Cultura

Clarice Lispector, la rusa que revolucionó la literatura brasilera

Es una de las escritoras más singulares y audaces de la literatura en lengua portuguesa del siglo XX. Acaba de publicarse en nuestro país un voluminoso libro con sus cuentos completos.

Se llamaba Chaya Pinjasovna Lispector, y había nacido en Ucrania el 10 de diciembre de 1920, pero desde que comenzó a enviar sus primeros cuentos al Diario de Pernambuco firmó como Clarice Lispector. Su abuelo fue asesinado; su madre, violada; su padre tuvo que exiliarse, sin un centavo, al otro lado del mundo. Se radicó con su familia en Brasil, en 1922.

Es autora de 85 cuentos, que acaban de ser reunidos en un volumen publicado por el Fondo de Cultura Económica. Están todos: desde el primero que publicó a los 19 años hasta el último, que se halló en estado fragmentario después de su muerte.

El libro cuenta con un esclarecedor prólogo de Benjamin Moser, quien presenta así a la autora: “Alta y rubia que usaba extravagantes lentes oscuros y piezas de bisutería propias de una gran dama carioca de mediados del siglo pasado, se adecuaba a la definición moderna de glamour”. Se casó con un diplomático, lo que la obligó a vivir en estado de mudanza perpetua. Durante la Segunda Guerra Mundial fue voluntaria en el cuerpo de enfermeras.

Clarice Lispector se volvió famosa a finales de 1943 con la publicación de Cerca del corazón salvaje. Acababa de cumplir 23 años y ya revelaba una inquietante destreza para narrar. Su primera novela tuvo un impacto tan fuerte que un crítico escribió: “No tenemos registro de un debut más sensacional, que haya elevado a una posición tan prominente un nombre que, hasta hace poco, era completamente desconocido”.

Sus relatos son como deflagraciones, ningún lector sale indemne. Como ese incendio desatado una madrugada de 1966, en la que la escritora se durmió con un cigarrillo encendido y despertó en medio de una densa humareda y ruido de muebles consumiéndose por las llamas. Sobrevivió, pero al precio de cicatrices en todo el cuerpo que le recordaron el horror hasta el final de su vida. La mano con la que escribía tenía los dedos, las palmas y las muñecas con quemaduras de tercer grado, y hasta estuvieron cerca de amputársela. Aun así, se las arregló para seguir escribiendo esas historias que, con el perfecto ensamblado de las piezas y la eficacia de sus ruedas que giran en silencio, nos inician con una voz persuasiva en mundos misteriosos que nos atraen con una fuerza absorbente. Pero, desde entonces, Clarice se volvió una mujer incurablemente melancólica, una especie de mariposa de vuelo sonámbulo. No solo por el triste decaer de todo lo que vive, sino por una nostalgia por todo lo inasible.

Este voluminoso libro es una gran oportunidad de dejarse llevar por la imaginación de una escritora que nos deja sobre una playa en la que quedan brillando como guijarros historias que tienen el fulgor de lo que nunca muere.

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