CULTURA

Carlos Carella un actor del pueblo

Ganó los principales premios del teatro y el cine argentinos. Además de su coherencia sobre los escenarios, como ciudadano comprometido sigue siendo un faro.

Cuando era niño, una estrella se posó en su ventana casi a la altura de sus ojos. Fue un sueño que la realidad luego se ocuparía de desmentir brutalmente, pero de algún modo él siempre la sintió allí, latiendo. Actor, director y dirigente sindical, Carlos “El Negro” Carella resignó muchas cosas, excepto traicionar sus sueños. A los 16 años su madre lo echó de su casa, se vio obligado a enfrentar la lucha por la vida. Trabajó en talleres, fábricas, estudió declamación, fue presentador de orquestas típicas y de radio, muchas facetas que se irían integrando en un todo esencial.

No era hijo de actores, pero participó de una generación que vivió el teatro intensamente. Su madre conocía todas las compañías habidas y por haber. Era una familia que concurría asiduamente a los diversos espectáculos teatrales de Buenos Aires. “Inclusive he visto a Florencio Parravicini, y supongo que era un tipo vedado para mí, en la época que lo vi. He visto absolutamente todos los espectáculos que ha visto mi familia”, afirmó Carella. Aunque, curiosamente, no entró al mundo del teatro por vocación, sino por inquietudes de escritor.

Los actores, así como los poetas, son a menudo adolescentes tardíos. Carella pasó su adolescencia haciendo arder papeles con poemas vibrantes que podían aludir tanto a amores contrariados como a convicciones políticas nacidas de su temprana inclusión en la clase trabajadora. Antes de convertirse en presentador en clubes de tango bajo el seudónimo de Jorge Loguarro, ingresó al antiguo conservatorio de arte dirigido por Cunill Cabanellas, en declamación; algo que era una singularidad, porque en su primer año solo había 2 varones y 48 mujeres. Por cuestiones de trabajo, no pudo estar ahí más tiempo: en ese momento estaba en una fábrica de juguetes de plomo. Sin embargo, allí conoció a Alicia Berdaxagar y a Eva Dongé, y con esta última hizo su primer espectáculo en la Casa del Teatro, Es el amor que pasa, con unos entretelones muy graciosos, pues la mujer que financiaba la obra había puesto como condición participar en el medio del espectáculo haciendo un zapateo vestida de frac, recitando canciones y, además, tocando el piano.

En esa época, Carella decidió incursionar en un radioteatro de lujo que se había conformado en Radio El Mundo, encabezado por Armando Discépolo, y estrenó de manera exitosa Las dos carátulas. La recordaba como una etapa llena de inventiva, en la que se atrevió a sumarse a todos los lances porque consideraba que de esa manera llegaría a la madurez profesional, por eso actuó también en los radioteatros de Splendid e hizo personajes memorables, como Batman y Robin, en una serie infantil.

El 16 de junio de 1955 se llevó a cabo el primer intento golpista contra el gobierno peronista. Ese día la Marina bombardeó Plaza de Mayo con el objetivo de matar al general. El operativo causó más de 300 muertos. Por la noche, grupos de peronistas quemaron en represalia las principales iglesias de la Capital. Perón intentó parar la ola de violencia, pero ya era tarde. Finalmente, el 16 de septiembre las Fuerzas Armadas tomaron el poder y expulsaron a Perón, quien finalmente marcharía al exilio por 18 años. A partir de entonces, Carella se convirtió en un activo militante peronista, participando riesgosamente en la llamada “resistencia”, cuando esa fuerza estuvo ferozmente proscripta por las dictaduras militares de turno. Jamás arreó sus banderas políticas, fue inconmoviblemente peronista hasta el último de sus días.

Una leyenda del teatro

Carella solía hablar mucho del trabajo del actor y, en ese sentido, el director Mauricio Kartun confesó “haberle robado” algunas imágenes inefables, pues “El Negro” contaba anécdotas tan luminosas que enseguida se volvían parábolas: “Hace más de lo que le pagan”, le dijo un día de un compañero que sobreactuaba. “Hay autores que escriben a la medida de la boca del actor”, frases –confesó Kartun– que iluminaban más que haber leído varios tomos de bibliografía teatral.

Este hincha de Argentinos Juniors –uno de los muros de la cancha tiene un mural en su memoria–sabía que el suyo es oficio de oficiar y profesión de profesar; Carella alguna vez escribió: “Y entonces, en esas tardes húmedas en que se abandona el teatro con la íntima idea de para qué y qué hago, hay que dejar que salgan todos los compañeros, reunirse todo el tiempo que sea necesario en la penumbra quieta del hall boletería para saber seguro que nadie se ha quedado y que todos se han ido, entonces muy despacio, para que nada vuele, entrar de nuevo al teatro, sentarse en la platea y quedarse esperando hasta que uno se vea”.

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