cultura

Spinetta, el que aprendió a volar entre tanta gente de a pie

Si se piensa en poetas que haya dado el rock en nuestro país, uno de los primeros nombres que aparece es el de Luis Alberto Spinetta.

Las palabras –como las almas, él lo cantó– repudian todo encierro. Por eso, es vano intentar clasificarlas. Pero no hay duda de que el manejo que hizo Spinetta de las palabras fue de una profunda inspiración poética. Por eso, como si leyéramos en voz alta “los libros de la buena memoria”, las seguimos escuchando como un ciego frente al mar.

Cuando uno escucha “Después de todo, tú eres la única muralla, si no te saltas nunca darás un solo paso”, o “Y no sé por qué todo tu cuerpo es como un río donde bañar mis días más sedientos”, o “Esta es una canción para dormir en el fuego, esta es mi feroz canción para trotar en las aguas”, o “Laura va” –que lleva en una valija gris el dolor de toda una vida de penas–, siente físicamente la cercanía de la poesía. Es esa manera misteriosa de hacer resonar las palabras que tanto atrajo a Astor Piazzolla –por lo general, muy crítico del rock–, quien llegó a decirle a Antonio Carrizo: “El Flaco es un fenómeno como cantautor, yo solo soy un músico”.

En 2014 se decidió que el 23 de enero –día de su nacimiento– se conmemore el Día Nacional del Músico en Argentina. Su disco solista de 1973, Artaud, fue considerado por la revista Rolling Stone como el mejor álbum de la historia del rock nacional.

Un año después de que Alfredo Zitarrosa editara en España su disco Guitarra negra, Luis Alberto Spinetta publicó un libro con el mismo título, en 1978. La obra se abre con la siguiente advertencia: “Como nadie tiene conciencia del control de los manuscritos y, aun de existir dicha conciencia, esta no intervendría en mi obra, sino como referencia simbólica a la licitud de la temática, propongo que se olvide cada palabra a medida que ella se lea”. Fue el único libro que publicó y, según dijo, “cierta violencia interna se disparó sobre mí al escribir esos textos”.

Un día, Miguel Grinberg, redactor en vías de convertirse en prosecretario de Redacción de la revista Panorama, vio a un muchacho al que no conocía en la puerta de entrada. Era Ángel del Guercio, encargado de prensa de un grupo llamado Almendra, que le llevaba el primer simple del conjunto. Lo invitaron a un recital en el teatro Payró y comenzó una relación que se mantuvo hasta la muerte de Spinetta, que incluyó reuniones literarias con el músico, la presentación del disco Artaud en el teatro Astral –de la cual Grinberg fue productor–, y hasta los primeros momentos de Invisible, donde le pidió que se pusiera dentro de “Elmo Lesto”, un muñeco que bailaba en los recitales. Infinidad de momentos compartidos y de diálogos profundos que fueron dando solidez a una amistad que quedó reflejada en Una vida hermosa. Luis Alberto Spinetta, un libro que reúne postales de momentos de intimidad, fragmentos de poesías y fotos inéditas.

Miguel Grinberg, quien estudió como pocos el corpus de casi 400 canciones dejadas por Luis Alberto Spinetta, señaló: “Para Luis, el rock no era un protocolo cerrado, un marco estilístico rígido al que constreñirse, sino un océano en el que navegar con sus propios barcos”. Y cerró su semblanza sobre Spinetta con estas palabras: “Periódicamente, de modo sutil y persistente, nacen en este planeta individuos predestinados a crear puntos de referencia singulares, todo ellos afinados en una única perspectiva: la evolución de nuestra atribulada especie. No vienen a reproducir las formas tradicionales, sino que son portadores de semillas de cambio social y esclarecimiento existencial, como simples seres de luz en tiempos de oscuridad colectiva. Luis Alberto ha sido uno de ellos”.

Noticias Relacionadas