Cultura

Leopoldo Marechal y el gran amor de su vida

Se llamaba Elvia Rosbaco y fue su gran compañera de aventuras. El escritor argentino le dedicó numerosos poemas y ensayos.

El poco tiempo de enviudar de su primera esposa, Leopoldo Marechal conoció a una joven profesora de Letras correntina que leía con devoción cada uno de sus libros : Juana Elvia Rosbaco, quien sería musa y compañera, en las duras y en las maduras, hasta el día de su muerte (26 de junio de 1970).

El primer encuentro fue hacia fines de 1947, en el despacho que él ocupaba en la Dirección Nacional de Cultura. Ella le leyó algunos de sus poemas. Él la exhortó a hacer un “plan quinquenal” de trabajo; pues, aunque advertía una materia poética excepcional, faltaba el dominio de los recursos expresivos. Antes de que pasaran los cinco años, se casaron.

Con el golpe de Estado conocido como “Revolución Libertadora”, Marechal renunció a su cargo en el Ministerio de Educación (en el que había sido designado por el peronismo) y empezó un largo período en el que se nombró a sí mismo como “poeta depuesto”. Fue en la casa de ellos donde, en 1956, se realizaron las últimas reuniones de la conspiración Valle-Tanco, que terminaría con el fusilamiento de los cabecillas y la Operación Masacre, documentada por Rodolfo Walsh.

Debieron sobrevivir con los exiguos ingresos de ella como docente, y las magras retribuciones que cobraba él como colaborador de un diccionario enciclopédico. A él, no pocos de los que hasta entonces se decían sus amigos le negaban el saludo en la calle. Los suplementos literarios lo ninguneaban. Se volvió invisible para críticos y académicos, pese a que ya había publicado la novela Adán Buenosayres –que según Julio Cortázar “había sido un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas”–. Encerrados en su departamento de calle Rivadavia al 2300, se dedicaron a un robinsonismo amoroso, literario y metafísico. Su única conexión con el exterior era el televisor, que solo esporádicamente encendían.

En esos años de reclusión doméstica, muy pocas eran las visitas que recibían: José María Castiñeira de Dios, Ernesto Sábato, Bernardo Verbitsky (el padre de Horacio) y, en los años 60, los escritores nucleados alrededor de la revista El Escarabajo de Oro –Abelardo Castillo, Liliana Heker, Vicente Battista y Sylvia
Iparraguirre, entre otros–. Pero no se dejaron devastar por la soledad.

En el poema Didáctica de la alegría, el poeta le dice a su mujer: “El cóndor sereno de los Andes, erguido en su montaña y al sol del mediodía, reflexiona en silencio: la soledad no existe. Y es verdad, Elbiamor, que ninguno está solo”. Y, en ese poema, insta a su compañera a no perder nunca su entereza: “Elbiamor, que te vean siempre igual a ti misma, ya toques las alturas, ya recorras el suelo. Ni se rebaja el pan en la mesa del pobre, ni se sublima en el mantel del rico. Sé como el pan, y la Justicia dirá tu elogio en su balanza”.

Se habían construido una rutina cotidiana que pocas veces era alterada: se levantaban al mediodía, tomaban mate, él cargaba su primera pipa, y conversaban hasta que él se ponía a escribir: “Todos los días algo. Con ganas o sin ganas, siguiendo el consejo del viejo Hugo, que decía que la inspiración viene a la mesa de trabajo”. Luego, recibían visitas, y, a la noche, como a
Leopoldo le gustaba que le leyeran, Elvia le leía hasta las 6 o 7 de la mañana.

Para Leopoldo Marechal, Elvia era una mujer intelectual y material. De ella recibió la “intuición” de la belleza y el “mandato” de hacer que fructificara en obras: “Cumplí bien ese mandato, según dice la fama; pero lo mejor de mis obras no es tal o cual poema, sino lo que yo hice conmigo mismo al tomar esa intuición de lo bello como un hilo de Ariadna y al seguir ese hilo conductor a través de la ciudad laberíntica, donde me di al errar y al error, que hacen etimológicamente la misma cosa”.

Elbiamor está presente en muchos de los poemas de Marechal, habitando muchas de las casas de música que para ella levantó. Le dijo: “Elbiamor, yo podría lanzar tu nombre a las mareas del sonido, y sentarte de pronto en la rodilla caliente de la Musa”.

Para defenderla de quienes los han sitiado en el olvido, le escribió: “Ellos ignoran, Elbiamante, que tu delicia es un sabor defendido con siete pasadores de un metal que lastima los dedos Ellos ignoran que se han perdido las llaves de tu mundo; por lo cual el otoño quedó afuera, y el verdor adentro, y la risa de pie y con su hoja intacta”. Le dijo que al despertar ella encendía la rosa, y al dormir, la apagaba; que al reír construía la primera guitarra.

En un reportaje que Mario Mactas les hizo a ambos para la revista Gente, en 1970, dijo Marechal: “Vivimos en una época de exaltación desmedida del ego. La unión de un hombre y una mujer se torna entonces una competencia despiadada. Uno trata de imponerse al otro a cualquier precio”. Y agregaba: “Hay pocas cosas comparables a los frutos de la paz de una pareja que se ama”.

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