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Guillermo Rico, un grande del buen humor

Integró el exitoso grupo denominado “Los cinco grandes del bueno humor”, integrado por los reyes de la comedia cinematográfica argentina de los años 50.

Hacia el final de su vida -ya pasado los 80 años-, Guillermo Rico decía que podía recitar sin error 600 tangos. Pero no pasará a la historia por eso, sino por haber integrado uno de los más famosos grupos de actores de los años 50, “Los cinco grandes del buen humor”, junto a Jorge Luz, “Pato” Carret, Zelmar Gueño y Juan Carlos Cambón.

Nació en Lanús el 10 de febrero de 1920. Debutó en un escenario a los 17 años cantando tangos en el Club Talleres de Remedios de Escalada, en una de esas noches lo vio el director de Los Bohemios y le pidió que fuera el cantor del grupo. Era el músico Mario Pugliese quien, con los años, dejaría para siempre la música y se dedicaría a la astrología. Al poco tiempo, Guillermo Rico también dejaría la música para dedicarse enteramente a la actuación. Al principio fue imitador en el programa de radio La caravana del buen humor, luego comenzaría un largo periplo en el cine cuya primera película fue El fabricante de estrellas.

Realmente tenía talento para el canto, por eso, aún cuando se había convertido en un actor conocido, le seguían llegando propuestas. Algunas de ellas, difíciles de resistir, como la invitación de Francisco Canaro de ser el cantor de su orquesta. Rico dio el sí, pero para mantener separadas sus apariciones como actor y como cantante, para cantar adoptó el seudónimo de Guillermo Coral. Varias grabaciones dan cuenta de esta etapa. Algunos de los tangos que quedaron registrados con su voz son: Muriéndome de amor, Tristeza criolla y En la noche de tus ojos.

Tenía 21 años cuando se incorporaría a una troupe que cambiaría para siempre su vida: “Los cinco grandes del buen humor”. Era el galán del equipo, un papel sostenido por su atildada estampa y la gran simpatía que irradiaba. Allí pudo sintetizar sus dos pasiones: la actuación y el canto. Imitaba a las grandes voces del tango de la época. Tenía una precisión que asombraba a los propios imitados: Hugo del Carril, Alberto Castillo y Roberto Rufino, entre otros.

El grupo de cómicos alcanzó un éxito con pocos precedentes en la historia de nuestro cine. Juan Carlos Cambón era un pianista tiznado de melancolía; Jorge Luz tenía una gracia vertiginosa que pasaba sin dificultad de la ironía a la ternura; Zelmar Guiñol era el intelectual del grupo; Rafael Carret era llamado el “Pato” porque doblaba en nuestro idioma al Pato Donald; y Guillermo Rico era el imán de todas las mujeres en el momento que se largaba a cantar. Las 13 películas que hicieron fueron estrenadas como acontecimientos de gran popularidad a los que concurría toda la familia.

Ya octogenario, Guillermo Rico compartía sus anécdotas en un pequeño despacho que ocupaba en la Asociación Argentina de Actores, donde se ocupa de controlar las cuentas de la entidad. El dramaturgo Roberto Cossa recuerda haberlo visitado en esa época: “Su caminar era naturalmente más cansino y la vista no era la de antes. Pero Guillermo Rico conservaba todas sus neuronas en movimiento, tanto para recordar anécdotas, citar frases ajenas o lanzar réplicas ingeniosas. Y en cuanto se aflojaba, fraseaba un par de versos para demostrar que mantenía intactas sus condiciones de imitador inigualable”.

Guillermo Rico era un profundo conocedor de las letras tangueras, y concluía melancólicamente que muchos cantores no saben lo que cantan. Para probar su afirmación, ilustraba con ejemplos. Decía, por ejemplo, que Alberto Arenas, el cantante de Francisco Canaro, nunca entendió la palabra “silencio” utilizada con acento trágico por Discépolo y en una versión del tango Sin palabras cantó: “Es un silencio que abre heridas de una historia”. No podía evitar la carcajada cuando recordaba a Carlos Roldán, quien creyó siempre que en el tango Primero campaneala el sustantivo “potiem” - tiempo escrito al revés-, era una palabra francesa y entonces pronunciaba “le fotié”. Su atrevimiento llegaba a fustigar nada menos que a Julio Sosa quien, según Guillermo Rico, había cometido un verdadero estropicio al cantar Cambalache, confundiendo a Stavisky -un estafador ruso- con el músico Sravinsky y a Carnera -campeón mundial de box en la década del 30- por Carrera -un billarista-; además de cantar “se vamo a encontrar”, en lugar de la letra original que decía “nos vamo a encontrar”. Guillermo Rico era muy divertido no sólo como actor, sino también cuando hablaba de tango.

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