Cultura
García Márquez y el cine: un matrimonio malavenido
El escritor veía en el séptimo arte algo que no encontraba en la literatura, pero no quedó satisfecho con ninguna de las películas escritas por él o basadas en sus libros.
García Márquez se le ha preguntado sin tregua sobre sus relaciones con el cine. Su respuesta ha sido siempre la misma: “Son las de un matrimonio malavenido”. Es decir, no lograba sentirse bien haciendo cine, pero, a su vez, recibía tantas ofertas para hacer películas sobre sus libros que no podía vivir sin él.
El escritor colombiano es, sin duda, el autor latinoamericano que más interés ha despertados entre los cineastas, a juzgar por la cantidad de adaptaciones que se han hecho de sus novelas y cuentos. El cine ha sido una de las pasiones a las que más fidelidad le ha guardado, desde que su abuelo, Nicolás Márquez, lo llevaba de la mano en Aracataca a ver las películas de Tom Mix.
Alguna vez dijo que lo único que realmente había estudiado en su vida es cine. Quiso ser director, y en 1955 se matriculó en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma, donde tuvo como compañero de estudio al argentino Fernando Birri, con quien fundaría, en 1985, la escuela de cine de San Antonio de los Baños, Cuba. Nunca llegó a ser director, pero sí guionista. Sus inicios periodísticos también están estrechamente vinculados al cine, ya que comenzó cubriendo en un diario de Barranquilla los estrenos de la semana. Cuando comentó la película Milagro en Milán, dijo: “Es todo un cuento de hadas, solo que realizado en un ambiente insólito y mezclados de manera genial lo real y lo fantástico, hasta el extremo de que en muchos casos no es posible saber dónde termina lo uno y dónde comienza lo otro”, lo que sin duda es válido para describir toda su literatura. También –y esto es menos recordado– incursionó como actor. Se lo puede ver en En este pueblo no hay ladrones, una película de 1965 dirigida por el mexicano Alberto Isaac, en la que junto a “Gabo” están nada menos que Luis Buñuel y Juan Rulfo. Luego aparecería en otras películas: Juego peligroso, Patsy, mi amor y El año de la peste, basada en un libro de Daniel Defoe.
En México –adonde había llegado con 20 dólares en el bolsillo, su esposa, un hijo y una idea fija en la cabeza: hacer cine–, tuvo la oportunidad de comenzar a cumplir su sueño cuando el productor Manuel Barbachano Ponce le pidió adaptar la novela de Juan Rulfo El gallo de oro, tarea que cumplió en colaboración con Carlos Fuentes. Esta dupla creativa volvería a funcionar en 1964 con Tiempo de morir, guion de la primera película de Arturo Ripstein, que trata acerca de un hombre que vuelve a su pueblo tras 18 años de prisión por asesinato, buscando pasar tranquilo el resto de sus días, pero los dos hijos del muerto lo buscan para vengar la muerte del padre.
De las películas basadas en libros de García Márquez, solo una sobrevivió a la prueba de ácido de la crítica, El coronel no tiene quien le escriba, estrenada en 1999, dirigida por Ripstein y con un elenco integrado por Salma Hayek, Marisa Paredes y Fernando Luján.
Netflix está por estrenar la miniserie basada en Cien años de soledad, con la producción ejecutiva de los hijos de García Márquez, Gonzalo y Rodrigo. A lo largo de los años, recibió numerosas ofertas para llevar a la pantalla su novela más famosa. Una por una, las rechazó a todas, convencido de que la complejidad de la novela se empobrecía al pasarla a imágenes cinematográficas: “Los lectores de Cien años de soledad siempre se imaginan a los personajes como ellos quieren, como su tía o su abuelo, y en el momento en que lo llevas a la pantalla, el margen de creatividad del lector desaparece”.
A pesar de su pasión por el cine, García Márquez nunca sintió un acto más espléndido de libertad individual que al sentarse a inventar un mundo frente a una máquina de escribir. El fracaso de las adaptaciones cinematográficas son la prueba de que la magia de sus historias es inseparable de las palabras con que las contaba.