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Gato Barbieri, el amigo argentino del saxo

Este músico rosarino es considerado uno de los mayores instrumentistas de la historia del jazz latinoamericano. Ganó fama mundial con la música que compuso para la película Último tango en París.

No le gustaba dar entrevistas por esa tartamudez que lo torturó en los últimos años de su infancia y que, un poco atenuada, lo siguió acompañando en el resto de su vida. Sentía que solo podía comunicarse de veras con los demás cuando estaba tocando el saxo.

Leandro Barbieri nació en Rosario el 28 de noviembre de 1932, y murió en Nueva York 73 años después. Después de escuchar a Charlie Parker, decidió aprender a tocar el clarinete. Tenía, entonces, 12 años. Las vueltas de la vida querrían que él hiciera la música de El perseguidor, la película basada en el cuento de Julio Cortázar inspirado en la vida de Charlie Parker. La vida también le permitiría conocer a Cortázar en París, en 1962, y a frecuentarlo hasta su muerte: “Al lado de la vitalidad de Julio, cualquiera parecía depresivo”.

Hacia mediados de la década del 50 fue músico de la banda de Lalo Schiffrin –mucho antes de que este decidiera salir al mundo a hacer cosas como la música de Misión Imposible-. En septiembre de 1962, con Michelle, su mujer, decidió radicarse en Europa. En Roma conoció a Don Cherry -que en ese entonces tocaba con Sonny Rollins-, escuchó a Barbieri y descubrió en él a un verdadero músico de jazz. Dos años después, estando en París, un amigo le preguntó con quién le gustaría tocar y respondió: “Con Don Cherry”. Ese mismo día se encontraron de casualidad en un club y comenzaron a improvisar juntos. A partir de esa noche el Gato empezó a tocar con ese conjunto líder del free jazz. Barbieri no sabía una palabra de inglés, y sin embargo se entendió perfectamente con Cherry desde el primer momento. Se radicó en Nueva York para depurar su estilo de improvisación y grabar con importantes referentes del jazz.

Una noche, hablando con su amigo, el director de cine Glauber Rocha, se refirió a su condición de doblemente extranjero: de un país —Estados Unidos— y una música, el jazz. Los negros habían aceptado al Gato porque era argentino, un subdesarrollado que tenía problemas similares a los suyos. Pero le faltaba dar otra vuelta de tuerca, volver a las fuentes e inspirarse en la música popular del Tercer Mundo. Con The Third World, de 1970, inició ese camino. Luego vendrían The Phoenix y El pampero. Compuso temas dedicados a Bolivia, al Che, al norte de Brasil, tocó Luna tucumana entrelazándola con El arriero, enganchó un bolero con un tango, recorrió con soltura todas las libertades que les permitió la música de estas tierras.

Cuando tocaba en nuestro país solía hacerlo acompañado por el brasileño Naná en berimbao y el folklorista argentino Domingo Cura en percusión. No le daba indicaciones a sus músicos, dejaba que la música fluyera: “La música de jazz se hizo casi sin hablar. Si a un músico yo le hablo mucho, lo puedo bloquear. Por ahí no va a tocar tan bien, pero va a ser él”.

Nueva York fue el lugar del mundo que eligió para vivir, “porque allí está el jazz, al fin y al cabo”, decía. Pero a partir de la banda de sonido que compuso para la película Ultimo tango en París, de Bernardo Bertolucci, estrenada en 1972, su éxito se extendió al mundo entero. La experiencia de hacer la banda sonora de un filme fue nueva para él. El tema musical más emblemático del film tuvo cerca de 150 versiones. La película fue el comienzo de una fama que sobrepasó sus aspiraciones: la A&M le hizo un suculento contrato para que grabara algunos discos donde fusionara el jazz y el pop; se le abrieron escenarios impensados pero que también lo obligaron a compromisos indeseables, como hacer frente a ese aluvión de entrevistas en las que tenía que batallar duramente contra esa tartamudez que se negaba a quedar atrás como su infancia.

Era capaz de arrancar al saxo gritos incomparables o hacerlo sonar como una quena boliviana. Sobre el escenario no buscaba la primacía de una estrella, quería que sus músicos también se lucieran: “En una época se decía que la música es el arte de combinar sonidos. Para mí es el arte de combinar los músicos en el sentido de que cada músico es como un sonido”.

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