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Algunos secretos de la Novena Sinfonía de Beethoven

A 198 años de su estreno, una de las obras musicales más célebres de todos los tiempos sigue asombrando por las circunstancias en las que nació.

El 7 de mayo de 1824 Ludwig van Beethoven estrenó su Novena Sinfonía en re menor op. 125, compuesta por encargo de la Sociedad Filarmónica de Londres. El cuarto movimiento, que contiene el poema de Friedrich Schiller (el Himno a la Alegría), se convertiría en 1985 en el Himno de la Unión Europea, en adaptación de Von Karajan.

El estreno se produjo en el Teatro Imperial de Viena, luego de 12 años de que Beethoven no pisara un escenario. Toda la aristocracia y la élite cultural austríaca de la época se dio cita para presenciar el acontecimiento de ver al gran maestro en el podio, al frente de una de las mayores orquestas jamás reunidas. De espaldas al público, Beethoven marcaba los tiempos y daba entrada a cada instrumento con ademanes apasionados. Cuando la obra terminó, el genio seguía gesticulando. Uno de los intérpretes se le acercó, con un gesto le pidió que se diera vuelta y entonces, Beethoven vio el unánime aplauso de todo el público de pie. No había podido escucharlo porque ya estaba completamente sordo.

Beethoven había seguido en la partitura la ejecución de la obra e imaginaba cada uno de los sonidos. La estruendosa gratitud de los espectadores al final de la obra solo pudo adivinarla. Se inclinó para saludar y tomó una decisión: no subir nunca más a un escenario. Se retiró de la vida pública. Tres años después murió en su departamento de Viena, a los 56 años.

El texto de Oda a la Alegría del poeta alemán Friedrich von Schiller data de cuatro años antes de la Revolución Francesa y es un llamado a la igual y fraternidad entre todos los seres humanos; no podía sino tener un efecto revulsivo en una sociedad rígidamente estratificada y donde la aristocracia creía ocupar su lugar por mandato divino. Fue ese llamamiento a la solidaridad humana lo que hizo que Arturo Toscanini incluyera esa obra en su repertorio como manera de oponerse al fascismo en los años de la Segunda Guerra Mundial. Paradójicamente, Pietro Mascagni , el músico oficial del régimen de Mussolini, ofrecía esa sinfonía en conciertos multitudinarios. Incluso fue la pieza escogida por la radio alemana para anunciar el suicidio de Hitler en 1945.

Oda final

La composición de la oda final significó para Beethoven un trabajo arduo. Hizo más de 200 reescrituras, tratando de captar ese escurridizo sentimiento de felicidad que buscaba transmitir y que, una y otra vez, se le escapaba entre los dedos. Anton Schindler, amigo y biógrafo de Beethoven, contó: “Cuando empezó a componer el cuarto movimiento de la sinfonía, la lucha comenzó como nunca antes. El objetivo era encontrar un modo correcto de introducir la oda de Schiller. Un día Beethoven entró en un cuarto y gritó: ¡Lo tengo, ya lo tengo!; entonces me mostró el cuadernillo con las palabras Déjenos cantar la oda del inmortal Schiller.”

Cuando cayó el muro de Berlín, en 1989, bajo la batuta de Leonard Bernstein, la obra de Beethoven fue interpretada por una orquesta integrada por músicos tanto de la Alemania Occidental como de la Oriental.

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