Entrevista exclusiva

Malena Martinic Magan, una escritora chilena que eligió La Plata

Es poeta y narradora. Su libro más reciente, El hombre más lindo del mundo, es una indagación sobre los misterios insondables del amor.

Un vestido y un amor es una de las canciones más emblemáticas de Fito Paez, que la escritora Malena Martinic Magan ha parafraseado y hecho carne en la protagonista de su último libro, la cual colecciona vestidos que llevan secretamente una historia que me­rece ser contada. Malena Martinic Magan es una autora que sufrió de chica las tropelías de la dictadura chilena, y desde hace mucho tiempo está radicada en nuestra ciudad.

—¿Qué edad tenías cuando se derrocó al gobierno de Allende y qué recuerdos guardás, en lo personal, de esa época?
—Tenía 6 años, iba a una escuela cerca de mi casa. Recuerdo a un hombre que gritaba en la televisión y decía algo (que no sé si es verdad o depende de mi fantasía): No nos van a andar arrastrando el poncho. A mí me daba risa esa idea. Era Pinochet. Mi papá debió irse de Punta Arenas. Mis abuelos maternos se mudaron a casa. Nos allanaron con la suerte de haber hecho la quema días antes. Recuerdo a mi madre llorando. La mudanza, la despedida de amigos y familia, la incertidumbre y el registro inicial de lo que sería la melancolía.

—¿Cuándo y por qué te radicaste en La Plata?
—Me vine a la Plata a estudiar teatro, desde Trelew (Chubut). Al finalizar mi colegio secundario, a los 17 años. No conocía la ciudad. Vine a una pensión, sola. Elegí esta ciudad porque me había enamorado hacía unos meses de un chico que estudiaba acá. Moví todo, averigüé, resolví luego de discusiones que se caían todo el tiempo. Pero vine. A las pocas semanas no lo vi más.

—Vos cultivás el relato breve, ¿qué encanto encontrás en esa forma
literaria?
—Es una explosión casi biológica. Una descarga controlada por las márgenes de la palabra. Una idea que se anima a desarrollarse brevemente y se desprende de lo inicial para dar un nuevo sentido a lo escrito.

—¿Cómo fue el salto del relato breve a la novela?
—Fue necesario. Tuve el registro de la constitución de algunos personajes en la serie de microrrelatos y era inadmisible no animarme. Cuando empecé un ritmo intuitivo se apoderó de mi trabajo y fueron horas en una silla. Nada más. A partir de eso las historias aparecen y, también, la necesidad de contarlas.

—¿De qué trata El hombre más lindo del mundo?
—A ver. Es una nouvelle. Recorre la historia de 15 mujeres a través de sus vestidos. Son excusas materiales para encontrarse con los costos del goce femenino en contextos adversos y de lo prohibido. Se sitúa en territorios latinoamericanos, en épocas diversas. Siempre las mujeres y sus silencios, sus postergaciones en pos de la felicidad aparente y, generalmente, de los otros.

—¿Y la poesía? ¿Recordás dos o tres versos, propios o de otros, que po­drían decir qué es la poesía mejor que una explicación?
—Voy a citar a Vallejo en su Espergesia: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, grave”. Nada más que decir. Esa posibilidad nos da la poesía.

—¿Cuán vivo sigue el mito del amor romántico?
—Creo que se liga al control social, a una suerte de neopuritarismo que cuesta desvencijar. Estamos en un momento donde deberíamos cuestionar el valor de la segunda línea de mandatos: fidelidad, celos, posesión, mentiras, doble moral. Quizás podamos así rescatar algo del amor como magia o flechazo, convergencia de intenciones y deseos, creencia en el otro.

—¿Cómo fue tu período como alumna con Dalmiro Sáenz?
—Dalmiro me aceptó a duras penas. Tuve que defender ese lugar con las dificultades propias de contar con un maestro provocador. Fue una experiencia personal intensa y una oportunidad para mirarme críticamente y afirmar que lo que quería hacer era escribir y, sobre todo, que tenía algo que contar. Ver a Dalmiro emocionarse luego de largas jornadas de trabajo, sentirlo enojado con mi tibieza y pidiéndome honestidad, que grite, que sea valiente. Mi primer libro en formato papel lo prologó Dalmiro. Lo mejor del libro es ese maravilloso prólogo escrito en su departamento de la calle Belgrano.

—¿Hacia qué reflexiones, imágenes, impresiones te llevó la pandemia?
—Fundamentalmente me encontró con mis miserias. Con las mías y las de tantos y tantas, pero prefiero centrarme en las propias. Mis miedos, mi manera barata de perder el tiempo, mi gran placer por lo improductivo, horas mirando reality (shows) que matan el tiempo. Comer y pensar. También se me presentificó la intención social del como si.

—Contá algún proyecto que te gustaría concretar en el 2021
—Estoy terminando una nueva novela, basada estructuralmente en el diálogo crudo entre cinco mujeres. Hay algo de ensayo desde el coro de voces, una polifonía de minas que creen entender algo de sus vidas. Pero nada alcanza, estoy contando el final. La novela tendrá ilustraciones de Alexa Castelblanco.

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