cultura
Haroldo Conti un escritor al que no lograron hacer desaparecer
Pese haber sido secuestrado en 1976, es un autor cuyos libros siguen siendo leídos como una de las grandes obras escritas en nuestro país.
Haroldo Conti escribió alguna vez que la vida de un hombre es un miserable borrador, un puñadito de tristezas que cabe en unas cuantas líneas. Pero a veces, así como hay años enteros de una larga y espesa oscuridad, un minuto de esa vida puede ser una luz deslumbrante. Maestro rural, director teatral, profesor de Filosofía y Latín, entre otros tantos oficios, fue alguien que encontró en los caudales de la literatura un poder que asegura la perduración- como una forma de imponer la verdad y de hacer justicia- para evitar el olvido. Vale decir, para triunfar sobre la muerte.
Hijo de Petronila Lombardi y Pedro Conti- tendero ambulante y fundador del partido peronista de Chacabuco-, Haroldo nació el 25 de mayo de 1925. A los 15 años, ingresó al Seminario Metropolitano Conciliar: fue alumno de una escuela de pupilos. Por entonces, no había cine, y sus compañeros reemplazaban esa diversión dominical con funciones de títeres. Así empezó a ocuparse de escribir los libretos que, como en todas las folletines, se acababan en el momento de mayor suspenso y se continuaban al domingo siguiente. Sin embargo, descubrió definitivamente su vocación literaria a través de su padre: “Él era un viajante, un tendero ambulante y yo salía a recorrer el campo con él; se encontraba con la gente y antes de venderle nada se ponía a charlar y contar cosas. Así recibí el hábito de contar oralmente”.
Un día en el colegio se le ocurrió escribir una novela misional, sobre aventuras de misioneros en tierras extrañas. La novela se llamó Luz en oriente. Nunca llegaría a saberse si efectivamente la terminó. No obstante, cuando ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras se inauguró una época de silencio en la que se dedicó a estudiar y, voluntariamente, dejó todo ese tipo de inquietudes literarias. Por ese camino, reconoció muchos años después, acabó siendo un triste profesor de escuela secundaria. En ese interregno apareció el teatro, aunque su experiencia fue dramática: en ese momento la Municipalidad de Buenos Aires había organizado jornadas de teatro leído en el Teatro Odeón. Se seleccionaban obras de autores noveles y se leían al público. Lo lamentable era que el público estaba constituido por aquellos que habían sido rechazados en el concurso; en cuanto los actores comenzaban el parlamento, los del público, que estaban seriamente encolerizados, se levantaban y empezaban a despotricar contra la obra.
En 1962, publicó su primera novela, Sudeste. Fue quizás la novela suya que más le haya importado. Aunque, también le gustaba pensar que cada novela suya era un pedazo de su vida: “Vidas que he vivido con la misma intensidad con la que se vive una vida. En la medida en que quiero esas vidas, quiero esas novelas”. Lo cierto es que tuvo otras influencias literarias vitales: viajó dos veces a la Cuba revolucionaria; luego aparecerían Mascaró y La balada del álamo Carolina, ambas novelas resultado del mismo influjo. En 1972 rechazó la prestigiosa beca Guggenheim, objetando a través de una carta que sus convicciones ideológicas le impedían postularse para un beneficio que, con o sin intención expresa, resultaba cuanto más no sea por fatalidad del sistema, una de las formas más sutiles de penetración cultural del imperialismo norteamericano en América Latina.
Vivió su pasión por la escritura dolorosamente, con un gran esfuerzo, incluso físico. Sin precisar del todo sus riesgos ni sus propias exigencias, se volvía huraño, fastidioso. Escribía porque no tenía más remedio. En un reportaje para el diario La Opinión, confesó: “ Escribo o me muero. Es como estar embarazado, supongo. Después uno pare y se acabó. Se siente mejor, más aliviado”.
Le advirtieron en octubre de 1975 que las fuerzas armadas lo tenían en una lista de "agentes subversivos". La advertencia se repitió por distintos conductos en las semanas siguientes y, a principios de 1976, era ya de dominio público en Buenos Aires. Por esos días, le escribió una carta a Gabriel García Márquez: "Martha y yo vivimos prácticamente como bandoleros, ocultando nuestros movimientos, nuestros domicilios, hablando en clave". Y terminaba: "Abajo va mi dirección, por si sigo vivo". Esa dirección era la de su casa alquilada en el número 1205 de la calle Fitz Roy, en Villa Crespo”.
En ese domicilio, el 5 de mayo de 1976 fue secuestrado por la dictadura militar de su departamento de la Calle Fitz Roy. Hasta hoy, su nombre permanece en la lista de desaparecidos.