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Entrevista a Miguel Vitagliano

Acaba de publicar una novela –Viaje a las cosas–, que recrea la vida de Guillermo Hudson, un naturalista que llegó a ser considerado uno de los mayores escritores argentinos.

Es autor de numerosas novelas como Postdata para las flores, El niño perro, Vuelo triunfal, La educación de los sentidos, además de ensayos como El terror y la gloria. La vida, el fútbol y la política en la Argentina del Mundial del 78 —escrito en coautoría con Abel Gilbert—. Su libro más reciente indaga en la vida de un ornitólogo argentino que a los 33 años se radicó en Inglaterra donde produjo una obra literaria que, según Jorge Luis Borges, no fue aventajada por ningún escritor gauchesco.

—¿Qué cosas de Hudson te atrajeron al punto de dedicarle un libro?

—Yo no escribí esta novela para difundir la obra de Hudson —que ya está lo suficientemente difundida—, sino para entrometerme y dialogar con Hudson y convertir determinadas situaciones en una novela. Lo que me interesó de Hudson es su modernidad. Siendo un hombre que en su momento podía sonar profundamente conservador, leída con la perspectiva de ciento y pico de años, su obra resuena mucho más nueva. Y no solamente por sus reflexiones, sino hasta por su composición textual: los textos ensayísticos de Hudson tienen mucho de ficción; las ficciones de Hudson tienen mucho de ensayo.

—Viaje a las cosas es un libro muy difícil de ubicar. Es una novela que no se priva de las herramientas que facilita el ensayo.

—A mí me interesa algo que la literatura contemporánea me suele plantear: cruzar el tono del ensayo con el tono de la novela. No me interesaba escribir un ensayo sobre Hudson. Me interesaba más lo que uno puede imaginar que lo que uno puede llegar a saber.

—¿La vida de Hudson es novelesca?

—Es una vida novelesca y también muy aburrida. Porque es la vida de un hombre que hasta los treinta y pico de años lleva una vida en el campo, que no puede o no le interesa publicar en castellano, y que en eso se le da la posibilidad de irse a Inglaterra y empieza a hacer una vida muy quieta y muy apretada, tratando de buscarse un lugar.

Cuando estaba en Argentina podía ver cotidianamente los pájaros, allá tenía que hacer excursiones. A mí me interesa qué pasó en la vida de Hudson en el medio de esas cosas que él cuenta, por eso me metí con sus textos y como dice el narrador de la novela en algún momento que se jacta de haber leído los manuscritos no publicados.

—Un hombre que nació en nuestro país, pero que siempre hablaba de Inglaterra como su verdadero hogar.

—Fijate que, como yo lo planteo en la novela y como él mismo dijo, era una cosa muy habitual sentirse expatriado. Incluso los padres se sentían expatriados y eran estadounidenses, pero para él home era Inglaterra.

—¿Coincidís con Martínez Estrada de que Hudson fue un escritor argentino.

—Martínez Estrada tenía una imagen muy clara de quién era Hudson. Decía que fue el mejor escritor argentino, el más popular, siendo un escritor inglés. A mí realmente no me preocupa nacionalizar a Hudson. Si nosotros pensamos en nuestros abuelos, muchísimas veces los podríamos sentir muy italianos y muy argentinos a la vez.

—Llama la atención que, para hablar de los recuerdos tan profundos que le dejó La Pampa, lo haga en inglés.

—Sí, pero si lo hubiese escrito en castellano, no hubiera encontrado lectores en ese momento.

Los editores que podía tener por entonces estaban en Inglaterra. Uno de sus primeros textos, que es el primero que se traduce al castellano, fue reconocido cincuenta años después por un platense. Velázquez encontró el primer texto de Hudson publicado en español, que era muy anterior a todos los otros que se creían. Si se tardaron cincuenta años en darse cuenta de la publicación de Hudson en castellano, ¿quién lo hubiera leído a Hudson en ese momento en aquel idioma?

—En el libro contás paralelamente la vida de Hudson y Conrad, partiendo de esa similitud central: Hudson era un argentino que escribía en inglés y Conrad un polaco que también escribía inglés. ¿Por qué no ahondás un poco en esas afinidades?

—En la novela me gustaba trabajar con estos tres autores. En el caso de Hudson ya lo planteábamos. En el caso de Conrad, vos pensá que nace en Polonia, bajo dominio del Imperio ruso, y el inglés no era ni su segunda o tercera lengua; el inglés fue su cuarta lengua, la cual aprendió tardíamente.

No eligió el inglés porque fuera una lengua que él amara, eligió el inglés porque era la lengua que había elegido para ser marino. Conrad empieza a escribir tardíamente, a los treinta y pico de años, es decir, como Hudson. Ahí me parece que nació un vínculo interesante.

Por otro lado, Graham, era un aristócrata escocés que había vivido un tiempo en Entre Ríos y que siempre sentía una afinidad muy profunda por esa parte argentina y por los caballos.

Me interesaba ese cruce entre los tres a fin de siglo, donde cada uno tenía características y personalidades diferentes y el que va uniendo a Conrad y a Hudson es Graham.

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