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Cuando el bolero se llamó Daniel Riolobos

Sammy Davis dijo: “Si tuviera su voz, no tendría que hacer payasadas cuando actúo”. Ese era el nivel de admiración suscitado en el mundo por este argentino que marcó época en la historia del bolero.

aniel Riolobos nació en Godoy Cruz (Mendoza) el 14 de diciembre de 1932. Su debut como cantor fue en radio, cuando tenía 5 años. Pero él quería ser jugador de fútbol. Sobresalía en el equipo del barrio.

El único autógrafo que pidió en su vida fue al ídolo de su infancia: Rinaldo Martino –uno de los grandes futbolistas de los años 40–. Fue a probarse en Independiente Rivadavia y llegó a Primera División. Jugaba con la camiseta número 10. Una seguidilla de lesiones lo dejó fuera de las canchas. Así volvió a su primer amor: el canto.

Tenía menos de 20 años cuando se radicó en Buenos Aires. Conoció a Roberto Inglez, quien por entonces acompañaba a Lucho Gatica. Daniel Riolobos se presentó como telonero del cantor chileno por una gira que lo llevó por toda Latinoamérica y a Estados Unidos.

En México su éxito fue arrollador y ganó el premio Azteca al Mejor Cantante Internacional y, se convirtió en una de las voces preferidas de Agustín Lara y de Armando Manzanero.

De gira en Cuba, conoció a Benny Moré, “el rey del ritmo”, como se lo conocía en la isla, quien le confió muchos secretos del oficio: “Un día, Benny me encontró fusilado y que no podía abrir la boca para cantar. El secreto, me decía, es jugar con los tiempos. Si ves que no puedes llegar arriba con la voz, atrásate, corta las palabras y verás que llegas. Y si no, al revés. Ahí empecé a conocer lo que era cantar de verdad”.

En la década del 60 se presentó en el programa ómnibus Sábados circulares, conducido por “Pipo” Mancera, y su éxito fue tal que sus actuaciones contratadas para cuatro programas se extendieron a todo el año. En 1968, obtuvo el primer premio en el Festival Buenos Aires de la canción, con No es un juego el amor, de Eladia Blázquez. Pero la prensa de nuestro país poco y nada se ocupaba de dar cuenta de los escenarios del mundo a los que se había abierto paso con el prodigio de su voz. Él encontraba una explicación a ese ninguneo: “Es que no me drogo, no tengo romances y considero que mi hogar es lo más importante en mi vida. ¿Cómo voy a ser noticia?”.

Un enigma difícil de responder

Su noche más triste fue en Puerto Rico. Pocos minutos antes de actuar recibió una llamada de urgencia desde Mendoza. Había fallecido uno de sus hijos, Alberto, el único de sus hijos argentinos. Tenía tres meses. Él ni siquiera había llegado a conocerlo personalmente. Esa noche cantó no para lograr lo imposible (exorcizar el dolor) sino porque cantar fue su manera más íntima y desnuda de llorar.

Fue en Puerto Rico donde conoció a quien se convertiría en uno de sus mayores fans, Sammy Davis, quien se le acercó acompañado por un traductor para decirle: “Quiero que me digas una cosa, ¿cuándo respirás? ¿En qué momento? Realmente no lo pude descifrar y quiero saberlo”.

Los tangueros recurrieron a él en no pocas oportunidades. Grabó con Astor Piazzolla un simple con los tangos Uno y Garúa. Fumador empedernido –no dejaba el cigarrillo ni siquiera cuando estaba sobre el escenario-, le gustaba acompañarse con el coñac. Decía: “Trato de aprender cada día un poco mejor este oficio de cantar. Algunos dicen que llegan. Es mentira. Siempre se está tratando de llegar. Solo eso”. Creía que Alberto Cortez era el mejor cantor argentino: “Además es un poeta exquisito. Ese hombre no tiene competencia”. El 17 de junio de 1992 murió en México y dejó un enigma difícil de resolver: ¿cómo el mayor cantor de boleros que hemos tenido no ha tenido el reconocimiento que se merece?

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