cultura

Un prócer uruguayo del tango

Francisco Canaro, además de haber sido un pionero del jazz, dirigió una de las orquestas tangueras más importantes de la historia.

Nació en San José de Mayo, en la Banda Oriental -hijo de inmigrantes italianos-, pero se sentía un hombre de dos patrias. Para probar si viniendo a Argentina podía dejarse a la pobreza del otro lado del río, su familia se instaló en un conventillo de Buenos Aires. Antes de cumplir los 10 años ya era canillita, y pocos años después empezó a ganarse la vida como pintor de brocha gorda.

No sabía música, tocaba de oído. Su primer violín lo construyó con una madera y una lata de aceite de oliva de la fábrica en la que trabajaba. Su madre le hizo una funda de género. Con ese violín de lata empezó su carrera. Luego, un vecino zapatero le enseñó a tocar la guitarra. El primer tango que aprendió fue El llorón, de autor anónimo. Iba a tocar a los bailes del barrio. Le pagaban unos pesos, que se sumaban a los que cobraba como pintor de brocha gorda. Los primeros tangos que compuso fueron con letra de su hermano Mario. A lo largo de 56 años compondría alrededor de setecientos tangos y milongas.

Debutó en Ranchos, un pueblo a 100 kilómetros de Buenos Aires. Se presentó allí con un trío. Era un lugar de avería, con el escenario guarecido con chapas de hierro, por los balazos que a veces salían desde el descontrol de la concurrencia. A pocas casas de distancia de la suya, vivía el bandoneonista Vicente Greco, quien lo recomendó para actuar en un café del barrio de la Boca. Su nombre comenzó a circular entre los tangueros como un santo y seña. Sus primeras composiciones exitosas fueron Pinta brava y Matasanos -tango escrito a pedido de un estudiante de medicina próximo a recibirse-.

Su orquesta fue la primera que apeló a cantores. Al principio solo para entonar solo algún estribillo. El primero fue Roberto Díaz -quien en 1929 formó un dúo con Libertad Lamarque-, Francisco Amor -padre de Rafael Amor-, Charlo, Hugo del Carril, Fiorentino, y Carlos Gardel -con quien grabó un disco inolvidable y de quien dijo: “Carlos Gardel fue el juglar bohemio y trashumante que gustó y emocionó a los públicos de todas las partes, donde todavía queda en el recuerdo el eco de su voz sentimentalmente maravillosa. Su trágica muerte ha dejado un vacío de abismo en nuestro cancionero, pero su nombre inmortal aún continúa vivo entre el público y el público en general a través de las grabaciones en el disco de sus canciones inolvidables. Por eso, a pesar de haber transcurrido ya 20 años de su lamentada desaparición, su arte unipersonal tiene realidad de presencia en la imaginación popular”. También fue pionero en la incorporación del contrabajo en las orquestas de tango.

Su nombre estaba en boca de todos, incorporándose a ese refranero nacido del ingenio popular. Para referirse a algún hecho muy lejano en el tiempo, se solía decir: “De cuando Canaro ya tenía orquesta”. Como se le atribuía una inmensa fortuna, como alternativa al dicho “Tiene más plata que los Anchorena”, se decía “Es más rico que Canaro”.

En 1925, llevó su música a París, logrando que el tango hiciera furor. Fue acompañado por los cantores Agustín Irusta y Roberto Fugazot. Su éxito fue tal, que durante 10 años dio recitales por toda Europa, viajando luego a los Estados Unidos.

No fue uno de sus méritos menores haber conseguido la agremiación colectiva de todos los autores y compositores de música, creando una entidad que defendiera sus derechos: Sadaic. Ese logro institucional le valió el reconocimiento de muchos de sus colegas, pero otros, lo siguieron viendo como alguien del hombre de negocios que del artista. Su único fracaso se lo propinó el cine. Su productora -Río de la Plata-, fue hundida por el peso de deudas que jamás le permitieron volver a salir a flote.

Murió el 14 de diciembre de 1964. Se fue cubierto por las banderas argentina y uruguaya, en un cortejo de centenares de personas que peregrinó por la calle Corrientes, del que formaban parte Juan D’Arienzo y Osvaldo Fresedo, entre otros. Dijo entonces Mariano Mores: “En ese momento murió la historia de nuestro tango. Canaro era un testigo de la época que nunca volverá”. Sus restos están en la Chacarita, en el panteón de Sadaic.

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