Cultura

Jorge Luis Borges y la ciencia

No solo su nombre está en numerosos textos científicos y de divulgación, sino que su literatura tiene temas y procedimientos que fueron tomados como objetos de estudio por la ciencia.

Cuando le preguntaron al Premio Nobel Mario Vargas Llosa por un escritor de lengua española cuya obra perduraría, no titubeó: “Jorge Luis Borges”. Cuando uno lee a Borges, tiene la impresión de que nada falta ni sobra; sus historias muestran el vastísimo horizonte de imaginación y la formidable cultura de un escritor único en nuestra lengua.

La ciencia está muy presente en la obra borgeana. Es interesante recordar, por ejemplo, La biblioteca de Babel para ilustrar las paradojas de los conjuntos infinitos y la geometría fractal, o recurrir a Funes el memorioso para encontrarse con curiosos sistemas de numeración. Es que su literatura no se desarrolla con tranquilizadoras confirmaciones de lo que ya sabemos, sino que busca ampliar los horizontes del conocimiento.

En el libro Borges y la física cuántica, Alberto Rojo alude a El jardín de los senderos que se bifurcan como el ejemplo más deslumbrante de este entrecruzamiento de Borges y la física. Publicado en 1941, este cuento se anticipa de manera prácticamente literal a la tesis de doctorado de Hugh Everett, dada a conocer en 1957 con el título de “Relative State Formulation of Quantum Mechanics”. Las leyes de la mecánica cuántica describen el comportamiento del mundo microscópico: un mundo en el que los objetos son tan livianos que la presión de un haz de luz puede ocasionar su desplazamiento. Tanto en la descripción del mundo macroscópico como en la del microscópico, se busca determinar el estado de un objeto, solo que en el primero se habla de trayectoria, y en el segundo, de las probabilidades de las trayectorias. En nuestro mundo cotidiano enfrentamos situaciones en las que el azar juega un papel crucial y cuya descripción requiere un lenguaje probabilístico: predecir de qué lado cae una moneda, por ejemplo. Comprobaremos que la mitad de las veces caerá hacia un lado y la otra mitad hacia el otro. Sin embargo, la mecánica cuántica admite la posibilidad de que el átomo se encuentre en una superposición de estados antes de ser observado y en un estado definido después de ser observado. La única solución a esta paradoja está contenida en la teoría de Everett, quien creía en una red vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos.

Es notable cómo Borges presenta la idea central de manera casi idéntica. En un pasaje de El jardín de los senderos que se bifurcan, señala: “En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en las del casi inextricable Tsu Pen (protagonista del relato), opta simultáneamente por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan”.

Borges fue el primero en formular una alternativa al tiempo lineal, la más aproximada a la teoría de Everett. Un fascinante paralelismo que nos muestra que las estructuras de ficción razonadas en algunos de sus cuentos destilaron teorías en proceso de gestación, burlando los paradigmas que insisten en que la ficción no puede conciliarse con lo científico.

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