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Algunas curiosidades de la historia del teatro

Es una de las manifestaciones artísticas más antiguas de la historia. A través de los años, se han ido acumulando curiosidades y leyendas que son parte de su encanto.

Mísera era la condición de los artistas dramáticos en el siglo XVII: en Valencia, el 25 de agosto de 1643, se ajustició a Iñigo de Velasco, “comediante de opinión, porque, olvidado de la humildad de su oficio, galanteaba con el despojo que pudiera cualquier caballero”. El teatro era una forma de expresión fuertemente conectada a lo divino, originaria de la Antigua Grecia y cuyas primeras manifestaciones estuvieron motivadas para rendir culto a Dionisio, el dios del vino. Entre los autores más conocidos de la primera época, se destacan Sófocles, Esquilo y Eurípedes. Luego cobraría vigor el drama, que se cultivó durante la época del Imperio Romano y emergieron autores más extraordinarios aún, como Plauto o Séneca.

En España, fue el magnífico actor Carlos Latorre el que primero alcanzó el rótulo de “don” hasta entonces negado a los artistas dramáticos. Hijo de un intendente de rentas, por motivos políticos, la familia se exilió a Francia cuando contaba catorce años de edad, radicándose en París. Allí comenzaron sus aficiones al arte dramático asistiendo a representaciones teatrales y aprendiendo las formas de interpretación de la escuela francesa. Su dominio perfecto de la lengua francesa le permitió actuar en París años después. Finalmente, regresaría a España en 1823 a relanzar su carrera artística.

En Japón, los papeles de mujer eran representados por hombres, y los hombres que representaban dichos papeles no solo dedicaban toda su vida al estudio de la psicología femenina, sino que vivían “femeninamente” en sus casas, dedicándose a las labores propias del sexo que imperaban en aquella época y que luego adaptaban al teatro. En ese sentido, los actores japoneses fueron pioneros en cambiarse ante el público de trajes y maquillaje. El teatro Kabuki, por ejemplo, es una de las formas de teatro tradicional más destacadas dentro las artes escénicas de Japón.

Cuando en 1786 la compañía de Manuel Martínez aceptó la comedia de Moratín El viejo y la niña no pudo estrenarla porque la dama, que frisaba los cuarenta años, no quiso renunciar al papel de doña Beatriz. Ocho años después, la compañía de Ribera tampoco pudo estrenarla por empeñarse la actriz, que desde hacía treinta años venía interpretando las ingenuas, en desempeñar el papel de Isabel. En la comedia, Isabel es una joven casada con el anciano don Roque (mucho mayor que ella) por imposiciones ajenas, sin amor y sin sentir ningún tipo de atracción hacia el señor don Roque. En síntesis, hasta 1790 no pudo estrenarse esta comedia de Moratin, luego tan celebrada.

Matilde Diez, que a los veinte años ya era considerada la mejor actriz española, fue la primera que alcanzó la distinción de ser nombrada primera actriz de cámara de la reina Isabel II. Se dio a conocer en Cádiz, adonde llegó desde Lisboa, ciudad a la que tuvo que huir su padre, un liberal convencido, en 1823. Después consiguió otro gran éxito con Preciosilla, personaje de la obra del duque de Rivas Don Álvaro.

Elegante, de voz aterciopelada, hija de actriz, Carlota de Mena, por no haber trabajado como primera en Madrid y haber limitado sus actuaciones, por razones sentimentales, a las regiones levantinas, no llegó a alcanzar la popularidad que sus relevantes cualidades le aseguraban dentro del marco de la escena española. Sin embargo, era maestra insuperable en declamación y el teatro clásico no tenía secretos para ella. Nadie la podía arrancar de la escena, que era su pasión. Tenía cincuenta y siete años cuando, en 1902, representando en el teatro de Manresa el drama de Tamayo y Baus Locura de amor, un ataque de apoplejía fulminante la hizo caer muerta en escena, ante la consternación general de los espectadores.

El teatro más antiguo del mundo de los que existen en la actualidad es el Theatre Royal Drury Lane, ubicado en Londres. Se asegura que la sala es rondada por un fantasma de traje gris que, a veces, puede advertirse en los ensayos, en la penumbra de las butacas vacías. Esta superstición se remonta a la época en que se halló, en el siglo diecinueve, en la fosa del teatro, un esqueleto vestido con harapos grises.

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