Cultura
Lisandro de la Torre, el tribuno de la plebe
Su nombre es símbolo de la lucha contra la corrupción en nuestro país. Un político que tuvo el coraje de enfrentar al imperialismo y los oligopolios en las primeras décadas del siglo XX
En noviembre de 1882, el dramaturgo noruego Henrik Ibsen publicó una obra trascendental sobre la corrupción del poder y la manipulación de los medios informativos a su favor, llamada Un enemigo del pueblo. Hastiado de inútiles esfuerzos en una batalla solitaria, Lisandro de la Torre renunció a su banca de congresista y se retiró de la política. En su último discurso citó al doctor Stockmann, personaje central de la obra de Ibsen: “El hombre más fuerte de la Tierra es el que está más solo”. Su testimonio resonó como el de alguien que finalmente hubiese comprendido que la forma de desandar los caminos del tiempo fuese ya una batalla perdida.
Su vida es una estampa que valdría una novela o un centenar de páginas escritas a degüello, sin miramientos. Nacido en Rosario en 1868, realizó sus estudios primarios y secundarios en esa ciudad y al egresar del Colegio Nacional, se trasladó a Buenos Aires para estudiar Derecho. A los 20 años se doctoró con una tesis sobre el régimen municipal. Su padre, don Lisandro, amasó cierta fortuna como comerciante y la consolidó como estanciero; su madre, doña Virginia Paganini, hablaba a la perfección el francés y procuraba que en la casa se hablaran las dos lenguas con soltura.
Lisandro de la Torre era descripto como un hombre enérgico, nacido para la acción, y con cierta teatralidad en sus ideas y en sus ademanes. Había participado de la Revolución del Parque, en julio de 1890; militó en la Unión Cívica Radical, junto a Leandro N. Alem y Aristóbulo del Valle; y estuvo en el levantamiento de Rosario, en 1893. Tras la muerte de Alem renunció a la UCR, denunciando la “nefasta influencia” de Hipólito Yrigoyen, con quien poco después, el 5 de septiembre de 1897, se batió a duelo en un galpón del puerto de Buenos Aires. Varias heridas en el cuerpo de Lisandro dieron fin al combate a sable, especialmente una recibida en la mejilla, que desde entonces ocultó con su tupida barba.
En 1922 fue electo diputado por Santa Fe. El año anterior en esa provincia se había dictado una Constitución que incluía muchos de los puntos programáticos de los demócratas progresistas: la separación de la Iglesia y el Estado, el régimen municipal y el voto femenino, entre otros. Sin embargo, la Constitución fue vetada por el gobernador Enrique Mosca, y Lisandro de la Torre realizó una enérgica protesta en el Congreso Nacional, que chocó con la negativa de radicales y conservadores. Pocos años después, se marcharía a un campo que había comprado en la estancia Pinas, al norte de Córdoba, una tierra agreste en la que volcó su tiempo y dedicación para instalar caños de riego, plantar olivares y criar ganado. En ese momento, lo sorprendió el reportero Juan José de Soiza Reilly, quien publicó su encuentro con De la Torre bajo el título Un personaje de Ibsen.
Allí se explica que el “doctor”, entristecido, amargado, se resignó a cargar con dignidad la cruz de los profetas, abandonando sus triunfos oratorios y su estudio de jurisprudencia. En ese sentido, escribió Reilly: “Desechó las tentaciones que le ofrecía su prestigioso nombre de abogado. Y un día desapareció de Buenos Aires, envainado en su poncho”. Asimismo, cuenta que si alguien llegaba a consultarlo sobre los graves problemas del país, atinaba a responder con un gruñido seco; su promesa había sido renunciar a la vida política.
Sin embargo, a comienzos de la década del 30 se convirtió en un ferviente crítico del gobierno fraudulento y denunció los negociados y la injerencia creciente de las grandes empresas extranjeras en el mercado de la carne. En 1935, una comisión investigadora del Senado presidida por De la Torre presentó un informe que contenía las conclusiones sobre los perjuicios que acarreaba para el país el comercio de carne con Inglaterra tras la firma del pacto Roca-Runciman. En la sesión que había que discutir ese informe fue asesinado el senador Enzo Bordabehere, su compañero de bancada. De la Torre permaneció un año más en el Senado y renunció a fines de 1936, cansado de una lucha estéril y solitaria.
Su despedida
Lisandro de la Torre se suicidó el 5 de enero de 1939. Dejó una carta dirigida a sus amigos: “Les ruego que se hagan cargo de la cremación de mi cadáver. Deseo que no haya acompañamiento público ni ceremonia laica ni religiosa alguna. Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa. No debe darse una importancia excesiva al desenlace final de una vida. Si ustedes no lo desaprueban, desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo. Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido. Adiós”.