entrevista

Diego Velázquez: “En los momentos más duros el teatro siempre viene a sanar un poco”

El talentoso intérprete vuelve a los escenarios con uno de sus grandes éxitos y reflexiona sobre el complicado momento audiovisual.

Diego Velázquez regresa con Escritor fracasado, de Ro­berto Arlt con dirección de Marilú Marini, a El Picadero (CABA), todos los miércoles. La obra, una sátira sobre la cultura y el acto creativo, se estrenó en agosto de 2017 en el teatro Cervantes y recorrió otros lugares hasta desembarcar en la mítica sala de la ciudad de Buenos Aires. Diario Hoy dialogó con Velázquez para saber más detalles del regreso.

—Por ahí te pasó en alguna oportunidad, pero ¿cómo es volver a encontrarte con un personaje, como el del escritor, con sus características, la energía, con toda la transformación que vos le fuiste haciendo?

—Mirá, es particular porque, a diferencia de otras obras que por ahí en el momento ya no te dan más ganas de hacerlas o te dan algo de la mecánica de la obra, acá es como siempre nuevo, como que yo voy encontrando en el texto de Arlt como una actualización permanente. Incluso, no sé, la función del último miércoles, hubo textos que sonaron distintos. Hay algo ahí que como es también tan del público y eso exige un presente muy rotundo, hace que todo sea muy nuevo de verdad a la vez. Entonces la obra va mutando y va significándose ese texto que es tan actual y cada semana puede tener una connotación distinta ­también en mí y en el que lo escucha. Pero con el escritor me pasa mucho eso, como que de verdad es un poco como una tirada vacía por cada función.

—Entonces, no es ir y hacerla de taquito...

—No, no puedo hacerla de taquito ni en pedo, porque como es tan con el público, que estoy viendo a la gente mientras están hablando, que eso te actualiza el presente todo el tiempo y lo que va pasando, además, en cada función. Es un poco un cliché decir que las funciones de teatro en realidad nunca son iguales y eso, pero es que es verdad, y acá me pasa, es muy rotundo eso, de repente todo el público nuevo son compañeros; es mayor trabajo no usar todo eso nuevo que pasa en la función que hay que hacerse cargo y trabajar con eso.

—Y en esto de encontrarte de nuevo, también ha pasado de que se fueron transformando los espacios en donde lo hacés. ¿Cómo es eso? ¿Con Marilú vuelven a hablar?

—El primer cambio que hubo de espacio fue El Callejón, que es un teatro que es muy acogedor y se subrayaba algo de cierta intimidad con el público porque entra menos gente, que para el escritor estaba bueno también, pero también hacía rato que queríamos probar con más. Una vez lo hicimos en un festival en Colombia y cuando llegamos la sala era para 300 personas y dijimos: “¿Y esto qué onda ahora?”. Y cuando hicimos la función estuvo buenísimo. Había algo ahí que me obligó a mí a estar de otra manera y el público estaba muy atento igual, como que tuvo una recibida muy linda y siempre nos quedó ahí también algo de pasar a probar otra sala.

Ahí apareció la posibilidad de El Picadero y es esto ahora, digamos, es una sala mucho más grande que a la vez mantiene cierta intimidad, tiene algo de que igual estás cerca, este es dónde estés. Me habían ofrecido otras salas comerciales, pero que para mí eran demasiado impersonales, como muy grandes para esta obra, sentía que no iba a poder agarrar a todo el público de la manera en la que me interesa que se sientan parte en el escritorio. Y ahora en El Picadero funciona y está bueno, pero también es una flor de novedad para mí, digamos, como antes tenía un grupo de 50 personas y ahora son 270, un montón.

—Igual buscás esa complicidad, aunque sea con los más cercanos...

