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La filósofa que eligió los harapos

Hiparquía es una de las pocas filósofas de la antigüedad de cuyo nombre ha quedado memoria. Se despojó de sus riquezas para dedicarse a pensar sin lastres.

Era una rica heredera, hermana del filósofo Metrocles, pero se dejó arrastrar por la pasión amorosa que le inspiró otro filósofo cínico: Crates, contrahecho y pobre. Pese a las protestas de Crates y a la larga resistencia que éste le opuso, le obligó a casarse con ella, viviendo en adelante ambos como cínicos.

La palabra cínico deriva del latín cynicus y éste del griego kinikós, que significa "perruno". En la actualidad cínico se considera al que actúa con falsedad o desvergüenza. Los filósofos cínicos consideraron que la única preocupación del hombre debe ser la virtud o areté, que es el ideal de la excelencia humana. Solo a través de la virtud se puede alcanzar la felicidad. Con su actitud intentan hacer ver a los demás que lo que creen "normas inamovibles" solo son convenciones sociales obsoletas. La felicidad solo se puede conseguir con la independencia de todo condicionante exterior. La escuela cínica duró toda la antigüedad desde Grecia hasta Roma. Antístenes -que llevaba una manta como toda vestimenta- fue discípulo directo de Sócrates y estuvo presente en sus últimos momentos de vida.

A raíz de adoptar la filosofía cínica, Hiparquía renunció a sus propiedades, a su vida cómoda y llevó una vida al estilo de los filósofos "perros" y andaba en harapos al lado de Crates. Una de las condiciones que Crates le impuso a Hiparquía fue que se hiciera de los mismos hábitos. Para ella eso no representó problema alguno: consiguió harapos sucios y se vistió de esa forma. Se comportaba como una persona generosa y piadosa, que ayudaba a los necesitados.

Una de las premisas de la filosofía cínica es aspirar a la autárkeia (autosuficiencia). Es por eso que su crítica va dirigida directamente contra los lujos, los honores y las convenciones sociales, que nos alejan de una vida conforme a la naturaleza. Solo volviendo racionalmente a la propia naturaleza animal podremos alcanzar este fin ético. Además de la autárkeia, la búsqueda de la apatía, a saber, la impasibilidad ante cualquier afección, terminaba de asentar los principios filosóficos básicos de esta corriente especialmente práctica.

En ese sentido, Hiparquía fue considerada una mujer libertina y contestataria. En una ocasión, estando en un banquete, en la casa de Lisímaco, Hiparquía se enfrentó a Teodoro el Ateo dado que éste no estaba de acuerdo con que una mujer se dedicara a la filosofía y mucho menos que fuera a sus reuniones, olvidando sus deberes domésticos.

El renombre de esta mujer atravesó los siglos en tanto fue una de las primeras mujeres en dedicarse a la filosofía y vivir y obrar en pie de igualdad con su marido, algo inusual para una mujer de su tiempo. Es la única filósofa cínica cuyo nombre trascendió, a pesar de no haber sido la única. En Argentina, durante los años 1988-1999, se editó la revista Hiparquía, publicación de la Asociación Argentina de Mujeres en Filosofía (AAMEF), dedicada a "difundir los trabajos de las mujeres filósofas y revisar al mismo tiempo los subtextos de género de los escritos, sistemas y preconceptos filosóficos del canon."

De Hiparquia no se conserva ningún texto, tan solo se la conoce por fuentes secundarias, y valga decir que es la única mujer a la cual Diógenes Laercio dedica un capítulo entero en su obra “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”. Pero sí sabemos que se dedicó al estudio de la Lógica y se le atribuyen obras como Hipótesis filosóficas (Philosóphon hypothéseis), Epiqueremas (Epicheirémata) y Cuestiones (Protáseis) para Teodoro de Cirene, llamado el Ateo.

Las únicas palabras en primera persona que se conservan sobre esta filósofa, que más que ocupar un espacio masculino, llenó un lugar que ella consideró como incuestionablemente suyo, son las que componen este epigrama del poeta griego Antípatro de Sidón, titulado "A las mujeres": “Yo, Hiparquía, no seguí las costumbres del sexo femenino, sino que con corazón varonil seguí a los perros fuertes. No me gustó el manto sujeto con la fíbula, ni el pie calzado y mi cinta se olvidó del perfume”.

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