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Juan Alberto Badía, el mejor amigo de los Beatles

Fue el mayor difusor en Argentina del cuarteto de Liverpool, pero además resultó un gran promotor en radio y televisión de la música nacional en todos sus géneros.

Sentado junto a una vieja estufa, con la mirada caída mientras jugaba con sus hermanos a las bolitas, a Juan Alberto Badía le gustaba alejarse hacia un horizonte donde no tenía otra edad que la de su silencio. Su casa de la infancia estaba en Gaona y Güemes, en Ramos Mejía, partido de La Matanza. Medianera de por medio, María Elena Walsh vivía con su madre y su hermana. La señora Walsh hacía una tarta de manzana irresistible, pero él la odiaba: cada vez que una Pulpo caía del lado de su patio y pegaba cerca de alguna maceta, la señora inmediatamente agarraba la pelota y la exhibía arriba de un mueble, como una especie de trofeo de guerra. La casa de Gaona y Güemes terminó convirtiéndose en un banco, aunque la nostalgia de aquel paraíso lo acompañó hasta el final.

Juan Alberto Badía ya era un adolescente cuando, gracias a su amigo Alberto del Priore, primo hermano del locutor Oscar del Priore, escuchó por primera vez al grupo de rock que le cambiaría la vida, los Beatles. En Argentina tardaron mucho en hacerse conocidos. De hecho, la masividad llegó cuando se separaron, en abril de 1970, tras una presión acumulada durante largos meses y el descontento con las labores de producción del último disco en manos de Phil Spector. Un año después, Badía juntó a sus amigos y comenzó a hacer un programa que les rendía culto, con el fin de que la gente no los olvidara.

En 1993 tuvo la posibilidad de viajar a ­Toulon, Francia, para entrevistar a Paul McCartney. Después de saludarse, el exintegrante de los Beatles le preguntó en voz baja: “Ya escribiste un libro de John, ¿cuándo vas a escribir el mío?”. Esa misma tarde, Badía había comprado un Anfier, un sofisticado dispositivo de traducción simultánea. Cuando arrancó la entrevista, estaba tan nervioso que descuidó uno de los auriculares y se le cayó al piso; McCartney, en vez de esperar que lo recogiese, se quitó el suyo y continuaron hablando él en inglés y Badía en español. El reportaje fluyó de tal manera que no necesitó traducción.

“Juan Alberto Badía fue el primero de otra época en oler el cambio en el aire y abrirle la puerta de los medios masivos a una generación nueva que asomaba para cambiar de manera irreversible la cultura de este país. Empezó en los 70 subiéndose a un escenario para contar la historia de los Beatles, y una década después tenía un programa de televisión ya legendario desde el que presentaba al rock nacional en su mejor momento. Todos pasaron por ahí y él estuvo con todos”, escribió el periodista musical Sergio Marchi. Uno de sus hitos radiales fue Flecha juventud, un programa que se emitía todas las noches por Radio del Plata y que acompañó a una generación entera de argentinos. “Teníamos la música antes que nadie”, recordaba Badía. “Mi amigo Dardo Ferrari tenía al padre en Estados Unidos y me mandaba discos. Triunfó no solamente porque yo les cambiaba el nombre a algunos artistas; en definitiva, lo que prohibían eran los libros, no lo que se escuchaba en la radio”.

Dijo alguna vez el ensayista Horacio González que la historia puede cesar en sus flujos materiales, pero no como recuerdo colectivo. Badía y compañía se emitió por última vez a finales de 1988 y, aunque la televisión haya cambiado mucho desde entonces, nunca perdieron vigencia las palabras de despedida de su conductor emblema: “La música es una cosa maravillosa que nos ha permitido sobrevivir tanto tiempo, un argumento que jamás dejará de tener la televisión”.

El programa de la democracia

En la televisión, su presencia marcó un antes y un después. La mayoría de sus televidentes aún asocia a Badía y compañía como el programa de la democracia. El ciclo se gestó a finales de 1982, pero su conductor venía madurando la idea de llevarlo a cabo muchos años antes. En aquel momento, don Pedro Escudero era director artístico de Canal 9 y estaba profundamente obsesionado con lanzar un programa ómnibus, bajo una sola condición: que estuviese conducido por Juan Alberto Badía.

El éxito televisivo fue de semejante magnitud que dicho programa llegó a durar ocho horas. Y siempre en vivo. Con musicales, reportajes, sketches, escenarios y recitales, donde asistieron innumerables leyendas del rock nacional y la música popular. Al mismo tiempo, existía una hoja de ruta que craneaba Marisa, hermana de Juan y productora general del ciclo, y se ramificaba en diferentes áreas a través de un equipo de periodistas que cubrían diferentes temáticas que se proponían cada sábado. Como los caudalosos pájaros que siempre trae el verano, Badía y compañía significó una bocanada de aire fresco para un país cuyas heridas aún no habían cicatrizado.

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