ENTREVISTA EXCLUSIVA

El último traje, una historia de amistad que apela a la emotividad

En diálogo con este medio, Pablo Solarz, director y guionista, reflexionó sobre este atrapante filme en el que profundiza sobre sus raíces y los recuerdos de su niñez

Abraham Bursztein es un sastre judío de 88 años que tiene una promesa por cumplir. Al final de la Segunda Guerra Mundial, un amigo lo salvó de la muerte y él juró volver algún día para contarle cómo fue la vida que vivió gracias a su ayuda. Siete décadas después, y sintiendo que para su familia solo es un estorbo, Abraham decide que es el momento de enfrentarse a sus miedos. Así comienza la historia de El último traje, el filme protagonizado por Miguel Ángel Solá.

Con dirección y guión de Pablo Solarz, este largometraje es más que una road movie o una historia del montón: es la trama, la vida y los recuerdos de la niñez que Solarz plasma en la pantalla grande. “En realidad tiene que ver con la llegada de mi abuelo polaco a la Argentina. A través de su relato, nos transmitió el dolor y la imposibilidad de enunciar la palabra Polonia. Luego fuimos recopilando otras anécdotas suscitadas durante mi vida, otras de mi juventud, porque siempre me interesaron estos temas. Un día me encontré escribiendo la historia de un hombre que se cruza medio planeta para volver a Polonia para ver si consigue encontrar a un amigo que lo escondió en su casa y así salvó su vida”, dijo a diario Hoy el cineasta. “Es una narración que transcurre hoy. Se trata de una persona que escapa de sus hijas, de su familia, porque no lo dejarían ir de otra manera, y cuyo fin es cumplir una promesa. Así, a sus 90 años, intenta encontrar a este amigo que hizo algo muy importante para él. Se trata básicamente de una historia de amistad”, aseguró.

—El último traje se estrenó recientemente, ¿cómo te sentís al respecto?

—Con mucha ansiedad. Ya se estrenó en España y quiero que le guste mucho al público en la Argentina, que es mi casa y donde más me siento conectado con la gente. Tengo ganas de que la vea la mayor cantidad de personas posible. Esta producción me llevó muchos años, primero poniéndome a escribir, después consiguiendo las voluntades necesarias para que se hiciera, porque es un filme que implicó un rodaje en cuatro países, lo que requiere mucha logística y equipos de trabajo diferentes. Estoy expectante.

—Te llevó muchos años elaborar el guión, ¿cómo fue ese proceso?

—Sí, empecé en 2004 y terminé la versión final unos meses antes de empezar a filmar. Mientras iba escribiendo tenía imágenes propias sobre los actores, después trabajamos con una directora de casting  y ella se ocupó de cada actriz y actor que necesitábamos para cada rol. Durante todo el proceso de construcción de la historia me reí, lloré, le di muchas vueltas y fue creciendo conmigo. Imaginate que tenía 34 años cuando empecé, no tenía posibilidades para quedármelo y tampoco tenía mucha experiencia en mi haber como director. En ese contexto, cedí los derechos a unos productores, no hicieron nada y entonces el libreto regresó a mí. Ahí me percaté de que haría todo lo posible por hacerla y llevarla a cabo.

—Además de poder filmar la película, es una manera de poder saldar la historia familiar…

—Sin dudas, porque en mi familia, precisamente en la primera generación de inmigrantes, es decir mis abuelos, vivían en silencio y no había voluntad de hablar del tema. Después con mis padres existía un escaso conocimiento sobre de dónde venían y qué les había pasado. Solo estaban al tanto de cosas en líneas generales, no preguntaban a fondo. Fue una manera de saldar algo pendiente, de saber qué pasó. Este filme me obligó a investigar, a indagar y a enterarme, en detalles a veces minuciosos, en qué consistió esa famosa solución final que los nazis encontraron en relación con los judíos.

—Entonces, ¿de qué manera surgió el interés por adentrarte en el relato de tus orígenes?

—Tuve la necesidad real de conocer en detalle, de ir físicamente a los lugares donde las cosas pasaron, de leer materiales específicos, muy detallados sobre el Holocausto. Cuando los productores me dieron luz verde, inicié un camino más exhaustivo, ya sin dedicarme a otra cosa que no fuera esto. A diferencia de años anteriores en los que debía trabajar en otras cosas, llegado el momento dejé todo y me puse manos a la obra solo con esto.

—En cuanto a la actuación de Miguel Ángel, debieron lograr una caracterización extrema. ¿Qué podés contarnos sobre ese proceso?

—Fue complejo, especialmente para él. Antes de iniciar cualquier escena, se sometía a dos horas de maquillaje. Tuvo mucho trabajo en la cara y en las manos. Además tuvo que trabajar con materiales agresivos y molestos. A esto se le suma la interpretación que debió preparar en sí mismo para poder llevar a cabo un personaje 20 años mayor que él, que tuvo el ídish como primera lengua. Considero que es uno de los mejores referentes en la actuación y cuando supe que había aceptado, ya no tuve dudas. Anuncio que él salió airoso y por eso los invito a que vayan a ver el filme esta semana. Eso es cine argentino y se conocen cuáles son las condiciones de competencia en las que trabajamos, que nunca estamos seguros de si llegamos a la semana siguiente.

—¿Cómo continúa el recorrido del filme?

—Se vienen unos festivales por delante en Miami, Nueva York, Atlanta, Corea, Italia, Varsovia y Australia. Por suerte, también iremos a lanzarla en diferentes cines. Ya tenemos un premio del Festival de Cine de Jerusalén y es un buen augurio.

—Es un mimo ser reconocido afuera...

—Siempre se encuentra un público, aunque a veces no sea catalogada como una película masiva como aquellas en las que están Francella, Darín o Suar. Ante esto, de por sí, los distribuidores, que son los que tienen que arriesgar en el lanzamiento, toman un riesgo menor, los medios dan un espacio menor y todo es más chiquito. Pero igual es algo, porque este filme se va a encontrar con su público y en otros países tendrá su oportunidad. Aunque no sean espacios masivos, pueden ser populares, y puede resonar sin ser masiva, porque no es que solo existe eso. Buscamos contar una historia muy sentida y tener la mayor resonancia posible. 

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