cultura

Una visita de Jorge Luis Borges a La Plata

Ricardo Piglia estudiaba en la Facultad de Humanidades de nuestra ciudad cuando tuvo la iniciativa de traer al gran escritor a dar una charla.

Roberto Arlt había sido su gran iniciador en la literatura. Luego llegaría Ernest Hemingway con todos sus cuentos. Ricardo Piglia ya era un apasionado de las letras cuando invitó a Jorge Luis Borges a dar una charla en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata, en donde estudiaba historia y había organizado un ciclo de conferencias.

Piglia lo invitó a Borges por teléfono, quedaron en encontrarse. Le dijo que sería muy importante que participara del ciclo de charlas. Borges aceptó de inmediato porque dijo que La Plata era una ciudad que le gustaba mucho. Ese encuentro se produjo en la Biblioteca Nacional, que por entonces era dirigida por el escritor. De inmediato, Piglia se sintió muy cómodo, aunque apenas tenía 18. El clima creado le dio tanta confianza que se atrevió a decirle: “Borges, sabe que en su cuento La forma de la espada hay un problema con el final, porque para mí en el final había una cosa que se podía sacar”. Borges alzó su rostro, alerta, y exclamó: “Caramba. Usted quiere decir un defecto”. Piglia, envalentonado, continuó, le dijo que al final del cuento (la historia de un traidor que no confiesa ser el traidor y que tiene en la cara una cicatriz con la forma de la espada), Borges le hace decir al protagonista que es el traidor y eso sobra, porque debilita mucho el relato, de acuerdo al juicio del entonces imberbe teórico. Borges le respondió: “Ah, usted también escribe cuentos”. Esa es una fórmula que Borges usaba cuando la gente lo paraba en la calle y le decía que estaba escribiendo; él les respondía “Mire que casualidad, yo también escribo” y el interlocutor quedaba entonces hundido en la nada. Retrospectivamente, Ricardo Piglia descubrió que Jorge Luis Borges le estaba queriendo decir algo más: “Usted ya lee como si fuera un escritor, entiende el modo en que los textos están construidos y quiere ver cómo están hechos, ver si puede hacer algo parecido o en el mejor de los casos algo distinto. Escribir, me estaba diciendo, cambia sobre todo el modo de leer”. Piglia recordaba que siguieron conversando un rato más. “Yo ya estaba atontado y avergonzado y como adormecido. Borges me hizo ver el escritorio circular de Groussac que él recorría con su mano espléndida y pálida, la mano con la que había escrito Tlön, Uqbar, Orbis Tertius y La supersticiosa ética del lector”comentó . Comprobó que todo lo explicaba con claridad; tuvo la extraña sensación del cuidado con que Borges hablaba, con la misma forma ordenada y precisa con la que escribía.

Ricardo Piglia le ofreció una paga por la charla que Borges se rehusó aceptar. “Es mucho”, dijo. Piglia le aclaró que no se trataba de dinero puesto por los alumnos, sino un dinero dado por la Universidad. Borges aceptó a condición de que solo se le abonara la mitad de lo ofrecido. Cuando terminó la reunión, lo acompañó amable hasta la puerta y antes de despedirse le dijo, divertido como para que Piglia no olvidara su lección sobre las historias bien cerradas: “He conseguido una considerable rebaja ¿no?”

La charla de Borges en La Plata hizo rebosar el aula de alumnos, que comprobaron no solo su erudición infinita sino también su indudable cordialidad. Piglia rememoraba: “Borges tenía una forma inmediata y cálida de crear intimidad. Era así con todos sus interlocutores: era ciego, no los veía y les hablaba como si fueran próximos y esa cercanía está en sus textos; nunca es paternalista, ni se da aire de superioridad, se dirige a todos como si todos fueran más inteligentes que él”.

Una vieja amistad

A Borges le encantó la idea de volver a La Plata. Muchos años antes solía venir con frecuencia a la casona de calle 49 e/12 y diagonal 74 , donde vivía su amigo, el poeta Francisco Lopez Merino. En el salón de actos de la biblioteca platense que hoy lleva el nombre de López Merino, hay una foto en la que él está sentado junto a Borges en un banco de plaza, mirando a cámara. El gesto es candoroso en ambos y algo en la simetría de las caras los emparienta, como si fueran de alguna manera primos lejanos. Compartieron afanes políticos, ambos integraron el “Comité Yrigoyenista de Intelectuales Jóvenes”, junto a Leopoldo Marechal y Raúl González Tuñón. Borges rápidamente detectó en López Merino un talento literario que supo estimular, lo hizo sobrepasar el ámbito de la poesía e internarse en los terrenos de la ensayística, ayudándolo a publicar algunos artículos de crítica literaria en revistas como Nosotros, Valoraciones o el diario El argentino de La Plata.

Fue una tarde de comienzos de los 70 cuando un gran escritor fue traído a nuestra ciudad por alguien, que con los años, también se convertiría en otro gran escritor.

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