CULTURA

Las canciones de Leonardo Favio: cada piba que pase

Hace medio siglo, Fuad Jorge Jury protagonizó uno de los cambios de piel más rotundos de nuestra cultura: del culto cinéfilo y existencialista a los grandes escenarios de la balada romántica.

¿Quién dijo que hay que empezar temprano? Hasta casi sus 30 años, Leonardo Favio solo se animaba a cantar en asados y reuniones informales. Aprendió los rudimentos de la guitarra con algunos trueques por trabajo y armó una ensalada de gustos que solo permitían los años 60: desde Jacques Brel a Los Trovadores de Cuyo, pasando por los Beatles, Facundo Cabral, Carlos Gardel, Chopin y anatemas del “buen gusto” como Leo Dan. Allí, rodeado de amigos o familiares, solía definirse como “un cantor de vuelo bajito”. Sin embargo Vico Berti, que para 1968 ya estaba encargado de componer la banda sonora de El Dependiente, comenzó a meterle fichas. “Vos estás para más”, le decía. Y vaya si estaba para más.

Berti le programó una serie de ensayos con cuatro músicos y, antes de que Favio pudiera tomar alguna decisión, ya tenía armado un repertorio y una gira. Así, Favio preparó sus primeras armas como profesional navegando entre dos mundos. Por un lado estaba La Botica del Ángel, el sofisticado reducto de San Telmo regenteado por Eduardo Bergara Leumann, donde se daban cita el núcleo del Di Tella, el tango impresionista de Horacio Molina y los pioneros del café concert. Simultáneamente, se fogueó en todos los clubes del interior profundo, que son la escenografía de buena parte de sus películas.

A través de Berti, consiguieron una fecha de grabación para el sello CBS: 20 de agosto de 1968. Aquella primera experiencia en el estudio, por cierto, dejó saldos ambivalentes. En alguno de los pasillos se topó con cuatro jóvenes de Belgrano que también estaban grabando su primer simple. Si bien comenzaba con una guitarra zumbona, una de sus dos canciones tenía un potencial dramático que Favio consideró en su sintonía: la evocación de un amigo ausente subrayada por los arreglos de Rodolfo Alchourrón. El cantor tomó nota del grupo Almendra y se encerró a registrar Quiero la libertad y Me siento libre. Vendió menos de 500 copias: un fracaso rotundo para los estándares de CBS.

Los directivos del sello estaban dispuestos a rescindir su contrato, pero un hueco en la agenda propició una segunda oportunidad. Favio la aprovechó. Para el Lado B escogióMi tristeza es mía y nada más, una colaboración con Jacko Zeller de corte beat y existencialista. El Lado A era aquel misil que fue teledirigido al corazón de una generación: Fuiste mía un verano. Era una canción escrita a cuatro manos con Berti en la que, subido al arreglo de Marito Cosentino y la guitarra de Cacho Tirao, Favio evocaba un amor perdido en la Costa Atlántica. El simple era a todo o nada. Y fue todo.

La primera semana de octubre salió a la calle y las ventas se dispararon a la estratósfera. Favio, que estaba metido en el rodaje de El Dependiente, se puso a escribir enseguida con un álbum en el horizonte inmediato. Era la primavera de 1968. “Se sentaba con su guitarra y componía entre las escenas”, decía Aníbal Di Salvo, director de fotografía. “Creo que las compuso todas ahí; estaba allá atrás, en el fondo y fue un éxito increíble”, recordaba.

El espíritu del repertorio comenzó a girar alrededor de una mujer. La platense Carola Leyton no solo era la destinataria de Así es Carolita, sino que incluso colaboraba autoralmente en temas como Alguna vez una canción. Carola tenía buena estrella. En diciembre de 1968, el sello puso el disco en la calle y en cuestión de semanas RCA y CBS tuvieron que unir sus fuerzas para prensar la demanda de vinilos. En la portada, un adusto Favio miraba a cámara en un encuadre rosado y 31 años recién cumplidos. El gran hit fue Ella ya me olvidó, una balada en LA menor sobre la que Favio edificó el crescendo dramático, que es la Piedra de Rosseta de su obra como cantante.

El subidón devino en un segundo long play titulado con su propio nombr, además de una película de Eduardo Calcagno (con las actuaciones de Carola, Emilio Disi, una jovencísima Susana Giménez y su actriz fetiche, Nora Cullen). Había un halo de histeria alrededor de la flamante estrella pop. El único rival de fuste, en ese aspecto, era Sandro. En el invierno de 1969, mientras Sandro surfeaba la ola de Rosa, rosa y Favio copaba las tapas de las revistas del corazón, conformaron el ying y el yang del ídolo nacional y popular. Fundaron la cima de nuestra canción romántica.

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