios compañeros”, relató Jorge Mattia, exdirector del colegio, ya jubilado. “Si había un pibe de la calle, le regalaba los cubanitos o un sándwich”, agregó.

Los fines de semana, cuando las aulas estaban desiertas, vendía empanadas en el Hipódromo y en la cancha de Estudiantes. Ayer, sus familiares,  exalumnos, docentes, preceptores, di­rectivos y vecinos se acercaron al velorio para darle el último adiós al hombre que, vendiendo cubanitos y regalando sabiduría, se volvió una celebridad.

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