cultura

María Sonia Cristoff una mezcla de aguas

No solo es una novelista con un importante reconocimiento internacional, sino también una gran cronista, como lo demuestra con la reeditada Falsa calma.

María Sonia Cristoff nació en Trelew, en una Patagonia sembrada de dispersos pueblos fantasmas atravesados de historias que pocos recogen. Esta escritora recorrió esas vastas extensiones en un viaje inverso al pirandelliano: una autora en busca de sus personajes. Volvió prójimos a esos fantasmas permitiendo que sus voces resuenen en las páginas de Falsa calma, un libro de crónicas que se lee con la misma fascinación de las buenas novelas.

—Cuesta definir el libro como crónica porque se lee como una novela. ¿Siempre supiste que se trataba de un libro de non fiction?

—Me identifico con esa mezcla de aguas a las que te referís. Este es el primer libro que publiqué —hace veinte años—. Me hizo sentir por primera vez que había dado con un clic: mi voz ahí encontró un camino. Este libro, al contrario de todos los libros míos que más bien se me aparecen por una cuestión conceptual —un tema que de pronto me convoca o una escenografía—, se me cruzó por la cabeza mirando una foto de una mujer muy grande, flaquita, sentada en una silla mirando la nada, en algo que parecía un pueblo desértico. Fui detrás de esa figura. Es verdad que pensé en la no ficción. Había algo ahí del trabajo con lo real y con lo documental que me empezó a alucinar.

—Hay recortes de prensa, noticias, testimonios, transcripciones de fragmentos de libros, maneras de recordarle al lector que se trata de una historia real. Un procedimiento que después empleaste en otros libros tuyos.

—Sí, lo uso siempre. Lo único que cambia es la forma: cómo va a aparecer lo documental. Después de Falsa Calma, escribí otro libro que se llama Desubicados en el que los documen tos toman mucho la escena. Falsa Calma lo veo como una serie de retratos; todos esos documentos de alguna manera están en función de esos personajes que finalmente son los ejes de cada uno de los diez capítulos.

—Venís de una ciudad con una fuerte presencia galesa, pero tus orígenes son otros.

—La Patagonia tuvo una cantidad de inmigraciones distintas, sobre todo en la época de mi abuelo. Mi abuelo era búlgaro, vivió en el valle del Río Chubut. Era un anarquista sin bibliografía, un campesino. Jamás soportó un trabajo en relación de dependencia. Armó una especie de escenario, con la chacra, los olores, los colores, las comidas, las conversaciones, el sonido de lo que supongo que fue Bulgaria. Fue un lugar muy importante para mi imaginación.

—El libro es un viaje de regreso no solo espacial, sino en el tiempo.

—En parte sí. Tiene que ver con cierta cuestión fantasmagórica de la Patagonia. Para mí, es una deuda que todavía tenemos en la literatura argentina. Esta cosa que para ser escritora tenés que vivir en Buenos Aires o cerca. En el hacer literario en la época que te estoy hablando, a principios de los años 80, era muy difícil pensarse allí ligada a la vida literaria. Funcionaba como un lugar muy opresivo.

—Falsa calma es un libro poblado de personajes que parecen fantasma sde carne y hueso purgando una condena, cumpliendo una culpa que desconocen.

—Sí, hay algo como de orden existencialista. Yo pienso, sobre todo, en el teatro de Becket; esa cosa de estar ahí como en Esperando a Godot, inmóviles. Yo no estoy haciendo un trabajo etnográfico ni asegurando que esa es la vida literaria. Por eso siempre he dicho que esto no es una no ficción periodística, sino una no ficción literaria. Yo no estoy haciendo una hipótesis de que toda la Patagonia funcione así, estoy buscando un escenario para una atmósfera que quiero narrar. Más allá de eso, si hay alguien fascinado por la comprobación de los hechos, puede hacerse un lindo viaje en ruta y va a encontrar eso que yo cuento. Por más que yo lo haya contado hace más de veinte años: todavía está.

—¿Volvés con frecuencia a Trelew?

—Me encanta. Tengo familia y la paso bomba porque yo realmente amo a la Patagonia. Me gusta muchísimo. Yo soy de la Patagonia estepárea, frente al océano. Me gusta muchísimo el mar, el viento y el frío. La luz de la Patagonia me encanta. Es un lugar atesorado.

—¿Cuándo descubriste la literatura?

—Es como si me preguntaras cuándo empecé a vivir. A los tres años ya leía de corrido. Casi no tengo recuerdos que no estén atravesados por lo que leía. Tengo la impresión que leer te va moldeando la mirada. No sé cómo juzgar a los chicos que no leen. Probablemente las imaginaciones se nutren desde otros lenguajes, pero en los años 60, en la Patagonia, no había videos ni otras cosas. Era lo que permitía tener otro mundo. Siempre fue una vida paralela.

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