cultura

La censura a lo largo de la historia

La prohibición de las ideas que promueven el cambio social es una constante de los regímenes autoritarios que asfixian la vida intelectual para permanecer en el poder.

Instituido en Roma por Servius Tullius, el puesto de Censor era una derivación del recuento y clasificación de los ciudadanos. Hasta ese momento, los cónsules tenían la responsabilidad del censo; la nueva legislación significó un movimiento de los plebeyos para intentar alcanzar las magistraturas más altas. Durante cuatro siglos, los censores fueron magistrados que vigilaban la conducta de los romanos, supervisando ciertos aspectos de las finanzas del gobierno y de la moralidad pública (el origen del significado moderno de la censura). Su trabajo se extendía desde la supervisión de obras teatrales hasta los casos privados de adulterio, practicando el uso intensivo de delatores.

Su poder era absoluto: ningún magistrado podía oponerse a sus decisiones, y sólo otro censor que lo sustituyera podía anular el carácter irrevocable de esas decisiones. Su titular más famoso fue Catón el Censor (234-149 a.C.) quien combatió las influencias griegas, objetó el lujo y solicitó la famosa guerra contra Cartago, además de escribir sobre medicina, leyes y ciencia militar. Según el historiador griego Plutarco, los que eran reprendidos por alguna razón respondían que ellos no eran Catones, es decir, que no eran perfectos. Posteriormente, Cicerón, en su Diálogo sobre la vejez, introdujo como personaje a Catón, a quien presentó como un anciano de espíritu juvenil.

Siglos después, el médico y ajedrecista —se conservó registro de ocho partidas suyas contra los mejores jugadores de su tiempo— Thomas Bowdler pasó a la historia por su empeño en depurar obras literarias, quitando todo lo que creyó inmoral de ellas. En 1818 editó en cuatro volúmenes su Family Shakespeare, una obra que disminuía los textos, haciéndolos aptos para le lectura de niños y adolescentes. Desde entonces, to bowdlerize significó en los diccionarios ingleses un equivalente al acto de limpiar de procacidad o erotismo cualquier obra literaria.

Pero ni Catón ni Bowlder llegaron a los extremos del norteamericano Anthony Comstock, quien emprendió una campaña personal contra el vicio, el adulterio, los anticonceptivos, la prostitución y otros territorios afines. Se autoerigió como reformador y rígido defensor de la tradición moralista de las comunidades de Nueva Inglaterra frente a la “relajación” de las costumbres introducidas en la sociedad estadounidense. Tras obtener la promulgación de una ley en ese sentido, Comstock asumió funciones policiales: se dedicó a abrir correspondencia privada, encarceló a sus opositores y recurrió con perversa asiduidad a diversas argucias ilegales para identificar y detener a los presuntos infractores.

Comstock fue abiertamente combatido por un agnóstico y liberal llamado D.M. Bennett, pero a su vez consiguió enviarlo dos veces a la cárcel: la segunda por haber vendido un folleto que no había escrito ni editado. Asimismo, aunque nunca fue un legislador electo, se atribuye a Comstock la reiterada jactancia sobre los hombres que había encarcelado y sobre las mujeres cuyo suicidio provocó, tras la amenaza de ventilar públicamente ciertos incidentes de adulterio que él y pocas otras personas pudieran conocer. En sus discursos amenazaba incansablemente a los educadores sexuales y a cualquiera que osara desafiar su termómetro de moralidad. Su oposición a las corrientes artísticas de vanguardia provocó sonados escándalos, como la campaña emprendida contra la obra de George B. Shaw Mrs. Warren's profession. También fue responsable en parte de la ola de puritanismo que invadió el país a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Fue autor de Fraunds Exposed (1880), Traps for the Youngs (1883) y Moral Versus Act (1888). En el diccionario inglés Webster ´s, la palabra Comstockery está definida ahora como “preocupación mojigata por combatir la inmoralidad, especialmente en libros, periódicos y fotografías”.

Durante la última dictadura cívico militar padecida en nuestro país, se quemaron públicamente libros en todo el territorio nacional; la hoguera más grande se produjo en Sarandí, donde ardieron más de un millón de libros y fascículos publicados por el Centro Editor de América Latina.

Noticias Relacionadas