Cultura

Gioconda Belli y el país de las mujeres

Es la poeta y novelista nicaragüense de mayor renombre internacional. Fundó un país imaginario en el que el Partido de la Izquierda Erótica, encabezado por mujeres, intenta transformar la realidad.

La vida, es sabido, tiene una lógica esquiva; una lógica que parece de a ratos imposible de narrar. No obstante, la vida de Gioconda Belli cobra sentido en un momento preciso: el día que descubrió la poesía. Como un golpe seco que la hubiera dejado tumbada en el suelo, supo de repente que sería poeta, no solo por el oficio de versificar sino fundamentalmente por haber descubierto una manera distinta de nombrar la vida.

Gioconda Belli nació en Managua el 9 de marzo de 1948. Desde su primer libro, Sobre la grama, publicado a los 24 años, consideró sin tapujos que debía darse al mismo tiempo el cambio de mirada sobre la sexualidad y las transformaciones sociales profundas.

Alguna vez, el historiador británico Eric Hobsbwawm señaló que en época de revolución, nada tiene más fuerza que la caída de los símbolos. Cuando se habla de la revolución sandinista, llevada a cabo en julio de 1979, una de las primeras imágenes que difundió la prensa internacional fue el derrumbe de la estatua del dictador Anastasio Somoza García, ubicada en el sector norte del Estadio Nacional de béisbol de Managua; lo que significó, asimismo, el fin de uno de los regímenes más oprobiosos que se hubiese desatado en América Latina.

Gioconda Belli se descubrió poeta y revolucionaria al mismo tiempo. Fue durante la década del 70. Hasta los 20 años formaba parte de un mundo al que aborrecía: “Hice todas las cosas según el programa que me habían asignado, es decir, me casé, tuve niños, etc. Básicamente, me sentía como un electrodoméstico más”. La primera vez que se exilió, en 1975, tenía 25 años. Pero los horizontes tan bruscamente abiertos por la Revolución cambiarían para siempre su futuro y cuando empezó a escribir poesía, conoció un ambiente nuevo: el de los artistas, pintores y músicos de Managua.

“Todos ellos andaban conspirando”, recuerda la autora de El país bajo mi piel. En Nicaragua, antes de la llegada al poder del Frente Sandinista de Liberación, ya existía un medio intelectual preocupado en crear una base cultural que sostuviera al movimiento revolucionario, especialmente, en el terreno de las ideas. Gioconda Belli aterrizó en esa situación, pero no le fue muy difícil adaptarse; para una inmaculada moralina académica, su poesía ya causaba mucho escándalo. Pero ella concibió desde un principio la literatura como una revelación: la de contar, desoyendo los discursos del deber, su verdad.

A Gioconda Belli no le interesaba encajar en las relaciones sociales, pero apreciaba mucho a sus amigos. En esa época, alguno de ellos le había prestado libros que definitivamente la transformaron como persona: Los condenados de la tierra, Las venas abiertas de América Latina, Cien años de soledad; entre otros. Más adelante, confesaría: “Todas aquellas lecturas me hicieron sentir muy latinoamericana y conectarme con la palabra y el oficio del escritor de una manera diferente”. Tiempo después conocería a todos esos autores. Acaso con el que tuvo una relación más entrañable fue Julio Cortázar, con quien participó como jurado del Premio Casa de las Américas en Cuba. De hecho, el escritor argentino viajaría muchísimas a Nicaragua y, en 1984, enamorado de la locura revolucionaria, escribiría Nicaragua, tan violentamente dulce, una bitácora algo desordenada de sus lazos con el sandinismo y la idiosincrasia nicaragüense.

Cortázar fue el primero que hizo notar que Nicaragua era el país con mayor cantidad de poetas por metro cuadrado. Durante décadas, la poesía se había convertido en un deporte nacional. “ El único héroe que tuvimos durante muchísimos años en Nicaragua fue Rubén Darío”, afirmó Gioconda Belli y agregó: “Aquí el calificativo de poeta es honorífico. Aquí te llaman poeta en la calle y la gente tiene una enorme devoción por la poesía. Tenemos un festival cada año que es impresionante porque la gente se queda por horas escuchando poesía en perfecto silencio”. La última vez que se encontraron con Cortázar, caminaron juntos por las calles de París, como dos amigos que intentan preservar todo lo hermoso que la vida les ofrece. Gioconda Belli se jacta con orgullo de afirmar que Nicaragua era el verdadero país de los cronopios. Como en Rayuela, su vida puede leerse desde cualquier parte hacia adelante o atrás, con tantos matices y niveles como la vista alcance.

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