Cultura
Eduardo Galeano: a 50 años de Las venas abiertas de América Latina
El libro fue preparado durante cuatro años, pero escrito en noventa noches. Es uno de los clásicos de la ensayística latinoamericana, imprescindible no solo para conocer nuestra historia, sino también para descifrar nuestro presente.
La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”, así comienza Las venas abiertas de América Latina. Un comienzo que para la mayoría de sus lectores seguramente es tan inolvidable como “En un lugar tranquilo de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...” o “Al despertar Gregorio Samsa, una mañana, tras un sueño intranquilo...”. Para muchos, toda la cuantiosa obra de Eduardo Galeano está cifrada en ese libro, escrito en noventa noches, cuando su autor solo tenía 31 años.
A 50 años de su primera publicación, lo que más impacta de este libro es su vigencia, aquello que sigue interpelando nuestra realidad, como si bastara echar un fósforo para encender el fuego memorioso de sus páginas y revelarnos un presente que insiste en permanecer oculto. “Las venas abiertas difunde hechos que muestran que la realidad latinoamericana actual no proviene de ninguna indescifrable maldición. Yo quise explorar la historia para impulsarla a hacerla, para ayudar a abrir los espacios de libertad en los que las víctimas del pasado se hacen protagonistas del presente”, escribió Galeano.
Este libro, que ignora las prisiones de los géneros, es una obra maestra que desafía victoriosa los cambios de época. Es la historia narrada desde el punto de vista de los olvidados, hombres y mujeres de las Indias que el 12 de octubre de 1492 descubrieron el capitalismo y se convirtieron en las víctimas del más gigante despojo de la historia universal, cuyas atrocidades perviven hasta el presente: América Latina continúa siendo una de las regiones más desiguales del mundo.
“Las venas abiertas fue el comienzo de un camino. Yo lo presenté al concurso de Casa de las Américas. Fue preparado durante cuatro años, pero escrito en noventa noches. Trabajaba durante el día – tenía dos empleos– y en la noche escribía. En el estilo, en la manera de contar, es muy diferente de los demás libros”, explicó Galeano. No era difícil ubicar a su autor, siempre estaba del lado de los solos, de los perdedores, de los hijos de nadie y los dueños de nada.
La obra fue escrita para presentarla en el prestigioso certamen literario de Cuba, pero no ganó el premio porque el jurado entendió que no era un ensayo, que era un libro que violaba las reglas del género. Pero ese no era el defecto del libro, sino su virtud principal. Al respecto, Galeano alguna vez reflexionó: “Una de las fracturas culturales que más daño nos hace en el campo de la literatura es la que nos manda a respetar las fronteras dibujadas entre los géneros por los señores especialistas. Hay que recuperar la perdida unidad del mensaje humano”.
Para el uruguayo, la historia era algo vivo que jamás puede confundirse con la visita a un museo de cera. En ese sentido, el libro puede ser una herramienta en el proceso latinoamericano de búsqueda y de cambio. En abril de 2009, el presidente venezolano Hugo Chávez le obsequió la obra a su homólogo estadounidense Barack Obama durante la V Cumbre de las Américas. Más tarde, explicaría ante la prensa: “Le regalé un libro extraordinario que a mí me ayudó, cuando era muy joven, a entender mejor América Latina. Nuestra historia, nuestra realidad. Las venas es un monumento a nuestra identidad”.
El libro, que fue traducido a casi todos los idiomas de la tierra, cuando salió al mercado casi no se vendió. Don Arnaldo Orfila Reynal, que fue el editor que publicó por primera vez el libro en México, le había escrito una carta diciéndole que no se desanimara, que las cosas eran difíciles en esta región del mundo: “Después el libro tuvo bastante buena suerte gracias a las dictaduras militares que empezaron a brotar en diferentes lugares de nuestra América, y que prohibieron el libro. No hay mejor publicidad que la prohibición”, comentó años más tarde.
Más allá de que esas prohibiciones le dieron a la obra el vuelo que no había tenido al nacer, una constante en la vida del escritor uruguayo y en sus posteriores publicaciones fue la osadía con que generosamente defendió sus ideas allí donde estuviera. Sus colegas lo definían como un disidente de todos los dogmas, un desobediente de todas las disciplinas, un excomulgado por todas las ortodoxias.
Pasaron los años y algunos quisieron hacer pelear al autor con su obra, porque alguna vez dijo: “Hoy lo hubiera escrito distinto”, frase que todo escritor, décadas después, podría decir sobre cualquiera de sus libros. Pero Eduardo Galeano fue muy claro: “No me arrepiento de una sola coma, cumplió su función, que era poner al alcance de los lectores no especializados una cantidad de informaciones, de datos, que estaban guardados bajo siete llaves”.
Algún día quizá en los libros de Historia se escriba que Eduardo Galeano es el verdadero descubridor de América, el descubridor de los relatos que proliferan en todos los rincones del sur del mundo, esta región maldita condenada a padecer el desarrollo desigual promovido por un sistema de poder que con una mano presta lo que con la otra roba.