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Héctor Panizza, el músico que todos cantan de pie y pocos recuerdan

Es el creador de Aurora, la canción a la bandera. Fue un gran director de ópera que descolló en el Teatro Colón, el Scala de Milán y el Covent Garden de Londres, entre otros grandes escenarios.

Héctor Panizza nació el 18 de agosto de 1875 en Buenos Aires, hijo de inmigrantes italianos. Su padre, Giovanni Grazioso, era chelista, un fino amante de la música que, al ver las habilidades naturales de su hijo, se decidió a mandarlo a hacer su formación en el Conservatorio Giuseppe Verdi, de Milán.

Ettore –así lo llamaban en Italia–, estudió piano, composición y dirección orquestal. Su pasión por el estudio y un talento que se agigantó con los años lo volvieron uno de los máyores directores de ópera del siglo veinte. A los veintidós años compuso Il fidanzato del mare, que le abrió muchos escenarios europeos y le permitió debutar como director en Roma, marcando el inicio de un periplo fulgurante que incluiría muchas de las salas más prestigiosas del mundo: La Scala, de Milán, el Covent Garden, de Londres, y el Metropolitan Opera, de Nueva York, entre otras. Pero, para Héctor Panizza, su parábola artística llegó a su punto más alto cuando pudo volver a su país y ser recibido como una celebridad en el Teatro Colón.

El 5 de septiembre de 1908, Hector Panizza estrenó en el Teatro Colón lo que sería la primera ópera argentina: Aurora. El tenor fue Amadeo Bassi. Para el libreto, Panizza recurrió a Luigi Illica, quien había trabajado con Giácomo Puccini. El libreto, en tres actos, estaba escrito en italiano y recién se tradujo en 1943. La ópera cuenta la trágica historia de amor de un patriota de la Revolución de Mayo, llamado Mariano, quien se enamora de Aurora, hija de un soldado español. Panizza se decidió por ese nombre para su ópera, no solo porque así se llama la protagonista femenina de su historia, sino también porque quería simbolizar la aurora de nuestra patria. Fue tanta la popularidad de la obra que fue espontánea la adopción popular del aria principal como canción dedicada a la bandera. El gobierno surgido del golpe de 1943 la convirtió en canción oficial. Hoy en día, son muy pocos los que saben que Alta en el cielo fue compuesta por un tal Hector Panizza, y que la pieza integra una obra lírica de largo aliento.

Entre 1908 y 1955, Héctor Panizza hizo cerca de 600 funciones en el Teatro Colón. Creó la Orquesta Filarmónica de ese teatro, un centro de experimentación –que recién se inaugu­raría en los 90 bajo la dirección de Sergio Renán–, y logró que los músicos del Colón salieran de gira por el país. Cuando la sordera empezó a aquejarlo, dejó el teatro. Y el país.

La vida de este curioso compositor puede reconstruirse con la lectura de una biografía escrita por Varacalli Costas y De Filippi, una investigación que demandó a sus autores más de dos años. Fue una búsqueda acuciosa entre rastros aislados, raquítica documentación y casi inexistencia de fotos. Sí se pudo comprobar que Panizza sentía terror por los aviones, por lo cual todos sus viajes se hacían en barco. Por tanto, cruzar el Atlántico o el Pacífico le llevaba larguísimas temporadas que él aprovechaba para componer. Su repertorio era de una variedad que abarcaba óperas italianas, francesas, inglesas, rusas, checas. Cuando dirigió en el teatro San Carlo de Nápoles, el mecenas anglo-francés Frédéric d'Erlanger quedó tan fascinado con el músico argentino que lo hizo nombrar como director del repertorio italiano en el Covent Garden. Poco después, sería contratado por el Metropolitan de Nueva York, cargo por el que estaba tan orgulloso que rechazó una propuesta que, en otro momento, le hubiera resultado irresistible: director de la Ópera de Viena.

Trabajó con Arturo Toscanini en la reapertura del Teatro de la Scala y fue codirector de la primera temporada de ópera. Entre los dos seleccionaban las obras que se presentaban en la sala. El gran maestro italiano dirigió en Buenos Aires, 1905, una ópera del argentino, Medioevo latino, en Buenos Aires.

Héctor Panizza murió en Italia el 27 de noviembre de 1967. Dejó una docena de discos, el respeto en la memoria de algunos de los melómanos más exquisitos del mundo, un puesto en la Academia Nacional de Bellas Artes y una canción patria que los niños de todas las escuelas argentinas aprenden con la emoción de quien estrena el orgullo de pertenecer a esta tierra.

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