cultura

Los primeros buzos de la historia

El ser humano se ha sentido siempre atraído por las profundidades marinas. Los primeros rastros de esa afición fueron con fines bélicos.

Herodoto, el gran historiador griego, considerado como “padre de la historia” y cuya obra está basada en los viajes que realizó, narró alguna vez la aventura de Cyana, hija del nadador Scyllias y nadadora a su vez, contribuyó con su padre a desprender, junto al monte Pelión, las anclas de las naves persas, las cuales se hallaban fondeadas demasiado cerca de la costa, con gran peligro de estrellarse contra ella.

Hacia el año 480 a.C, diez años después de la batalla de Maratón, los griegos volvieron a enfrentarse a una invasión del Imperio aqueménida. Esta vez fue Jerjes I, hijo de Darío, quien organizó una expedición de colosales dimensiones, tanto en número de soldados como en medios materiales. El ejército del emperador persa ascendía a dos millones y medio de soldados (más del doble con el personal de apoyo), lo que es evidentemente fantástico, pero estimaciones modernas hablan de alrededor de ciento cincuenta mil efectivos llegados de todos los rincones del mayor imperio que había conocido hasta entonces la humanidad, desde Egipto hasta el Cáucaso, un despliegue impresionante sin duda destinado a paralizar al enemigo.

Jerjes avanzó con más de 1200 barcos a enfrentarse a una flota griega compuesta por no más de 300 naves. El emperador contaba entre sus filas con dos griegos que tenían como misión sumergirse en las aguas del mar Egeo en busca de tesoros perdidos en los muchos naufragios existentes. No obstante, Scilys de Esción y su hija Cyana eran los mejores en este trabajo y habían conseguido grandes réditos para la tesorería del rey que los esclavizaba.

La finalidad de la campaña de Jerjes era sobre todo punitiva y se remontaba a los objetivos no alcanzados en la Primera Guerra Médica (492-490 a.C.), que representó la primera invasión persa a la Antigua Grecia. El objetivo prioritario era castigar a Atenas por su apoyo a las ciudades de Asia Menor que en la revuelta jónica de 499-493 a.C. se habían alzado contra su padre, pero también vengar la vieja afrenta de la ejecución de los embajadores persas (491 a.C.), a los que, en lugar de tratar con el debido respeto, tanto en Atenas como en Esparta habían arrojado a un pozo. A esto se sumaba la derrota en Maratón, que se convertiría en una de las batallas más famosas de la Antiguedad.

Tres días antes de la importante batalla de Artemisio se desató una gran tormenta que hizo imposible la navegación. La gran flota de Jerjes se resguardó. En ese momento, sintiendo la proximidad de su tierra de origen, padre e hija aprovecharon la oscuridad para lanzarse al agua, en mitad de la tormenta. Quizás, ayudados por un rudimentario tubo y una improvisada balsa, bucearon cortando las amarras de los poderosos barcos Persas. Estos quedaron a la deriva, golpeándose entre sí o chocando contra los arrecifes cercanos, creando gran confusión y permitiendo a nuestros protagonistas nadar más de 15 kilómetros hasta llegar a la costa. La pérdida de la tercera parte de la flota de Jerjes en la tormenta y el aviso de sus planes, comunicados por Scylis, quizás ayudaran a Temístocles a ganar la batalla naval más importante de la historia antigua: Salamis (Salamina), que marcó un punto de inflexión en el curso de las guerras médicas.

Tras el desastre de Salamina, Jerjes regresó apresuradamente a Persia, porque temía quedarse atrapado en la Hélade si los griegos destruían los puentes del Helesponto. Para terminar la tarea, puso al general Mardonio al mando de un numeroso ejército. En el choque subsiguiente se comprobó la superioridad de la infantería griega: los pesados escudos y las largas lanzas de los hoplitas pudieron contra las lanzas cortas y los escudos de mimbre persas. Pero tuvo lugar, además, otro hecho decisivo: Mardonio murió en mitad de la batalla, alcanzado en la cabeza por la piedra lanzada por un espartano llamado Aeimnesto. Ello desató el caos entre sus hombres, que empezaron a huir desorganizadamente y fueron masacrados, tanto durante la retirada como en su propio campamento -las cifras de muertos se cuentan por decenas de miles-.

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