cultura
Rafael Alberti, un poeta en las trincheras
Junto a Federico García Lorca y Miguel Hernández, formó parte de esa generación dorada que renovó la poesía en lengua española y dio un ejemplo de militancia política.
Era un andaluz de Cádiz, del puerto de Santa María de la Villa Cádiz, uno de los antiguos pueblos que aún permanecen en el mapa de Europa. Rafael Alberti aprendió las primeras letras con unas monjas carmelitas, luego estuvo en un colegio de jesuitas y muy pronto sintió la vocación de pintor —a los 11 o 12 años— y a veces, en vez de ir a clase, se escapaba a la playa a pintar. De su etapa escolar guardó gratos recuerdos: sobre todo de algunos profesores de los que aprendió algunas cosas que se cuestionaba, que no precisamente eran matemáticas ni latín.
Sus padres creían que seguía normalmente sus estudios, cuando Rafael comenzó a faltar al colegio para aprender aquello a lo que quería dedicarse en la vida: pintura. Falsificaba las notas, y lo hizo durante años de una manera bastante aceptable. En ese tiempo, se estudiaba pintura en la Academia de San Fernando de Madrid. Se conocía ya el cubismo, el futurismo; y, bajo esa atmósfera excepcional, Alberti desarrolló todo su potencial. Vendió algunos cuadros, hizo exposiciones, pero comprendió de pronto que la pintura no lo satisfacía mucho y siempre le quedaba algo para decir. Entonces empezó a escribir, clandestinamente, como si fuera un delito.
Conoció a Federico García Lorca a comienzos de la década de 1920 y también a algunos poetas que eran un poco mayores que él, como Pedro Salinas y Jorge Guillen. Rafael Alberti ya había escrito un libro de poemas, pero lo tenía guardado y no se atrevía a dárselo a nadie. Entonces, un amigo a quien esos versos habían maravillado le preguntó por qué no lo presentaba ese año al Premio Nacional de Poesía. A los tres meses, cuando se le había olvidado completamente el asunto del libro, le enviaron un telegrama donde le notificaron que le habían otorgado el Premio Nacional.
Escribió sus primeros libros lejos de Madrid y se acostumbró a una vida al aire libre. Ha sido escritor de tertulias de café y allí conoció a toda la gente que formó su generación. Una vez, García Lorca le pidió que pintara un cuadro para él. El poeta le dio el tema: “Tú me pintas a la orilla de un río y bajo un olivo; junto a la Virgen de Nuestra Señora de la Mora Hermosa y la titulas La aparición de Nuestra Señora de la Mora Hermosa al poeta Federico García Lorca”.
En España, empezó a agravarse la situación social bajo la dictadura del general Primo de Rivera en 1927. Las luchas estudiantiles se agudizaron y se empezó a crear una conciencia republicana muy grande. Entonces, Alberti se incorporó, sin saber exactamente bien lo que quería, a todas las luchas estudiantiles en las calles y empezó a escribir de otra manera. El resultado fue un libro suyo llamado Sobre los ángeles que supuso una crisis extraordinaria en su obra y su vida. De allí pasó rápidamente a sentir la necesidad de expresarse de una manera más directa, de una manera que sirviera en cierto modo para algo. “Nuestra generación tomó posiciones —explicó Alberti en un reportaje—. Era una generación al comienzo en cierto modo apolítica. Había un ministro de Instrucción Pública, que era un gran catedrático socialista y había sido profesor de García Lorca en Granada. Con su apoyo, creamos un teatro popular —La Barraca—, donde hice una obra, casi la única obra política que hubo por aquellos años, que se llamó Fermin Galan, que era el nombre de uno de los héroes de Jaca, torturado y fusilado por la Monarquía”.
Alberti resistió en Madrid durante la Guerra Civil, pero se exilió, primero a Francia, donde no es bienvenido por su comunismo declarado, y luego a Chile, Italia y Argentina. En nuestro país, permaneció durante meses sin permiso alguno hasta que un día le trajeron una cédula personal que les permitió salir del campo donde se ocultaba con María Teresa León, su mujer, también escritora. Vivió en la calle Santa Fe, luego en Las Heras y más tarde en la avenida Pueyrredón. Hizo guiones de películas y obras de teatro —una de ellas, expresamente, para el argentino Javier Villafañe—. Sin embargo, cuando llegó el gobierno de Arturo Frondizi la situación empeoró notoriamente. Una noche, tres sujetos allanaron su casa estando su mujer sola. Venían a detenerlo a punta de pistola. Entonces tuvo que esconderse en Castelar y al cabo de un tiempo dijo basta. El 28 de mayo de 1964 abandonó nuestro país con gran dolor: “Tengo tan cerca de mí a Argentina que conozco más de ella que de España”, confesó alguna vez. Tras la muerte del dictador Francisco Franco, Alberti finalmente regresó a España.