—Trato de estar con todos, digamos, como que además hay algo del rebote de la luz del escenario, hizo esta iluminación que se armó, que me permite a mí ver la cara de la gente. Entonces no es que algunos quedan al fondo oscuras, algo así. Y después Marilú estuvo, está siempre, digo, ahora cuando hicimos la apuesta nueva acá, porque hay algunos cambios, ella la escenógrafa, que viven las dos en París, estuvieron por Zoom, e íbamos probando las cosas e iban chequeando ahí.

—¿Cómo estás viviendo este año? Un año complicado en todos los sentidos, en muchos niveles, pero a nivel de cultura hay como ganas de hacer, la gente los acompaña y demás...

—Sí, yo creo que eso pasa más que nada en el teatro en este momento. Creo que hay algo, que el teatro, juntarse con otros, hacer teatro, por eso también estoy volviendo ahora con Fantasmatic, la obra de Ciro Zorzoli, que es como que en los momentos más duros el teatro siempre viene a sanar un poco y a ayudarte a encontrarte, a crear espacios de debate, de creación. El cine es un poco más complicado porque es algo que yo extraño mucho y que me preocupa en este año que tiene que ver con el cine independiente, que hay muy poca producción y que, nada, que cada vez es como que va perdiendo terreno, digamos. El poco cine que se está produciendo es el cine que de alguna manera está apoyado por las plataformas, incluso que está buenísimo, o el cine de las grandes productoras, pero yo necesito ese otro cine. Es un cine que me gusta hacer.

Hacer cine independiente y mucho más

—El cine independiente a vos te permitió, más allá de los personajes, cosechar críticas, premios...

—Es la forma de trabajar en la que más cómodo me siento porque empecé en el teatro independiente. La producción independiente es lo que más he transitado, más allá de que haya podido formar parte de pelis más grandes o trabajar ahora con las plataformas y eso hay algo del encuentro con las personas en esos espacios es instinto porque por algo es independiente. Es independiente económicamente o independiente en cuanto a qué cantidad de gente está opinando sobre eso que se está haciendo. Es independiente en cuanto al rigor artístico que se quiere tener.

Entonces esos espacios son los que a mí me están faltando ahora y por lo que hablo con muchos amigos y colegas, eso es preocupante porque nunca hay una estabilidad, más allá de los vaivenes que tenemos como país siempre, es una actividad que nunca tiene una estabilidad que le permita proyectar mínimamente porque el cine necesita dinero para hacerse a diferencia del teatro que lo podés hacer juntándote con otros y hay que pagarle a la gente y hay que... nada, es caro. Entonces eso sí me preocupa. Yo este año no filmé nada, por ejemplo.

—Tenés entonces cosas pendientes de estreno pero de otros momentos...

—Sí, se está terminando El agrónomo y tengo una película también por estrenar, que no sé en qué está esa obra, con Andrés Tambornino, que es un editor muy conocido, la hicimos hace un año y medio ya, pero también les está faltando plata para terminarla. Y las cosas que aparecieron este año, por ahora, audiovisuales, no estaban buenas.

Entonces, ahí en el medio también apareció la posibilidad de hacer la obra de Mariano Pensotti, que implicaba tener unas giras en el medio y decidí también cómo ir por ahí en este momento. Digamos que estuvo bueno porque fueron dos meses de ensayos muy intensos para estrenarla directamente en un festival en Viena y de ahí ir a Atenas y volver acá, después volver a viajar. Estuvimos en Canarias ahora y en octubre, eso me organizó el año de esta manera. La ausencia de cosas interesantes para hacer como a mí me gusta, trabajar mis espacios, disfruto mucho del espacio del rodaje y del espacio del encuentro, pero no había mucho para hacer.

—Debe ser medio frustrante también en el fondo que no lleguen propuestas interesantes de las plataformas, por ejemplo...

—A mí no me gusta generalizar, pero con el tiempo se van armando patrones en las producciones, pero yo por suerte, no sé, una serie como Entre hombres escapa para mí de lo que suelen hacer las plataformas, entonces de esas cosas sí me interesa participar, porque ahí sí creo que había como una opinión, había como una decisión artística de parte de Pablo Fendrik.

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