Frida Kahlo, una mujer inatrapable

La pintora mexicana tuvo una vida atravesada por el dolor que buscó exorcizar en una de las obras más descarnadas y valientes del siglo XX.

Nunca nadie pintó como ella. Una cabeza agitada por encarnizadas convicciones la llevó a perseguir los signos de la libertad sin concesiones. Y por eso fue tan arduo como vano intentar adscribirla a una escuela pictórica. Se la contempló desde la óptica del surrealismo, el expresionismo o el riquísimo arte popular mexicano. Con un perfil poderoso y tierno a la vez, Frida Kahlo supo congregar a través de su pintura no solo a prestigiosos colegas, sino también a escritores, políticos, hombres y mujeres humildes, obreros y niños, haciendo de la creación un estilo de vida irrepetible.

Alguna vez la bautizaron como “mujer inatrapable”. Cuando muy pocos eran comunistas en México, ella lo fue. Apasionada, desafiando los entornos, enamorada de la Revolución mexicana de los albores del siglo XX. A partir de las fotografías de su padre, Guillermo Kahlo Kauffman, quien en 1898 había marcado su inicio en el registro fotográfico de arquitectura, con la serie que documentó la construcción de la Casa Boker, Frida aprendió a mirar rostros y escondrijos de almas imperceptibles para el ojo distraído.

En 1925, tenía solo 18 años cuando sufrió un terrible accidente que la marcó para el resto de su vida, ya surcada por la poliomielitis. Un fierro de tranvía la atravesó como una lanza. Padeció fracturas en dos costillas, su columna vertebral quedó fragmentada en tres partes, más daños en su pelvis, clavícula y hombro izquierdo. Los médicos creían que los daños eran tan graves que le causarían la muerte. No obstante, durante su larga convalecencia, aquella adolescente comenzó a trazar formas, como quien exorciza sus demonios. Tres años más tarde, con la misma rebeldía, ingresó a la Liga de los Jóvenes Comunistas. Ese mismo año conocería al gran muralista mexicano Diego Rivera, a quien amó con desmesura. Mucho tiempo después, la propia Frida dirá: “Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida, uno en el que un autobús me tumbó al suelo. El otro accidente es Diego”.

El autorretrato fue la manera en que la joven artista comenzó a cuestionar su propia identidad. Arraigada a sus humildes orígenes, consiguió la inspiración en el folklore mexicano y en los elementos de la naturaleza que supo rescatar del olvido. En 1929 se casó con Rivera y viajaron a los Estados Unidos, donde ella vendió algunos de sus cuadros. No fue un paso fácil para ninguno de los dos. Ambos tropezarían con un sistema que denigró las inquietudes sociales y libertarias de sus obras.

En 1934 la pareja regresó a México. Por esa época alojaron, en su propia casa, nada menos que a León Trotsky, cuando estallaron las crisis internas en la Revolución rusa y el excomisario de guerra del Ejército Rojo llegó como un náufrago político. Desde entonces, Frida participó activamente en el desarrollo del trotskismo en México. Pero también la Guerra Civil Española la encontraría en las calles, en las marchas y en los sindicatos; trabajó incansablemente, comunicándose con el mundo para lograr solidaridad por los que luchaban por la República Española. En esos años turbulentos conoció a André Breton, quien la instó a exponer en París, donde Kahlo quedó embelesada por el ambiente cultural. Antes había expuesto en Nueva York. Pero fue en la capital francesa donde se convirtió en leyenda en los círculos intelectuales que cautivó como ninguna. Refinamiento, precisión, intensidad artística.

La vastedad de su pintura

En 1954, poco antes de su muerte, Frida Kahlo asistió en silla de ruedas, soportando dolores físicos, a una manifestación contra el golpe de Estado y la invasión a Guatemala, cuando fue derrocado el presidente constitucional Jacobo Arbenz, en una conjura de la CIA estadounidense y las multinacionales fruteras.

Al hablar sobre la obra de Frida, el escritor John Berger recordó: “En cuanto se transformó plenamente en la pintora Frida Kahlo, todas las imágenes creadas con sus pequeños pinceles, finos como pestañas, y con sus meticulosas pinceladas, aspiraban a la sensibilidad de su propia piel. Una sensibilidad agudizada por el deseo y exacerbada por el dolor”.

Noticias Relacionadas