Cultura

León Benarós, el poeta que amó La Plata

Numerosos libros, canciones y premios sostienen el reconocimiento público que acompaña a este escritor, que fue profesor de Historia del Arte del Colegio Nacional de la Universidad de La Plata.

Hacía pocos días había cumplido los 37 años, cuando recibió un llamado desde La Plata. Era abogado, trabajaba en el Poder Judicial, en San Martín. Pero su vocación era otra: quería ser escritor. Faltaba tiempo para que Pablo Neruda dijera de él: “León Benarós dio al romance su verdadera magnitud, alcanzando un nivel que ni el mismísimo García Lorca había tratado de profundizar”. Sin embargo, ya había publicado algunos libros, colaboraba con la revista Sur, había ganado la Faja de Honor de la SADE y el Premio Municipal de Poesía –con un jurado compuesto por Jorge Luis Borges, Pedro Henríquez Ureña, Baldomero Fernández Moreno, Victoria Ocampo y Ezequiel Martínez Estrada-. El llamado lo puso feliz: le avisaban que había sido designado profesor de Historia del Arte del Colegio Nacional de la Universidad de La Plata.

Eran atípicas las clases de León Benarós. Prefería la experiencia a la teoría. Creía, como Goethe, que “es gris toda teoría y solo el árbol de la vida es verde”. En lugar de explicar el estilo de Benito Quinquela Martín, organizaba excursiones al taller del pintor para pedirle: “A ver, pinte un poco para los muchachos para que vean cómo trabaja la obra; explíquele por qué elige cada color”. Les enseñaba a ver cada cuadro como una sinfonía: “Si usted pone un rojo acá, tiene que responderle otro rojo acá, porque si no queda como con una sola pata. Así que usted tiene que responderle a esto”. Los llevaba a la plaza para explicarle el estilo y los detalles de cada estatua. Les pedía a sus alumnos que contaran lo que veían, que lo describieran desde su propia sensibilidad. En todos los cursos había una visita obligada: la iglesia de San Ponciano, donde daba una clase sobre el estilo gótico.

Un día estaba tomando café en un bar cuando vio que un hombre salía de detrás del mostrador y se le acercaba sonriente. Tardó en reconocer que se trataba de un exalumno: “Usted es invitado permanente de este bar, porque me enseñó pintura, me puso en contacto con los artistas”.

En un café platense al que iba siempre antes de sus clases, escribió varios poemas y no pocas canciones. Llegó a escribir 250 letras de canciones, que serían musicalizadas por Carlos Guastavino, Hernán Figueroa Reyes, Ariel Ramírez, Sebastián Piana y Ramón Navarro, entre otros. Su canción más célebre es la zamba La tempranera, que conoció numerosas versiones. Su poesía tiene dos líneas fundamentales: una, lírica; la otra, los romances históricos. Fue un gran admirador de algunos caudillos argentinos, como Martín Miguel de Güemes -al que rindió homenaje en ensayos, coplas y vidalas-, y el Chacho Peñaloza –a quien dedicó un disco hecho junto a Jorge Cafrune.

No dejó de venir a nuestra ciudad ni siquiera cuando mejoró ostensiblemente su situación económica con el nombramiento como jurado del célebre programa televisivo Odol pregunta. Estuvo en el programa durante diecisiete años: “Me divertí. En un momento determinado estuve como seleccionador de la gente que quería participar. Vino un hombre. Le pregunté Señor ¿de qué quiere participar?. Física atómica, me responde. Caramba, dije, ¿y usted qué estudio tiene?. Yo, mi sexto grado completo. Sin repetir ninguno, me asegura. Y lo consulto: ¿Se anima a armar un reactor atómico?. Y me dice: Mire, si me dejan, yo me la rebusco… es cuestión de ponerse.

En 1967, y desde el primer número, colaboró con la revista Todo es Historia, dirigida por Félix Luna. Dedicó un par de notas a la ciudad de La Plata: su historia, sus grandes personalidades. Su amigo Manuel Mujica Láinez dijo que León Benarós había “dado con el idioma y el tono justos, y cuánta sabiduría, cuánto conocimiento evidencian sus composiciones. Es mucho lo que he revivido y lo que he aprendido al voltear sus páginas”. Murió a los 97 años. Poco tiempo antes le había confiado a un amigo que tenía muchos deseos de volver a La Plata, al bar que estaba frente a la Facultad en la que había conocido tantos momentos de felicidad.

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