cultura
Joaquín Sabina y una admiración argentina
Raúl González Tuñón es el poeta de cabecera del cantor español, quien conoció su poesía gracias a las canciones de otro argentino, el Tata Cedrón.
Gracias a un disco del Cuarteto Cedrón, Joaquín Sabina se enteró de la existencia de un tal Raúl González Tuñón. Fue por entonces que los versos de ese poeta “quedaron para siempre grabados en la piel del corazón de la memoria”. Y la admiración de Sabina por Tuñón es tan persistente, honda y verdadera que llegó a decir: “Le deben todo mis canciones”. El cantor se cabrea porque al poeta argentino lo leen poco sus cofrades, lo ignoran mucho los poetas: “Y porque no saben nada los que saben, porque lo quiero tanto todavía, por su muerte tan viva y tan insomne, porque me hace llorar a pleno día, por los años impíos y fugaces, por la primera piedra en tantos barrios, por mi guerra de España tan perdida, por su Rosa Blindada, porque todos somos humanos, inhumanos, fatalistas, sentimentales, inocentes como animales y canallas como cristianos”.
Raúl Gonzalez Tuñón nació el 29 de marzo de 1905 en la calle Saavedra 614, de la ciudad de Buenos Aires, en una casa que tenía dos patios y un níspero. Se crió oyendo los pitazos de los trenes; lo que siempre le trajo un sentimiento muy especial, cuyo significado poético recién reconoció muchos años después.
Su abuelo Manuel Tuñón era un minero de Asturias, nacido en Mieres. Por sus ideas socialistas tuvo que emigrar a Argentina. Todos los domingos el abuelo llevaba al nieto a la dársena del puerto de Buenos Aíres, para comer pescaditos fritos y ver los barcos. Allí Raúl comenzó a soñar con viajar. Pero no solo eso le legó su abuelo, sino también las ideas políticas que navegaron en su sangre hasta el final.
Siendo estudiante del Colegio Nacional de Buenos Aires, Raúl participó en la primera huelga, cuando tenía 13 años. Era el año de la Reforma Universitaria, cuyas ideas iluminaron bruscamente su conciencia: “Creo que no es uno el que se mete en la época, es la época la que se mete en uno, con sus ráfagas puras e impuras”. Era un gran repentista, y con la compulsión del cronista dejaba registro poético de los hechos que sacudían a su país y al mundo, sin importarle que lo acusaran de poner en riesgo la pureza y calidad de su poesía.
Durante décadas ejerció el periodismo. Alguna vez dijo que, salvo sobre ajedrez y música, en el diario Crítica había escrito sobre cualquier tema. Daba cuenta, sobre todo, de los dramas sociales sufridos por nuestro país. Una serie de sus artículos trató sobre “La ciudad del hambre”, la primera villa miseria de Buenos Aires: “En ese lugar escribí páginas impresionantes; presencié la locura de un amigo mío que se cortó las venas con una latita de té Sol. Yo iba como un desocupado más, porque los periodistas se burlaban de ellos y Pepe Arias los ridiculizaba en el teatro Maipo. Natalio Botana, que era un genio, me dijo: Raúl, andá con alpargatas, ponete un suéter viejo y dejate crecer la barba. Andá como un desocupado más; si no, no te van a dejar entrar. Y así lo hice”.
Estaba convencido de que el mundo está condenado a cambiar de acuerdo a un proceso dialéctico. No creía que todo tiempo pasado fuera mejor, pero sí estaba seguro de que “siempre hay algo que fue mejor, entrañable, que es lo que merece perdurar y forma la base sutil de ese sentimiento tan puro que es la nostalgia”.
El director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain dijo de Raúl González Tuñón: “Es un gran poeta. De semejante intensidad que pudo sobrevivir tanto al ninguneo de los dueños ideológicos de la pelota cultural que lo tachaban con negro, como a los dogmas de la disciplina partidaria que lo subrayaba mal y con rojo. Como el pasto que vuelve y vuelve entre y pese a las junturas de los adoquines, la poesía de Tuñon tiene algo de invencible y de verdadero”.
El 14 de agosto de 1974, a los 69 años se fue el hombre celebrado por Pablo Neruda –quien dijo: “Raúl fue el primero que blindó la rosa”-, Miguel Hernández y Federico García Lorca. Un poeta sin el cual Joaquín Sabina reconoció que no habría podido encontrar su camino. Los que lo vieron irse dicen que murió como un niño.El propio Tuñón lo vaticinó en unos versos: “Para él fue la muerte como el último asombro. Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido, y un pájaro en el hombro.”