cultura

Reyertas y viajes accidentados de los primeros años de La Plata

Nuestra ciudad nació como pueblo de provincia, y como tal, todos los hechos que salían de la normalidad se expandían de una punta a la otra.

En tiempos remotos de nuestra ciudad, los conflictos personales por nimios que hoy nos parezcan, alcanzaban por entonces una gran repercusión pública. Un diario de la época rememoró que el 22 de noviembre de 1887, en el salón denominado “Tiro a los cuchillos”, que existía en calle 49 entre 3 y 4 se encontraba don Jerónimo Izalarra observando tranquilamente las maniobras del juego, cuando repentinamente se presentó Felix Evangelista, dueño de la sastrería que existía en la vecindad de dicho negocio, pidiéndole que le abonara el importe de la levita que vestía.

Izalarra, que no esperaba una salida semejante, protestó contra aquel acto temerario, manifestándole que fuera a su casa, que le abonaría lo adeudado; pero el sastre no era afecto a las dilaciones, se prendió de uno de los faldones de la levita y empezó a forcejear con la justiciera intención de recuperar parte de la deuda, si no todo. La hoguera ya no podía apagarse. Izalarra luchaba desesperadamente por no ser desnudado en plena calle y el sastre forcejeaba para recuperar lo que consideraba suyo. La batahola fue tal que acudió un sargento de servicio de la sección 1° de la Policía, el que puso término a la contienda reduciendo a prisión al deudor y acreedor. En la comisaría el sastre manifestó que se cobraba de aquella manera, porque aunque más no fuera, un faldón le habría de servir para un encargo futuro. Y agregó que así como sabía cortar una levita, sabía también cortar un pantalón en los matambres de sus deudores morosos.

De modo que existen muchas historias que se fueron acumulando en la memoria de nuestra ciudad y que formaron parte de la cotidianidad de sus primeros habitantes. En diversas oportunidades los primeros viajes tuvieron curiosas y -a veces- trágicas consecuencias. Así, por ejemplo, el 30 de julio de 1888 ocurría un siniestro en el tren ordinario que salía de La Plata con destino a Buenos Aires. Al pasar por Tolosa, se advirtió que en el antepenúltimo coche se estaba produciendo un incendio. La causa determinante fue que el coche estaba excesivamente cargado, lo que produjo un recalentamiento en los ejes, con desprendimiento de chispas, humo y llamas. Quienes advirtieron el fuego, comenzaron a proferir gritos , interpretados por los que los escuchaban como broma hasta que advirtieron que el asunto era grave. Los pasajeros que se hallaban más próximos a la máquina, y a quienes había llegado la noticia de coche en coche, asomándose por las ventanillas, gritaron para avisar al maquinista, pero el ruido impedía oír, y entonces, tuvo que apelarse a los revólveres que algunos de los viajeros llevaban consigo.

Cuando el conductor escuchó los disparos, detuvo el convoy. Algunos de los pasajeros, los más temerosos, decidieron regresar a pie hasta Tolosa; y el resto continuó la marcha luego de sofocado el incendio; pero a los pocos minutos, nuevamente se prendió fuego uno de los coches. Entonces se detuvo otra vez el tren. Algunos, sin esperar que lo hiciera por completo, se arrojaron por la ventanilla y más de 500 personas, presas del pánico, decidieron quedarse en medio del campo antes que seguir en el tren, en las cercanías de la estancia Anchorena.

Lo curioso es que aún sin haberse resuelto este incidente, tuvo lugar la inauguración del primer tren a vapor de la provincia de Buenos Aires, que unía el puerto de La Plata con el pueblo naciente de Los Talas y las minas de conchillas allí situadas. Asistieron a la inauguración el señor Usugnon, representante de los propietarios de la línea; los constructores Lloeyro y Dubout; y muchas personas del vecindario. Después de recorrer toda la línea en tren, los convidados se sentaron a un almuerzo campestre que concluyó con brindis al flamante presidente de la República, Carlos Pellegrini.

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