cultura

Los orígenes de la mafia italiana

La cosa nostra siciliana tiene una historia en cuyos inicios se entrecruzan el bandolerismo y la colaboración de la iglesia católica.

El origen de la mafia italiana está vinculada a Sicilia, localizada al sur de Italia. Por más de dos mil años, la mayor parte de la población siciliana soportaron la tiranía y la represión de conquistadores extranjeros y de los señores feudales. Desde la antigüedad, hasta mediados del siglo XIX, la isla de 9.000 millas cuadradas fue invadida, agredida e incluso negociada – en realidad, siendo intercambiada por otros territorios – por gobernantes extranjeros.

Estas invasiones y sumisiones han causados en los sicilianos el de­sarrollo de una cultura basada en dos premisas fundamentales: “Desprecio y sospecha de las autoridades gubernamentales; y alianzas con los parientes de sangre y compatriotas que se enfrentan a los mismos peligros”. Teniendo como base el desprecio por la Ley y la alianza mutua, los sicilianos se reunieron en lo que denominaron cosche y crearon su propio dialecto con el fin de protegerse de las autoridades. Con el tiempo, en Sicilia, las cosche secretas llegaron a ser conocidas por el nombre de Mafia.

Entre sus colaboradores estaba la Iglesia Católica, dada la oportunidad de conseguir más tierras, gracias a los métodos utilizados por las cosche, prometiendo, a su vez, no denunciar las tácticas de armas pesadas utilizadas por los mafiosos (RAAB, 2005). Y cuando la unificación concedió a los hombres sicilianos el derecho a votar, los mafiosos se aseguraron de utilizarlo a favor o en contra de los candidatos.

Era procedimiento habitual de la mafia por entonces informar por escrito a sus chantajeados a cuánto ascendía la cuota por protección. En su primer día de trabajo, el jefe de policía de Palermo, Cesare Mori, mostró a la prensa una carta que decía textualmente: “Nosotros, los llamados Bandidos de Gangi, somos los que reclamamos de usted la suma de 6 mil liras. Nosotros somos los que a aquellos que se niegan a satisfacernos por las buenas los hacemos satisfacernos por las nuestras. Aquí va para usted esta palabra de honor de que si dentro de ocho días no recibimos seis mil liras, le costará por lo menos 100 mil liras o su vida se extinguirá en nuestras manos; así que piénselo bien, que si vamos usted, no se salva. Con esas 25 liras que nos mandó, ya se atrevió a destruir nuestra amistad. Si la quiere obtener de nuevo, satisfáganos con seis mil liras. Si pasan ocho días y no paga, mejor ya no salga y ándese con ojo porque estaremos detrás de usted. Es el último aviso, y todos los ultrajes que reciba se los debe achacar a Hermanos Ferrarelli y Nicolò Andaloro”.

Salvatore Giuliano, el hombre más perseguido durante años en la historia de Italia, nunca salió de la abrupta comarca que rodea al pueblo siciliano de Montelepre. Hizo algunas incursiones a la capital, Palermo, apenas a treinta kilómetros, y a otras localidades próximas, pero fueron pocas y fugaces. Lo suyo era la sierra, por la que se movía con agilidad y olfato.

A los carabinieri, la policía rural italiana, encargada por entonces de liquidar el bandolerismo, los detectaba a kilómetros de distancia. Les distraía con una facilidad asombrosa, cuando no les tendía trampas que ya nunca podrían contar. Hoy, la leyenda que Giuliano se forjó no ha dejado de crecer y enredarse. Cuesta discernir entre lo que hay de verdad y lo que la imaginación y la tergiversación popular y literaria han ido añadiendo.

Se afirma que Salvatore Giuliano fue un contrabandista valiente y generoso; tras robar a los ricos, lo repartía entre sus familiares, amigos y vecinos. El día 1 de mayo de 1947, su banda, apostada en las montañas cercanas al valle de Portella della Ginestra, donde se concentró un gran número de campesinos para festejar el Día del Trabajo, abrió fuego. Giuliano, convertido en fugitivo de los tribunales de justicia, y traicionado por la Mafia cayó abatido en Castelvetrano cuando no contaba aún treinta años el día 5 de julio de 1950.

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