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Un violinista del tamaño de la cordillera

Hernán Oliva nació en Chile pero casi toda su biografía musical transcurrió en Argentina. No solo tocó con los mayores músicos de jazz, sino que él también lo fue.

En su familia el que no era abogado era médico; pero Hernán Oliva eligió llevar el estandarte de los vagos. Una noche en Valparaíso, en 1927 tuvo la oportunidad de escuchar a Joe Venuti, con Adrián Rollini en saxo bajo y Eddie Lang en guitarra. Creyó que se volvía loco. Eso era lo que estaba esperando en la vida, la señal de largada. Y decidió dedicarse por entero a la música. Su primera práctica de orquesta la hizo en Viña del Mar, tocando en bares y plazas. Luego, su público fue la gente más copetuda de los restaurantes más caros de Santiago de Chile. En enero de 1935 se vino a Argentina. Llegó a Mendoza con lo puesto, el violín y veinte centavos. Fue a L.V. 10 Radio de Cuyo y dijo que podía tocar lo que le pidieran. Le preguntaron si sabia tocar Alma de bohemio. Un poco de memoria y otro poco inventando, la tocó. Lo contrataron para integrarse a la orquesta de la radio.

En 1935 ingresó en la orquesta de René Cóspito. Actuaban en Radio Belgrano, en los bailes de Geniol y en Gath & Chaves a la hora del té. Luego fue a tocar a la boite La Chaumiere, que quedaba en el bajo, cerca de donde vivía. Su compañero de escenario era Enrique Mono Villegas: “Enrique, para mí, fue toda una escuela. Si uno no aprendía con él, no aprendía más”. En noviembre del 40 volvió de Europa Oscar Alemán. Alguien le dijo que había un violinista que podía hacer el trabajo que necesitaba. Ingresó en el quinteto. El estilo de Oliva se ajustaba con precisión a la propuesta estética de Alemán. No se llevaban bien: “Yo he visto hombres malos en mi vida, pero como Oscar Alemán ninguno”. La relación terminó estruendosamente en Punta del Este. Las cosas ya venían mal de antes pero lo que colmó la paciencia de Hernán Oliva fue que Oscar Alemán le dijera al público que él era un genio y “todos estos”, es decir, todos los músicos que lo acompañaban –entre ellos, Hernán Oliva-, no eran más que “una mierda”. Oliva se le fue encima y le dio tantas trompadas a Alemán que el público subió al escenario temiendo que lo matara. Pero Oscar Alemán reaccionó y la pelea se tornó sangrienta y pareja: “El negro que no era manco también me llenó de piñas”. Podría haber sido una tragedia. Oscar Alemán solía repartir cada noche una propina entre sus músicos. Esa vez no hubo. Oliva solía sonreír cuando lo recordaba: “Dios lo castigó porque le robaron la cartera con su sueldo y la propina de todos”.

En el año 1959 Santos Lipesker formó una orquesta cómica: “Los Tururú Serenaders”. Era una idea del dibujante Landrú. Hernán Oliva tocó allí hasta que la orquesta se disgregó dos años después, porque hubo un entredicho entre Lipesker y Landrú. La orquesta se formó para un público infantil, pero la gente grande era la que terminaba yendo a escucharlos.

Si bien lo suyo era el jazz, actuó durante muchos años en “El Viejo Almacén”, a instancias de uno de sus mayores admiradores: Edmundo Rivero. Allí lo escuchó Juan Carlos Maquieira, quien con lo convenció de que grabara un disco con versiones de Maria, El entrerriano y Malena, entre otros clásicos del género. Pero decía que no se podían mantener dos pasiones a la vez, por eso volvió al jazz.

En unos carnavales en el club Independiente conoció a Sara, su mujer, con quien tuvo tres hijos. Con ella se trepó a un barco que iba a Nueva York y pagó el viaje tocando su violín a bordo. Estudiaba todos los días “porque el violín requiere práctica constante, la gente está esperando que uno se equivoque y no voy a darles el gusto”. Cuando tocaba no pensaba en nada, solo en las notas que salían al aire con ideas nuevas.

Se enorgullecía de haber tocado de un lado y otro de la cordillera, “ con los mejores músicos de jazz desde los años treinta hasta los setenta”. Tuvo una vida azarosa, con muchos reveses. Sus discos no eran reeditados, su música casi no se difundía y sus recitales eran esporádicos. Pero hacia el final de su vida, a los 75 años, decía que nada de eso importaba,“porque uno resucita cuando toca”. En la madrugada del 17 de junio de 1988, lo encontraron muerto en la calle, abrazado a su violín.

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