Una leyenda de amor

Antón Chejov escribió algunas de las obras mayores de la literatura rusa y vivió una pasión digna de una novela.

Aun faltaba para que ese médico que pasaría a la historia como escritor, el 15 de julio de 1904 –último día de su vida–, le pidiera a su esposa, una copa de champagne para decirle adiós a la vida, cuando le escribió a ella: “Descanso poco en el jardín. Me quedo en casa, sentado, pensando en ti... Mi querida, mi actriz extraordinaria, tú, mujer notable... Me he habituado a ti y ahora estoy desconsolado, no puedo soportar el pensamiento de no verte hasta la primavera, esa idea me enloquece”. Así de ardiente era el amor que Anton Chéjov sentía por Olga Knípper.

Antón Pávlovich Chéjov nació en Taganrog –Ucrania–, a orillas del Mar Negro, el 29 de enero de 1860. Su padre había sido un siervo que compró su libertad con 875 rublos ahorrados con inmenso sacrificio. Antón salió de la pobreza escribiendo artículos humorísticos para una revista, lo que le permitió costearse los estudios de medicina. Era un hombre frágil, atildado, que apenas mostraba todo lo que bullía en sus profundidades, así como en los textos que escribiría, lo insinuado es más poderoso que lo dicho.

Disecando cadáveres de pobres, adquirió su mirada sobre la vida. De la tragedia le vino ese humor paradojal que fue uno de sus rasgos más marcados. Un día leyó una obra de Fiodor Dostoievski, en la que se relataba la infancia, la juventud y la edad madura de un personaje, y sintió que se le había revelado el secreto de ser escritor. Escribió cómo una viejecita había vivido en la infancia, cómo estudiaba, cómo la echaron del colegio, cómo se enamoró, cómo dejó de amar, y toda una serie de pormenores de su vida; y, por último, cómo llegó a ser vieja. La obra resultó larga y estaba escrita con una letra tan menuda como la de su padre. Sintió que había triunfado sobre sí mismo. Se sintió emocionado y feliz. Rogó a su madre que escuchara lo que había escrito. Ella escuchó pacientemente hasta el fin y le dijo que todo eso estaba bien, pero que le daba la impresión de no ser muy interesante. Tardó en recuperarse de ese áspero mazazo, pero regresó a la escritura sabiendo que lo suyo sería eso: contar la vida de la gente aparentemente poco interesante, pero que encierra un mundo oscuro e insondable.

Era un hombre de infinitos amoríos. En 1890 cruzó Siberia para escribir un libro ejemplar sobre la colonia penitenciaria de la isla Sajalin, en el camino conoció a una prostituta japonesa que lo hizo sentir –así se lo confiesa en una carta a su editor–, como si hubiera participado “en una carrera de caballos de gran clase”, casi diez años antes, había dado cuenta de aventuras similares corridas en Moscú, describiendo a las mujeres con las que alternó como “gatas enfermizas que sufren de ninfomanía”. Esas cartas recién pudieron leerse en 1991, ya que la feroz censura rusa no permitía “empañar la imagen” del gran escritor.

Esas experiencias amorosas quedarían descartadas para siempre cuando conoció a Olga Knípper, una actriz joven que protagonizaba las obras de Antón Chéjov dirigidas por Konstantin Stanislavski en el Teatro de Arte de Moscú. Se casaron en 1901. Tres años después, él comenzaría a ser comido en vida por la tuberculosis. La enfermedad lo encerró en un retiro en Yalta, a orillas del mar de Azov. Ella se alejaba durante algunos períodos, trajinando los escenarios rusos. Antón le escribía: “Te veo a menudo en mis sueños, cuando cierro los ojos te veo claramente. Eres la que necesito”. Sentía que había descubierto un amor verdadero: “Amor mío, mi querida, eres mi mujer, entiende eso de una vez por todas. Eres la persona más cercana y amada para mí, mi amor es infinito”. Ella le correspondía con la misma fiebre: “No tengo ganas de ordenar mi cuarto, ni ganas de hacer nada... No quiero ir a ninguna parte, ni quiero ver a nadie. Te quiero a ti, a ti, a ti, a ti, a ti, a ti, a ti... Te beso, muchos, muchos besos, mi querido. Tu Olga”. Sus últimas obras de teatro, Tres hermanas y El jardín de los cerezos, desnudaban en tono de comedia un mundo que caería definitivamente derrumbado por la revolución rusa.

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