CULTURA
Juan Carlos Gené, un ejemplo de actor y dirigente sindical
Fue un renombrado actor y guionista de cine y televisión, pero además presidió inolvidablemente la Asociación Argentina de Actores.
El teatro irrumpió en su vida con una luz que, aunque algo difusa, iluminaba el aire contaminado y gris que veía por la ventana del departamento familiar. De alguna manera, esa luz borró para siempre la rutina, la mediocridad, y lo volvió todo distinto, renovado. Juan Carlos Gené nunca creyó que esa aparición imprevista en su vida haya sido casual. Descubrió su destino alrededor de los 17 años. Antes, su entusiasmo estaba ceñido a la música, pero a partir de esa edad empezó a interesarse en el teatro y a indagarlo como espectador y lector. Poco tiempo después, hizo su primera experiencia sistemática estudiando con Roberto Durán, a quien consideró su maestro inicial y decisivo en su vida profesional.
Desde ese momento, se sintió tan absolutamente expresado en el hecho teatral que todo otro interés desapareció de forma irremediable. A Gené le gustaba recordar una frase que Louis Jouvet, un gran actor y director francés que había tenido mucha influencia en la formación de su generación, decía a propósito de la vocación del hombre: “La vocación es algo que solo puede ser testimoniado por alguien en su lecho de muerte”. Aunque, con el paso del tiempo, se dio cuenta de que el alimento que saciaba su apetito no estaba en ninguna parte, salvo en la profesión que había elegido.
En la década de 1960, se destacó en la pantalla chica a partir de su actuación en Hamlet para el ciclo Alta comedia. Debutó como guionista televisivo con Cosa juzgada, un mítico ciclo protagonizado por un grupo de actores reunidos en la compañía Gente de Teatro, entre los que se hallaban Federico Luppi, Marilina Ross, Norma Aleandro y Carlos Carella. El programa, dirigido por David Stivel y emitido semanalmente por canal 11, fue un éxito rotundo. Recreaba en clave de ficción casos judiciales reales basados en investigaciones realizadas por la escritora Martha Mercader. En ese marco, Gené se encargó de la mayor parte de los libretos, que aún se conservan; no sucedió lo mismo con los tapes de los programas, que fueron destruidos durante la dictadura cívico-militar.
Su pasión voraz por la actuación y la escritura se combinó con su interés por la política. Además de erigirse como uno de los mayores promotores del teatro latinoamericano, en 1971 asumiría la presidencia de la Asociación Argentina de Actores. A raíz del golpe de Estado, fue condenado al exilio y se radicó en Venezuela. Los comunicados de amenazas de la Triple A no comenzaron en 1976, año en que se marchó del país, sino que lo acosaban de mucho tiempo antes. El factor decisivo de su partida fue haber sido informado oficialmente de que no iba a poder trabajar más; además, se le advirtió que integraba una lista, emanada de la Secretaría de Información Pública, de personas que no podían trabajar en medios de difusión en los cuales el Estado tuviera alguna injerencia: “Aparte de un clima particularmente amenazante, comprendí que quedarme significaba ser un muerto civil, en el mejor de los casos”.
El exilio lo sumió en un período de nostalgia corrosiva, anuladora, que duró dos años. Más adelante, teniendo en cuenta que desde que se marchó sabía que tenía que seguir con su vida en otro lado, logró superarlo. Para luchar contra ese desarraigo esterilizante, se dedicó a conocer profundamente los países en los que le tocó vivir y observar el suyo con la perspectiva que daba la distancia, lo que le permitió conocer más ampliamente la problemática latinoamericana. Por entonces, descubrió que su personalidad inequívoca de argentino, inocultable, y con ese matiz tan particular de lo latinoamericano, no había desaparecido en absoluto, sino que, por el contrario, se había engrandecido.
Una de las preguntas que cuanto más se enuncia más enigmática parece, y que todas las generaciones de actores han tratado de dilucidar, se refiere al papel del actor en la sociedad. En ese sentido, Gené estaba convencido de que esa respuesta está implícita, desde siempre, en la presencia constante –a lo largo de milenios– del público frente a los actores: “Algo de lo que hacemos en este juego maravilloso le es necesario a la gente, probablemente sea la única liturgia comunitaria reflexiva que tenga el mundo contemporáneo, de ahí que la gente lo necesite”.