Cultura

El “Garbo” de Greta: la actriz sueca que conquistó el mundo

A los 20 años desembarcó en Hollywood, y muy pronto se convirtió en uno de los rostros más sugerentes de la historia del cine.

Greta Lovisa Gustafsson recién había cumplido 20 años cuando llegó por primera vez a Hollywood. Hasta entonces la actriz nacida en Estocolmo el 18 de septiembre de 1905 solo había hecho cinco películas mudas. En una de ellas había conocido a Marlene Dietrich, con la que tuvo un fugaz romance. Su rostro, de líneas perfectas, haría decir a Roland Barthes: “Representa ese momento inestable en que el cine extrae belleza existencial de una belleza esencial”. Fascinada por ese rostro, la Metro Goldwin Mayer la contrató por un salario semanal de 350 dólares. Había un inconveniente, ignoraba por completo el idioma inglés.

Descubrieron otro escollo: no era una persona fácil en el trato personal. Su primer papel en una película estadounidense fue en Entre naranjos, basada en una novela del español Vicente Blasco Ibáñez y en la que Greta hizo el papel de una campesina.

Desde un primer momento la cámara parecía enamorada de ella, en todos los planos resaltaba su belleza y su irresistible magnetismo. El apoyo más importante se lo dio John Gilbert, con quien actuaría por primera vez en 1926, además de mantener un romance que dio abundante material a la prensa por las incontables peleas seguidas por innumerables reconciliaciones.

Gilbert era a los 28 años uno de los primeros galanes del cine estadounidense y ganaba 10.000 dólares semanales, mientras Greta solo percibía 600, de acuerdo con su contrato. De allí surgió en 1926 la famosa huel­ga de Greta, que pidió 5.000 dólares por semana, se negó a negociar otra cifra y estuvo suspendida por el estudio durante siete meses. Para esa crisis tuvo el apoyo de Gilbert, y luego este le presentó a Harry Eddington, un hábil representante que le consiguió un nuevo contrato por esos 5.000 dólares semanales, a regir desde junio de 1927, válido por cinco años.

También le aconsejó utilizar des­de entonces la sola denominación “Garbo” y le sugirió una nueva conducta reticente ante la prensa.
La Garbo adoptó esta sugerencia a pie juntillas, avalada por un carácter arisco cuya hosquedad se manifestaba con frecuencia. Puso bajo llave su vida privada, rehuía todo compromiso social, escapaba malhumorada de los cazadores de autógrafos, se recluyó en un silencio invulnerable hasta convertirse en la Gran Esfinge. La llamaban “la mujer que no ríe”. Solo se le conoció una carcajada: la que soltó sorpresivamente en Ninotchka. Pero era una actuación.

En 1928, después de tres años de ausencia, regresó a Suecia. Fue asediada por multitudes, periodistas y fotógrafos. Dijo que era una manera de “pagar una deuda sentimental”. Volvió rica y famosa. Siendo una leyenda de romances tórridos y fulminantes, no había torcido su voluntad de mantenerse soltera.

El crítico uruguayo Homero Alsi­na Thevenet dijo: “Sobrepasó en aquel momento la crisis del cine sono­ro, que destruyó otras carreras (Emil Jannings, Gilbert, Pola Negri) y que amenazaba la suya, en parte porque su magnetismo desde la pantalla dependía grandemente de ser una imagen irreal fabulosa, que no podría descender a un diálogo prosaico”.

MGM demoró dos años en adjudicar a Garbo un filme sonoro, y astutamente eligió para ese debut a Anna Christie, de Eugene O’Neill (en la que justamente era correcto tener acento sueco), y obtuvo un enorme éxito, tras un lanzamiento encabezado por la frase “Garbo habla”. Como el contrato vencía en 1932, la empresa le extrajo el máximo rendimiento y llegó a hacer seis filmes con ella en solo dos años.

En Hollywood filmó 24 películas. Su primera nominación al Óscar como mejor actriz fue por su actuación en Anna Christie. Volvería a ser nominada en tres oportunidades más. En 1954 le concedieron un Óscar honorífico, pero no fue a recogerlo. Su retiro del cine a los 36 años, en la cúspide de su popularidad, no hizo más que alimentar la leyenda.

En 1999, el American Film ­Institute la nombró la quinta mejor estrella femenina de la historia de Hollywood. Nada la distraía de su soledad ni la sacaba de ese encierro de lujo en su piso de Nueva York, rodeada de cuadros de Renoir, ­Bonnard y Kandinsky.
La última entrevista que se le hizo fue quizá la más breve de la historia del periodismo. Cuando el reportero comenzó diciendo: “Yo me pregunto…”, ella lo interrumpió con un lento gesto de su mano y le dijo: “¿Por qué preguntarse?”. Eso fue todo.

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