cultura

Un cómico inolvidable de la televisión argentina

Darío Vittori hizo en la pantalla chica y en el teatro un humor lleno de doble sentido que entretuvo durante décadas a un público masivo.

Melio Dario Espartaco Margozzi nació el 14 de septiembre de 1921, en Montecelio –un municipio a 15 kilómetros de Roma–. Como tantos inmigrantes, llegó a nuestro país con lo puesto. En los primeros tiempos sobrevivió como un buscavidas. Conoció a una actriz llamada Pierina, con la que mantuvo un matrimonio de 55 años del que nacieron tres hijas, ocho nietos y dos bisnietos.

Fue un exponente de la época dorada del grotesco y la picaresca en la televisión argentina, haciendo su personaje de marido engañado o viejo verde que su público esperaba ritualmente cada semana. Debutó teatralmente junto a Eva Franco en la obra Betina, en el hoy desaparecido Teatro Montevideo. En Italia, había trabajado durante décadas en grupos de teatro independiente, llegando a hacer casi 600 obras. En 1963, hizo su primera incursión en cine con Los que verán a Dios, coprotagonizando con Tita Merello Los hipócritas y haciendo algunos filmes bajo las órdenes de Enrique Carreras. Su última participación cinematográfica fue en Un día de suerte, una película que se estrenó después de su muerte. Pero la popularidad le llegó con la televisión. A lo largo de tres décadas hizo un clásico de los domingos por la noche: El teatro de Darío Vittori. El actor explicaba el secreto del éxito de ese ciclo: “La gente tiene que terminar la semana riéndose para poder levantarse el lunes con el mejor humor posible”. También actuó en otros ciclos que gozaron del favor del público, como Teatro como en el Teatro y Alta Comedia, llegando a hacer en total cerca de 1.100 comedias televisivas.

Cuando comenzó a perder la vitalidad, la televisión dejó de convocarlo: “Ahora hay mucho gracioso de cumpleaños, dejó de haber lugar para los actores cómicos”. Se indignaba con los chistes que se hacían en programas como el de Marcelo Tinelli, sobre todo cuando consistían en cachadas a personas desprevenidas. “Eso es ser cómico de cuarta”, sentenciaba.

Era propenso a esas expansiones típicamente italianas, como la de llenar su casa de invitados. Recordaba Jorge Luz: “El quería estar con gente de la cosa a la que agasajaba dándole de comer, ya que le gustaba cocinar y lo hacía muy bien”.

El público porteño se sorprendió cuando en el 2000, se presentó en el Teatro Regina haciendo El último ángel, una obra dirigida por Manuel González Gil, donde protagonizaba a un cura inmerso en un drama íntimo. El público salía confuso de la sala, llevándose de regreso a su casa todas esas risas que no pudo reír. Vittori alertaba: “cambio calidad por cantidad. Haciendo una comedia semanal como hice en televisión durante veinticinco años no hay tiempo para madurar nada. Allí solo vale el oficio”.

En sus últimos años, invirtió sus ahorros —70.000 dólares— para hacer un camión acondicionado para transportar al elenco y la escenografía de las obras que llevaba de pueblo en pueblo. En el interior, se lo seguía recibiendo con una gratitud que se manifestaba en carcajadas: “Apenas entramos a los pueblos se moviliza toda la gente para recibirnos como ocurría con los antiguos cómicos de la legua”. Nunca suspendía una función, ni aunque el público no fuera superior a diez personas. China Zorrilla dijo sobre Darío Vittori: “Acá a veces hay una tendencia medio nefasta a considerar que los cómicos son actores menores. Yo me divertí mucho viendo a Darío por televisión, y en un punto me parece que sería hora de que todos nos demos cuenta de que no hay nada más difícil para un actor que hacer reír”.

A los 79 años sufrió un derrame cerebral que le hizo pasar en la inconsciencia los últimos instantes de su vida que se apagó el 9 de enero de 2001. Alguna vez dijo que su mayor deseo era que “cuando llegue mi hora, me lleven de un escenario a la Chacarita”. Su deseo se cumplió. Dos días antes del final, se había presentado en un teatro de la localidad de Salto –provincia de Buenos Aires— con la obra Los cuernos del león. En esos días dijo a la prensa: “En la historia yo quedaré como un tano laburador, que es lo que soy”.

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