Cultura

Abel Santa Cruz, el padre del teleteatro argentino

Desde La pícara soñadora hasta Dr. Cándido Pérez, señoras, pasando por Catita es una dama y Canuto Cañete, conscripto del siete, sus obras para radio y televisión tuvieron un profundo arraigo popular

Su trabajo funcionaba como motor del proceso creativo que dio sentido a su vida. Guionista y autor teatral, se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras con medalla de oro, escribió más de 60 piezas teatrales y radioteatros, incluso incursionó en los guiones cinematográficos. Las obras de Abel Santa Cruz fueron interpretadas por muchas de las mayores estrellas de la historia del espectáculo argentino: Niní Marshall, Florencio Parravicini, Mirtha Legrand, Tita Merello, Libertad Lamarque, Lolita Torres y Marilina Ross, entre otras.

Nació en 1915, en el seno de una familia de clase media, llena de maestros. Vivían en Montes de Oca, provincia de Santa Fe, en una inmensa casona con diez habitaciones. Era una familia católica, creyente y cerrada. No obstante, Abel se recordaba como un chico feliz. Aunque no conocía la calle, tenía otras distracciones. Entre ellas, una gran biblioteca: leía mucho Salgari, Verne, Twain, Wells. Para castigarlo por alguna travesura, su padre, por ejemplo, lo dejaba una semana sin leer. Un día leyó en el diario que Boca iba primero y se hizo hincha: “Yo dije: ¿Primero? ¡Esto es para mí! Y seguí siendo de Boca”.

Sus comienzos en la radio se remontan a la lectura de poemas en el programa La hora de la asueroterapia en Radio Belgrano. “Lo que nunca pude entender yo mismo es por qué se recitaba poesía en medio de la asueroterapia. Yo mandaba poemas y leyeron varios. Un día me presenté (tenía 14 años) y comencé a leerlos yo mismo en el micrófono”, decía Santa Cruz.

A los 17 años se recibió de maestro en el Colegio Mariano Acosta, donde daba clases y dirigía una revista escolar. Dejó la docencia para estudiar Filosofía y Letras y dedicarse al periodismo deportivo en la revista La Cancha y en Patoruzú. El maestro que lo reemplazó en el cargo era un muchacho alto, de modales suaves y ojos muy separados: Julio Cortázar.

En 1939 se volcó de lleno a escribir libretos, pero con un pudoroso seudónimo: Lépido Frías. Fue en el marco del programa Doña Oliva al olio. Allí trabajaban, entre otros, Leonor Rinaldi y Francisco Charmiello. En total, duró nueve meses: “Yo ya estaba en el ambiente, hablé con gente y finalmente pude escribir mi primera novela en el 40, por Radio Splendid. Donde la tierra es roja, se llamaba. Era la vida de un maestro en Misiones. Y el galán era Carlos A. Petit, el revistero”. Sin embargo, lo que más le gustaba hacer eran los programas cómicos, y en 1943 debutó en Radio El Mundo con La vida de Eva Laviere, dirigida por Armando Discépolo y en la que participó Narciso Ibáñez Menta. A partir de 1951, con la aparición de la televisión en nuestro país, la mayoría de los radioteatros escritos por Abel Santa Cruz fueron adaptados para la pantalla chica.

Por entonces, el guionista estrenó una de sus mayores comedias musicales, Esta noche filmación, dirigida por Maurice Schwartz e interpretada por Tita Merello y Fernando Borel. Luego estaría diez años sin estrenar nada, hasta que dio el gran golpe con Los ojos llenos de amor, que cuenta la historia de Aníbal, un galán del espectáculo, que es sorprendido en su camarín por su representante. Allí, Elena, una extra del filme, lo salva de una situación comprometedora haciéndose pasar por su esposa. A cambio, le solicita compartir un mes de la vida del galán.

Santa Cruz se definía a sí mismo como alguien conservador en su manera de pensar y de sentir: “Mi tratamiento (en las películas) excluye temas que no me hacen feliz. Ni antes ni ahora. Ahora hay una bancarrota de la moral. Pero yo rara vez uso el sexo como trabajo. La vida me ha tratado muy bien. Será por eso que soy naturalmente optimista. Creo en la familia y en los aspectos morales de la vida. Y el pueblo también. Al pueblo le interesa que los buenos triunfen”.

Casado y divorciado en varias oportunidades, se unió a la actriz Eve Ziegler a los 75 años. Murió en Mar del Plata el 4 de febrero de 1995.

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