ENTREVISTA EXCLUSIVA

Abel Ayala: “Al actor no se le perdona que sea pobre”

El intérprete, que se lució en series como El maestro, El marginal e Historia de un clan, habló en exclusiva con diario Hoy sobre la cuarentena, el cine y el teatro. Un perfil bajo para un artista gigante que dio charlas motivacionales en cárceles y escuelas.

El coprotagónico en la película Algo con una mujer, de Luján Loioco y Mariano Turek, vuelve a poner en pantalla a Abel Ayala, quien se destaca por una sólida carrera asociada a productos audiovisuales de éxito. En diálogo con Hoy, contó cómo vive la cuarentena y la ansiedad ante el estreno. Además, repasó sus trabajos anteriores.

—En la antesala del estreno en plena cuarentena, ¿cómo vivís este momento?
—Estoy bien en el sentido de que, gracias a Dios, no me falta nada. En estos momentos te mirás al espejo y empezás a valorar todo, decís que suerte que no me falta para comer, que tengo mi casa, que puedo estar tranquilo. Pero vos sabes cómo es la vida del artista, un día tenés, y otro no. Es muy difícil para todos hacerse una monedita para estar en paz, y cuando tenés lo mínimo garantizado decís de ésta me salvé, muchas veces no lo tenés, y eso te lastima mucho. Y no hablo del hogar y de la calle cuando era pibe, sino ya crecido, teniendo plata, habiéndola perdido y decir no la pierdo más. Más al tener hijos, porque yo puedo estar en la calle si quiero, pero con ellas decís que bueno que no les hago sentir miedo.

—Teniendo hijos es más desesperante no tener lo necesario, especialmente en esta situación extraordinaria
—Sí, conozco a un montón de colegas que la están pasando mal, que tienen hijos y es desesperante. Porque al actor no se le perdona que sea pobre, tiene que ser exitoso y millonario. No hay nada peor que ser pobre y conocido, es muy bravo.

—En Algo con una mujer hacés algo diferente…
—Me llamaron y había visto La niña de tacones amarillos, la película anterior de Lujan. Me gustó su poética, una directora de verdad, que daba sus primeros pasos, pero lo hacía muy bien. María Soldi en la película está súper creíble. Y Manuel, mi personaje, me gustó. Honestamente no me acuerdo del proceso interno del personaje, porque en el medio estuvo El Marginal 3 y eso se comió todo, fue un bombazo de luces, de aplausos. Sobre la película me gustó el tema del vestuario, el peinado. Hay un esfuerzo de los argentinos de hacer cine con dos mangos, por lo que se debería valorar más el esfuerzo y talento, los yanquis lo hacen con toda. Espero que la gente que invirtió en la película pueda recuperar el dinero, para mí es hermosa. Ojalá que le vaya bien y la miren.

—El teatro tiene contacto directo con el público, ¿de qué manera te encontrás sobre las tablas?
—Mi experiencia más fuerte fue el año pasado en Búfalo Americano de David Mamet. Me enfrento a los desafíos de la vida sin volverme loco por la envergadura del dramaturgo, como en este caso, o si hay una gran figura. Pienso lo que voy a trabajar para no pasar desde lo actoral, en este proyecto estaban Roly Serrano, Claudio Rissi, y el Indio Romero en dirección. Era una gran oportunidad para pisar el teatro con estos grosos y buena gente amiga. Una pieza difícil, con una cultura diferente como la americana, con algo de época. Es hermoso tener a 100, 200 o 700 personas ahí, la energía, hacés que no los ves, pero están. Soy un pibito todavía y creo que me falta mucho para mirar para atrás.

La exigencia del oficio

—En el último tiempo, trabajaste en distintos roles, ¿cómo pensás la profesión?
—Creo que el actor es convocado para lo que, de alguna forma, emana, lo que muestra. En mi caso, busco papeles que me exijan, que me hagan trabajar de verdad. Hay una creencia común de leer todo rápido y hacer de taquito las escenas, pero eso te lleva a hacer siempre lo mismo. Sin embargo, cuando llega un desafío groso, te obliga a superarte, tengo ganas de crecer.

El Polaquito, su llegada a la actuación

—¿Qué recuerdos tenés de la cinta que hiciste con Juan Carlos Desanzo y Marina Glezer?
—Fue una bisagra para conocer otro universo, para que en mi cabeza entraran otras imágenes, personas e historias. En mi caso, construí mi identidad, de mirarme al espejo, de sentirme valorado, de tener un nombre y un apellido; por eso El polaquito es más que una película. Además, aprendí con Juan Carlos Desanzo, porque tiene una manera particular de dirigir, filmaba en 16 o 35 milímetros, no era digital, valía una fortuna, no se podía perder tiempo. Fue una escuela maravillosa. Me llevé muchas enseñanzas de la película, no fue de un día para el otro, pero El polaquito me abrió muchas puertas.

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