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Carlos Santana, una estrella mexicana en el universo de la guitarra

Fue uno de los primeros en darle al rock una sonoridad latina, pero su máxima virtud no es la de ser pionero, sino la de seguir siendo reconocido como uno de los mayores guitarristas.

Carlos Humberto Santana nació el 20 de enero de 1947 en Jalisco, México. Su padre era un violinista mariachi que lo llevaba con él a todas sus actuaciones, incluidos cabarets y sórdidos bares. Dijo hace algunos años: “Mi papá es una persona que, cuando me miro en el espejo, aparece. Él murió en 1997. Estuvo casado con mi madre durante 60 años y fue quien me enseñó a valorizar y digitar las notas en mi guitarra. Hay muchos músicos que le dan la vuelta a la cuadra, pero no se meten dentro de las sábanas... En cambio, él me enseñó cómo ­respetar y compenetrar cada nota. Además, tenía mucho carisma... lo adoraban las mujeres y los niños, y me enseñó que la música es sagrada”. Cuando Carlos Santana se convirtió en un músico de fama mundial, volvió a México a hacer un recital multitudinario con su padre y su grupo de mariachis.

A los 14 años, empezó a imitar en la guitarra a B. B. King y a sacar los solos de John Lee Hooker. En 1966, dejó de ser un lavacopas y decidió dedicarse a la música a tiempo completo, formó su primera banda, La Santana Blues Band, mostrando que había venido al mundo a patentar un estilo de tocar la guitarra. Debutó en una sala de conciertos de San Francisco, el Fillmore West, propiedad de Bill Graham, quien quedó tan entusiasmado con su música que lo recomendó para actuar en el Festival de Woodstock. Santana descolló tanto en esa oportunidad que de inmediato firmó contrato con Columbia, para hacer su primer disco.

Sri Chinmoy era un bengalí radicado en los Estados Unidos y fue uno de los autores de esa moda orientalista que cundió en la sociedad norteamericana a fines de los sesenta, y cuyas ondas expansivas llegaron hasta el rock, incluyendo a Carlos Santana, quien fue bautizado entonces con el nombre de “Devadip” –que significa algo así como “ojo de Dios”–. Estaba convencido de que la religiosidad es una energía capaz de curar al mundo. Imbuido de esa flamante espiritualidad editó Illuminations, Borboletta y Friends.

En 1999 editó Supernatural, un disco en el que tuvo, entre otros invitados, a Eric ­Clapton y que le valió nueve premios Grammy –de las diez categorías en la que fue nominado– y que le permitió recuperar un público a gran escala en un mundo que parecía haber empezado a olvidarlo.

Vino a tocar tres veces a la Argentina: “Buenos Aires es una ciudad gigante, con mucha presencia europea. Es muy diferente al resto de Sudamérica. Tiene individualidad e identidad. Tiene espíritu y mucha luz en los ojos de la gente, además de elegancia tanguera y dignidad”. Su primera visita fue en 1973, llegó con su banda de siete músicos en un avión privado con el logo del grupo en el fuselaje. Era el día siguiente en el que Juan Domingo Perón había asumido la que sería su última presidencia.

A mediados de 1991, Carlos Santana fue arrestado en Houston por encontrarle en su maleta cinco granos de marihuana, él decía que era para uso terapéutico: “La medicina no es mala. Lo que es malo es la droga que el hombre hace en laboratorios... la cocaína y la heroína. En cambio, la madre naturaleza hace medicina, que es marihuana, yerba de pétalos y raíces para curar tu hígado o tus riñones. El hombre hace drogas para ponerte en prisión y hacerte adicto. La marihuana es medicina y el cigarro es droga, porque, como al alcohol, le ponen otra cosa. Hay que saber diferenciar”.

Después de casi cuatro decenas de discos, incontables premios y distinciones, aplausos en todos los idiomas, festivales de todo el mundo que lo reclaman como gran atracción, más de cien millones de discos vendidos, laberintos místicos en los que encontró la salida, temas que ya son clásicos inoxidables

–Samba pa ti, Mujer de magia negra, Oye como va y Sacrificio soul, entre otros–, misterios de la guitarra que fue descifrando con paciente iluminación, apoyo al Subcomandante Marcos, rechazo a toda guerra, recital in situ con Wayne Shorter y Herbie Hancock para recordar la masacre de Hiroshima y Nagasaki. Se puede decir que este excelso guitarrista se ha vuelto universal sin dejar atrás a ese niño que sigue jugando a ser guitarrista en las calles de Tijuana.

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