Una arquitectura al servicio del pueblo

Rodolfo Livingston creó el concepto de “arquitecto de familia”, un sistema en el que cada quien imagina el tipo de vivienda a habitar y el profesional materializa ese sueño.

Rodolfo Livingston supo que había encontrado su tarea en la vida cuando descubrió la arquitectura. Su carrera no ha sido más que la lucha por bajar a sus colegas del nicho helado en que ellos mismos decidieron auparse. Autor de una docena de libros y cientos de artículos, no es urbanista ni diseñó ciudades, pero imaginar espacios comunitarios es el tema que más lo apasiona. Algunos dicen que sus obras no pesan tanto como su nombre. Quizás por considerar, a diferencia del resto de sus colegas, que su profesión tiene que estar al servicio de la gente, para darle comodidad y hacerla más feliz.

Desde sus comienzos se especializó en la remodelación y refacción de casas. En rigor, elabora el diagnóstico de cualquier ­problema relacionado con el espacio: “La forma de escuchar es clave. Puede consistir en empezar por preguntarle al cliente cuáles son todos los defectos que tiene su casa y, después, qué virtudes. A partir de ahí, es posible extraer conclusiones para saber qué es lo que hay que hacer”. Desde esa sólida convicción, creó un sistema de diseño participativo que llevó el nombre de “arquitectos de familia”, que recibió ­numerosos reconocimientos internacionales, y originó barrios enteros en Venezuela y Cuba.

Cuando asumió como director del Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, impuso un estilo incompatible con el sistema burocrático. Por entonces, se hablaba de congestión gremial. No obstante, la delegación ­sindical estaba presente a pedido suyo en todas las reuniones de su departamento. Por otra parte, Livingston, un ferviente partidario del humor, intentó aplicarlo a las funciones de gobierno. “Una de las virtudes del humor es que permite ver las cosas desde el ángulo del otro”, sostiene. En ese sentido, critica que nuestro país esté repleto de funcionarios sin humor, enfermos de formalidad, que se horrorizan si alguien va al trabajo sin corbata.

Rodolfo Livingston afirma que en las construcciones y en la distribución del espacio se reflejan las relaciones de poder. Incluso dentro de la familia. En ese sentido, es frecuente oír a ciertos hombres quejarse de que no tienen lugar dentro en la casa para aislarse. Y, a veces, lo dicen en casas de 200 metros: “Por eso veo ridículo que el loft (ese ambiente sin paredes que apareció durante mucho tiempo en espacios publicitarios) sea para la familia. Puede ser para un soltero o un maniático. Pero cuando una pareja se junta, enseguida hace falta una pared porque si no se matan”.

Toda su carrera ha defendido la idea de la “inteligencia colectiva”, dentro de la cual el arquitecto es una pieza central. Enemigo de los que pervierten los fines comunitarios, nunca desistió de la premisa de que para hacer una política justa con el manejo del urbanismo se debía tener en cuenta el punto de vista del otro. Durante la última ­dictadura cívico-militar, por ejemplo, se ­tiraron abajo 400 manzanas, el equivalente a la destrucción provocada por un feroz terremoto en Nicaragua. “¿A alguien se le ocurrió preguntarle al tipo de enfrente, a la mucama, qué pensaba de esa invasión?

¿O a las familias que les demolieron sus casas para construir autopistas?”, se ­pregunta Livingston. La conclusión es ­irrefutable: no se puede avanzar sobre los espacios públicos sin tener una consideración de las consecuencias que traerán al semejante.

Fiebre contra lo natural

Livingston explica que la fiebre contra lo natural suele anticiparse en el cine. En Blade Runner, el protagonista, interpretado por Harrison Ford, se sitúa en una ciudad del futuro, sin afuera, obsesiva, gris y siempre lluviosa, una ciudad plagada de he­licópteros que sobrevuelan sus interminables es­tructuras de cemento. En una escena crucial, se sube a un avión y escapa para em­pezar a volar sobre inmensas extensiones de verde. “¡Qué sensación de alivio sentía! Eso significa que el verde tiene un significado profundo para nosotros, que debe tener que ver con lo poco que hace que en términos biológicos salimos de la na­turaleza”, señala el arquitecto, y agrega: “Para vi­vir bien en ese nuevo sistema que es la cultura urbana hay que poder alejarse y cambiar de paisaje”.

En 2019 se estrenó Método Livingston, un documental de Sofía Mora en el que se capta las múltiples facetas de este personaje curioso y entrañable.

Noticias Relacionadas